San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 1 de junio de 2017

San Justino, mártir


Vida de santidad[1].

San Justino, filósofo y mártir, nació a principios del siglo II en Flavia Neápolis (Nablus), la antigua Siquem, en Samaria, de familia pagana. Una vez convertido a la fe, escribió profusamente en defensa de la religión, aunque sólo se conservan de él dos «Apologías» y el «Diálogo con Trifón». Abrió una escuela en Roma, en la que sostuvo públicas disputas. Sufrió el martirio, junto con sus compañeros, en tiempos de Marco Aurelio, hacia el año 165.
No fue sacerdote, sino laico, y escribió varias apologías o defensas del cristianismo, frente a los detractores[2] de la religión católica. El mismo Justino cuenta que él era un Samaritano, porque nació en la antigua ciudad de Siquem, capital de Samaria. Sus padres eran paganos, de origen griego, y le dieron una excelente educación, instruyéndolo lo mejor posible en filosofía, literatura e historia.
Un día que paseaba junto al mar, meditando acerca de Dios, vio que se le acercaba un venerable anciano, el cual le dijo: “Si quiere saber mucho acerca de Dios, le recomiendo estudiar la religión cristiana, porque es la única que habla de Dios debidamente y de manera que el alma queda plenamente satisfecha”. El anciano le recomendó además que le pidiera a Dios la gracia de lograr saber más acerca de Él, y le recomendó la lectura de las Escrituras, consejo que San Justino siguió al pie de la letra, encontrando allí la verdadera sabiduría, dedicando toda su vida, en adelante, al estudio de la Palabra de Dios.
El santo cuenta que cuando todavía no era cristiano, había algo que lo conmovía profundamente y era ver el valor inmenso con el cual los mártires preferían los más atroces martirios, con tal de no renegar de su fe en Cristo, y que esto lo hacía pensar: “Estos no deben ser criminales porque mueren muy santamente y Cristo en el cual tanto creen, debe ser un ser muy importante, porque ningún tormento les hace dejar de creer en Él”.
Movido por el amor a la Verdad, y convencido de la cita del Eclesiástico en la que se afirma que la sabiduría de nada sirve si no se la comunica a los demás –“Tener sabiduría y guardársela para uno mismo sin comunicarla a los demás, es una infidelidad y una inutilidad”-, aprovechando sus conocimientos de filosofía, San Justino se dedicó a escribir en defensa de la religión cristiana, con el objetivo de que los paganos se convirtieran, y fue así que surgió su obra más conocida, llamada “Apologías”, en favor de la religión de Jesucristo y de la Iglesia Católica. Además de escribir, se dedicó a recorrer ciudades, discutiendo con los paganos, los herejes y los judíos, tratando de convencerlos de que el cristianismo es la única religión verdadera.
En Roma tuvo Justino una gran discusión filosófica con un filósofo cínico llamado Crescencio, en la cual le logró demostrar que las enseñanzas de los cínicos (que no respetan las leyes morales) son de mala fe y demuestran mucha ignorancia en lo religioso. Crescencio, lleno de odio al sentirse derrotado por los argumentos de Justino, dispuso acusarlo de cristiano, ante el alcalde de la ciudad. Había una ley que prohibía declararse públicamente como seguidor de Cristo. Y además en el gobierno había ciertos descontentos porque Justino había dirigido sus “Apologías” al emperador Antonino Pío y a su hijo Marco Aurelio, exigiéndoles que si en verdad querían ser piadosos y justos debían respetar a la religión cristiana.
En su obra “Apología”, se dirige así a los gobernantes de su tiempo: “¿Por qué persiguen a los seguidores de Cristo? ¿Porque son ateos? No lo son. Creen en el Dios verdadero. ¿Porque son inmorales? No. Los cristianos observan mejor comportamiento que los de otras religiones. ¿Porque son un peligro para el gobierno? Nada de eso. Los cristianos son los ciudadanos más pacíficos del mundo. ¿Porque practican ceremonias indebidas?”. Y les describe enseguida cómo es el bautismo y cómo se celebra la Eucaristía, y de esa manera les demuestra que las ceremonias de los cristianos son las más santas que existen.
