San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

viernes, 17 de febrero de 2017

Los siete santos fundadores de la Orden de los Siervos de María


Vida de santidad.

Estos santos, conocidos como “Los Siete Santos Fundadores de la Orden de los Servidores de la Virgen María”, eran siete comerciantes, amigos entre sí, de la ciudad de Florencia, Italia[1], cuyos nombres eran: Alejo, Amadeo, Hugo, Benito, Bartolomé, Gerardino y Juan. Además de ser santos que eran amigos entre sí –la amistad verdadera y fundada en Cristo es señal de la Presencia del Espíritu Santo en una persona-, tienen la particularidad de haber fundado, los siete, la Orden de los Servidores de la Virgen María, y lo particular es la cantidad, ya que en la mayoría de las fundaciones de órdenes y congregaciones religiosas, los fundadores son, en la gran mayoría de los casos, uno solo y, en pocos casos, dos o tres y no siete, como en este caso. Pero la otra particularidad es la forma en la que recibieron la gracia fundacional: si bien ellos pertenecían a una asociación de devotos de la Virgen María que había en Florencia, todavía no habían fundado la Orden, y la recibieron a esta de una manera tal que no quedan dudas de su origen celestial: la recibieron todos, estando en distintos lugares, el mismo día -el 15 de Agosto, día de la Asunción de la Virgen- y de la misma manera, es decir, en el pensamiento y en el deseo de apartarse del mundo, hacer penitencia, dedicarse a la vida de santidad e ir al Monte Senario a rezar y allí fundar la Orden. La gracia fundacional la recibieron, en las circunstancias que hemos relatado, el 15 de Agosto del año 1233, fiesta de la Asunción de María Santísima, y la a hacer penitencia. Vendieron sus bienes, repartieron el dinero a los pobres y la pusieron en práctica el 8 de septiembre, día del nacimiento de Nuestra Señora, luego de vender todos sus bienes y repartirlos entre los pobres[2]. Así lo relata un testigo contemporáneo de la fecha en la que recibieron esta gracia fundacional: “Teniendo su propia imperfección, pensaron rectamente ponerse a sí mismos y a sus propios corazones, con toda devoción, a los pies de la Reina del cielo, la gloriosísima Virgen María, a fin de que, como mediadora y abogada, les reconciliara y les recomendase a su Hijo, y supliendo con su plenísima caridad sus propias imperfecciones, impetrase misericordiosamente para ellos la fecundidad de los méritos. Por eso, para honor de Dios, poniéndose al servicio de la Virgen Madre, quisieron, desde entonces, ser llamados siervos de María”[3].
Otro milagro vino a confirmar que la gracia fundacional provenía de Dios: alrededor de la fiesta de Epifanía del siguiente año, 1234, iban de dos en dos recorriendo las calles de Florencia y solicitando casa por casa la caridad por amor de Dios, cuando se oyó exclamar a los niños, incluso los que aún no hablaban, señalándoles con el dedo: “He ahí los servidores de la Virgen: dadles una limosna”. Entre aquellos inocentes niños que sirvieron para proclamar el agrado de Dios sobre la nueva Orden estaba uno que todavía no había cumplido los cinco meses, y que con el tiempo habría de ser una de sus más grandes santos: San Felipe Benicio.
Con la puesta en marcha de la Congregación de los Siervos de María, los Siete Santos Fundadores se propusieron consagrarse a su Inmaculado Corazón, propagar la devoción a la Madre de Dios y confiarle a Ella –como hace un niño con su madre, a la cual ama mucho- todos sus planes, sus angustias, sus esperanzas, en fin, todas sus vidas, terrenas y en la eternidad.
Luego de años de penitencia y estudio en el monte Senario, se ordenaron todos sacerdotes, menos Alejo, el menor de ellos, que por humildad quiso permanecer siempre como simple hermano, y fue el último de todos en morir.
Un Viernes Santo recibieron de la Santísima Virgen María la inspiración de adoptar como Reglamento de su Asociación la Regla escrita por San Agustín; lo hicieron así  y pronto esta asociación religiosa se extendió de tal manera que llegó a tener cien conventos, y sus religiosos iban por ciudades y pueblos y campos evangelizando y enseñando a muchos con su palabra y su buen ejemplo, el camino de la santidad y de la salvación eterna para miles de almas. El carisma principal de la Orden, como su nombre lo indica –Siervos de María-, era una gran devoción a la Santísima Virgen y la consagración total de sus vidas a la Madre de Dios, y era a Ella a quien le atribuían las conversiones y los maravillosos favores que la Orden recibía de Dios.
Todos ellos vivieron y murieron en la más perfecta santidad: el más anciano de ellos fue nombrado superior, y gobernó la comunidad por 16 años[4]. Después renunció por su ancianidad y pasó sus últimos años dedicado a la oración y a la penitencia. Una mañana, mientras rezaba los salmos, acompañado de su secretario que era San Felipe Benicio, el santo anciano recostó su cabeza sobre el corazón del discípulo y quedó muerto plácidamente. Lo reemplazó como superior otro de los Fundadores, Juan, el cual murió pocos años después, un viernes, mientras predicaba a sus discípulos acerca de la Pasión del Señor. Estaba leyendo aquellas palabras de San Lucas: “Y Jesús, lanzando un fuerte grito, dijo: ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!” (Lc 23, 46). El Padre Juan al decir estas palabras cerró el evangelio, inclinó su cabeza y quedó muerto muy santamente. Lo reemplazó el tercero en edad, el cual, después de gobernar con mucho entusiasmo a la comunidad y de hacerla extender por diversas regiones, murió con fama de santo. El cuarto, que era Bartolomé, llevó una vida de tan angelical pureza que al morir se sintió todo el convento lleno de un agradabilísimo perfume, y varios religiosos vieron que de la habitación del difunto salía una luz brillante y subía al cielo. De los fundadores, Hugo y Gerardino, mantuvieron toda la vida entre sí una grande y santísima amistad. Juntos se prepararon para el sacerdocio y mutuamente se animaban y corregían. Después tuvieron que separarse para irse cada uno a lejanas regiones a predicar. Cuando ya eran muy ancianos fueron llamados al Monte Senario para una reunión general de todos los superiores. Llegaron muy fatigados por su vejez y por el largo viaje. Aquella tarde charlaron emocionados recordando sus antiguos y bellos tiempos de juventud, y agradeciendo a Dios los inmensos beneficios que les había concedido durante toda su vida. Rendidos de cansancio se fueron a acostar cada uno a su celda, y en esa noche el superior, San Felipe Benicio, vio en sueños que la Virgen María venía a la tierra a llevarse dos blanquísimas azucenas para el cielo. Al levantarse por la mañana supo la noticia de que los dos inseparables amigos habían amanecido muertos, y se dio cuenta de que Nuestra Señora había venido a llevarse a estar juntos en el Paraíso Eterno a aquellos dos que tanto la habían amado a Ella en la tierra y que en tan santa amistad habían permanecido por años y años, amándose como dos buenísimos hermanos.
El último en morir fue el hermano Alejo, que llegó hasta la edad de 110 años. De él dijo uno que lo conoció: “Cuando yo llegué a la Comunidad, solamente vivía uno de los Siete Santos Fundadores, el hermano Alejo, y de sus labios oímos la historia de todos ellos. La vida del hermano Alejo era tan santa que servía a todos de buen ejemplo y demostraba como debieron ser de santos los otros seis compañeros”[5]. El hermano Alejo murió el 17 de febrero del año 1310.

