Vida
de santidad.
San
Valentín, sacerdote ministerial, ejercía su sacerdocio en Roma, en el siglo
III. En ese entonces –y tal como sucede hoy-, el matrimonio sacramental se encontraba
duramente desacreditado, hasta el punto en que el emperador Claudio II decidió
prohibir la celebración de matrimonios para jóvenes, argumentando que los
solteros sin familia eran mejores soldados, ya que tenían menos ataduras[1]
terrenas y estaban, por lo tanto, más disponibles para luchar por los fines del
imperio. Según dice una tradición, San Valentín arriesgaba su vida para casar
cristianamente a las parejas durante el tiempo de persecución[2]. San
Valentín, que era un sacerdote celoso de su ministerio y comprendía tanto el
error del emperador, como el valor sobrenatural del matrimonio sacramental,
desafiando al decreto del emperador, comenzó a celebrar matrimonios en secreto.
Puesto que se trataba de tiempos de persecución, el emperador Claudio se enteró
y dio la orden de que el sacerdote fuera arrestado y encarcelado. Estando en la
cárcel, San Valentín continuaba predicando el Evangelio, además de realizar un
prodigioso milagro en favor de la hija no vidente de su carcelero, el oficial
Asterius, quien luego de este prodigio se convirtió al cristianismo, junto con
toda su familia. A pesar de esto, el emperador Claudio finalmente ordenó que lo
martirizaran y ejecutaran el 14 de Febrero del año 270.
Mensaje
de santidad.
Reducir
la figura de San Valentín a “Patrono de los enamorados” significa reducir, casi
a la nada, su mensaje de santidad. Para poder apreciar su mensaje de santidad
tenemos que tener presente, por un lado, el ambiente pagano que era propio del
Imperio Romano del siglo III, ambiente que abarcaba e inficionaba de paganismo
todos los aspectos de la vida, incluido el matrimonio. No solo no se tenía en
cuenta su santidad, sino que se lo prohibía por los supuestos “intereses
supremos” del imperio, como hemos visto. Por otro lado, San Valentín no
arriesgaba su vida para casar sacramentalmente a los novios, por el hecho de
que fuera un contestatario o un revolucionario: era un fiel sacerdote de
Jesucristo, que amaba a Cristo, al sacerdocio ministerial y a la Iglesia y sus
sacramentos. San Valentín comprendía el enorme valor sobrenatural del matrimonio
sacramental católico, que consistía en ser una prolongación y actuación, en el
mundo y en el tiempo, del matrimonio celestial y místico entre Jesús Esposos y
la Iglesia Esposa. San Valentín comprendía que, en virtud del sacramento, los
esposos católicos eran “injertados” en la unión nupcial y sobrenatural,
celestial y divina, anterior a todo matrimonio humano, el desposorio místico
entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa, viniendo así a representar, los
esposos católicos, a este matrimonio místico, en el mundo: el esposo varón, representa
a Jesucristo Esposo, mientras que la esposa mujer representa a la Iglesia Esposa.
Además, San Valentín era consciente de que los esposos católicos recibían, a
través del sacramento del matrimonio, absolutamente todas las gracias que
habrían de necesitar para constituir un matrimonio primero y una familia
después, en la santidad de Jesucristo. En estos tiempos nuestros en los que
vivimos, a inicios del siglo XXI, el matrimonio sacramental está todavía peor
considerado que en los tiempos de San Valentín, al punto que los matrimonios
civiles o, peor aún, las convivencias concubinarias, han superado, en la gran
mayoría de los países católicos, al matrimonio sacramental. Esta es la razón
por la cual la vida y el mensaje de santidad de San Valentín constituyen, para
estos oscuros tiempos sin Dios en los que vivimos, un luminoso faro que señala,
sobre todo a los jóvenes que se aman al punto de querer formar una familia, en
donde se encuentra la raíz y la fuente de la santidad para sus vidas: el
matrimonio sacramental católico.
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