Las actas que se conservan acerca del martirio de Justino son uno de los documentos más impresionantes que se conservan de la antigüedad. Justino es llevado ante el alcalde de Roma, y empieza entre los dos un diálogo memorable:
Alcalde: ¿Cuál es su especialidad? ¿En qué se ha especializado?
Justino: Durante mis primero treinta años me dediqué a estudiar filosofía, historia y literatura. Pero cuando conocí la doctrina de Jesucristo me dediqué por completo a tratar de convencer a otros de que el cristianismo es la mejor religión.
Alcalde: Loco debe de estar para seguir semejante religión, siendo Ud. tan sabio.
Justino: Ignorante fui cuando no conocía esta santa religión. Pero el cristianismo me ha proporcionado la verdad que no había encontrado en ninguna otra religión.
Alcalde: ¿Y qué es lo que enseña esa religión?
Justino: La religión cristiana enseña que hay uno solo Dios y Padre de todos nosotros, que ha creado los cielos y la tierra y todo lo que existe. Y que su Hijo Jesucristo, Dios como el Padre, se ha hecho hombre por salvarnos a todos. Nuestra religión enseña que Dios está en todas partes observando a los buenos y a los malos y que pagará a cada uno según haya sido su conducta.
Alcalde: ¿Y Usted persiste en declarar públicamente que es cristiano?
Justino: Sí; declaro públicamente que soy un seguidor de Jesucristo y quiero serlo hasta la muerte.
El alcalde pregunta luego a los amigos de Justino si ellos también se declaran cristianos y todos proclaman que sí, que prefieren morir antes que dejar de ser discípulos de Cristo.
Alcalde: Y si yo lo mando torturar y ordeno que le corten la cabeza, Ud. que es tan elocuente y tan instruido ¿cree que se irá al cielo?
Justino: No solamente lo creo, sino que estoy totalmente seguro de que si muero por Cristo y cumplo sus mandamientos tendré la Vida Eterna y gozaré para siempre en el cielo.
Alcalde: Por última vez le mando: acérquese y ofrezca incienso a los dioses. Y si no lo hace lo mandaré a torturar atrozmente y haré que le corten la cabeza.
Justino: Ningún cristiano que sea prudente va a cometer el tremendo error de dejar su santa religión por quemar incienso a falsos dioses. Nada más honroso para mí y para mis compañeros, y nada que más deseemos, que ofrecer nuestra vida en sacrificio por proclamar el amor que sentimos por Nuestro Señor Jesucristo.
Los otros cristianos afirmaron que ellos estaban totalmente de acuerdo con lo que Justino acababa de decir. Justino y sus compañeros, cinco hombres y una mujer, fueron azotados cruelmente, y luego fueron decapitados.
Las Actas del martirio de San Justino termina con estas palabras: “Algunos fieles recogieron en secreto los cadáveres de los siete mártires, y les dieron sepultura, y se alegraron que les hubiera concedido tanto valor, Nuestro Señor Jesucristo a quien sea dada la gloria por los siglos de los siglos. Amén”.

Mensaje de santidad.

En una época en la que el ateísmo, el agnosticismo y el ocultismo gnóstico de la Nueva Era buscan hacer desaparecer de la faz de la tierra y, sobre todo, del corazón y de la mente de los hombres, no solo la religión cristiana, sino hasta el nombre mismo de “Dios”, para reemplazarlo por el materialismo, el hedonismo, y la práctica del ocultismo, el ejemplo de San Justino, de amor a la Sabiduría de Dios y la Verdad encarnada, Jesucristo, el Hombre-Dios, es tanto o más actual que en los primeros años del cristianismo. Es tanto o más actual hoy, cuando el hombre se aleja de Dios para postrarse ante los ídolos de la neo-modernidad, y cuando gustoso abandona las iglesias para llenar estadios de fútbol, porque el martirio de San Justino, quien da la vida por no renegar de Jesucristo, es la contracara luminosa de la Verdad de Dios, en medio de las siniestras tinieblas de muerte en las que el mundo está inserto.

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