San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 2 de febrero de 2017

San Blas, obispo y mártir


San Blas fue médico y obispo de Sebaste, Armenia. Hizo vida eremítica en una cueva del Monte Argeus[1] y sufrió el martirio a comienzos del siglo IV[2]. Tenía el don de la curación milagrosa de enfermedades físicas y espirituales. Uno de sus milagros más conocidos –y que dio origen a la bendición de las gargantas en su fiesta- fue el volver a la vida a un niño que acababa de morir asfixiado a causa de una espina de pescado. También se le acercaban también animales enfermos para que les curase, pero no le molestaban en su tiempo de oración. De hecho, los soldados lo apresaron, durante la persecución del emperador Licinius, porque estaban buscando animales para los juegos de la arena en el bosque de Argeus y lo que sucedió fue que encontraron muchos de ellos esperando fuera de la cueva de San Blas, esperando para ser curados. Al encontrar a San Blas en la cueva y haciendo oración cristiana ante su altar, los soldados se dieron cuenta que no era pagano sino cristiano, por lo que lo arrestaron y lo llevaron ante la presencia del gobernador Agricolaus. Éste  trató sin éxito de hacerle apostatar, infligiéndole grandes torturas. En la prisión, San Blas sanó a algunos prisioneros, además de convertirlos a la fe en el Hombre-Dios Jesucristo. Finalmente fue echado a un lago, con la intención de que muriera ahogado. Sin embargo, San Blas, parado en la superficie –con el poder de Jesús lo imitó a su Maestro, que había caminado sobre las aguas según relatan los Evangelios-, invitaba a sus perseguidores a caminar sobre las aguas y así demostrar el poder de sus dioses, lo cual intentaron hacer pero, como es obvio, se ahogaron. Cuando volvió a tierra fue sometido a nuevas torturas y finalmente decapitado, el día 11 de febrero –algunos afirman que fue el 15- del Año del Señor 316. Junto con él, fueron decapitadas y murieron mártires siete doncellas, que se convirtieron al ver la fortaleza de la fe del santo obispo.
Como hemos afirmado antes, la bendición de las gargantas se origina en el milagro más conocido de San Blas, la vuelta a la vida del niño que había muerto asfixiado por habérsele atravesado una espina de pescado. En muchos lugares, en el día de su fiesta, se daba la bendición de San Blas: se consagraban dos antorchas, generalmente por una oración, y luego eran mantenidas en forma de cruz por un sacerdote sobre las cabezas de los fieles, o eran tocados en la garganta con ellas. En otros lugares se consagraba aceite, en el cual se sumergía una pequeña mecha ardiendo, y se tocaban las gargantas de los presentes con ella. Al mismo tiempo se daba la siguiente bendición: “Per intercessionem S. Blasii liberet te Deus a malo gutteris et a quovis alio malo” (Por intercesión de San Blas te preserve Dios del mal de garganta y de cualquier otro mal). En algunas diócesis se añadía: “In nomine Patris et Filii et Spiritus” y el sacerdote hacía la señal de la cruz sobre el fiel. En la Iglesia Latina su fiesta cae en el 3 de Febrero, en las Iglesias Orientales en el 11 de Febrero. Se le representa sosteniendo dos antorchas cruzadas en su mano (la bendición de San Blas), o en una cueva rodeado de bestias salvajes, como fue encontrado por los enviados del gobernador[3].
¿Qué le podemos pedir a San Blas? Un santo decía que el cristiano debía tener la actitud de aquel reo condenado a muerte, que está esperando que en cualquier momento arriben los soldados que lo lleven a comparecer ante el juez: esos reos, entonces, somos nosotros; los soldados son los ángeles de Dios; la comparecencia es el momento de nuestra muerte, y el juez que ha de juzgarnos es el Supremo y Eterno Juez, Jesucristo, en nuestro Juicio Particular. Por lo tanto, le podemos pedir a San Blas que interceda para que, a la hora en que vengan nuestros ángeles a buscarnos para comparecer ante Dios, nos encuentren como lo encontraron los soldados a él en la cueva: postrado de rodillas, rezando e implorando clemencia ante el altar del sacrificio y ante Jesús crucificado. Pidamos también a San Blas que por su intercesión, Dios bendiga nuestras gargantas, pero no sólo para que no tengamos ninguna enfermedad física, sino para que de nuestras gargantas jamás salga ni una sola ofensa contra la divina majestad y ante todo, que de nuestras gargantas sólo salga lo que abunde en nuestros corazones: cánticos de alabanza y adoración a Dios Uno y Trino y de misericordia para con nuestros hermanos.







[1] http://www.corazones.org/santos/blas.htm
[2] Cfr. http://ec.aciprensa.com/wiki/San_Blas
[3] Cfr. http://ec.aciprensa.com/wiki/San_Blas

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