Mensaje de santidad.

Además de ser modelos de santidad en su vida y en su amor a la Virgen, los Siete Santos Fundadores nos dejan otro mensaje de santidad, y es el de poner en evidencia a aquellos que San Luis María Grignon de Montfort llama “falsos devotos de la Virgen”, es decir, los cristianos que disminuyen el culto debido a la Virgen –por encima de ángeles y santos y por debajo de Dios Trino-, porque temen que una excesiva devoción a María los haga perder de vista y apartar de Jesús, y es por eso que tratan de disminuirla en todo, dejándola de lado. Sin embargo, dice San Luis María, eso es falso, porque la consagración al Inmaculado Corazón de María –que forma el carisma esencial de la Orden de los Siervos de María-, es profundamente cristológica, puesto que todo aquel que se consagra a la Virgen, es llevado por Ella a Jesús. Si Jesús es nuestro intercesor ante el Padre, la Virgen lo es ante Jesús. Al recordarlos en su día, les pidamos a estos Santos Fundadores el aumentar, al igual que ellos, cada vez más el amor a la Virgen en nuestros corazones, para aumentar así, cada vez más, nuestro amor a su Hijo Jesús.



[1] https://www.ewtn.com/spanish/Saints/Siete_Santos_Fundadores.htm
[2] Cfr. ibidem.
[3] http://www.almudi.org/calendario-liturgico/meditacion/214-Los-siete-santos-Fundadores-de-la-Orden-de-los-Siervos-de-la-Virgen-Maria
[4] Cfr. ibidem.
[5] Cfr. ibidem.

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