San Ildefonso recibe de manos de María un regalo personal
de Jesús para él. Según la Tradición, la Virgen se le apareció en la capilla
rodeada de ángeles y portando el citado ornamento le dijo: “Tú eres mi capellán
y fiel notario. Recibe esta casulla la cual mi Hijo te envía de su tesorería”.
Debido a la abundancia de pruebas que certificaron que la aparición de la
Virgen y el regalo de la casulla tuvieron lugar y fueron efectivamente reales,
el Concilio de Toledo ordenó un día de fiesta especial para perpetuar su
memoria, siendo documentado el sobrenatural evento en el Acta Sanctorum como
“El Descendimiento de la Santísima Virgen y su Aparición”. El regalo de la
casulla a San Ildefonso fue en premio por haber escrito el “Tratado de Perpetua
Virginidad de María”. ¿Y qué sucede con aquellos hijos de la Virgen, que no
tenemos los méritos de San Ildefonso? No nos deja Nuestra Madre desamparados,
puesto que, sin merecerlo de nuestra parte, la Virgen nos concede, no una
casulla de tela sobre el cuerpo, sino la gracia de su Hijo Jesucristo, en el
alma.
Bienaventurados habitantes del cielo, Ángeles y Santos, vosotros que os alegráis en la contemplación y adoración de la Santísima Trinidad, interceded por nosotros, para que algún día seamos capaces de compartir vuestra infinita alegría.
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