Vida de santidad.
San
Basilio nació en Cesarea de Capadocia el año 330, en el seno de una familia
cristiana[1]. Se
destacó por su gran inteligencia y sus múltiples virtudes y aunque había
comenzado a llevar una vida eremítica, tuvo que abandonarla al ser elegido
obispo de su ciudad en el año 370. Se caracterizó por combatir a una de las más
grandes y peligrosas herejías, el arrianismo, escribiendo muchas e importantes
obras. También redactó reglas monásticas, por las que se rigen aún muchos
monjes orientales y se destacó por el acento puesto en las obras de
misericordia para con los más necesitados. Murió el día 1 de enero del año 379.
San
Gregorio nació cerca de Nacianceno el mismo año 330 y compartió, con su amigo Basilio,
un destino muy similar: entró en la vida eremítica, pero luego tuvo que
abandonarla al ser ordenado, primero presbítero y luego, en el año 381, obispo
de Constantinopla. Sin embargo, a causa de los diversos bandos que dividían a
su Iglesia se retiró a Nacianzo, donde murió el día 25 de enero del año 389 o
390. Por su eximia doctrina y elocuencia, mereció el apelativo de “el teólogo”.
Mensaje de santidad.
San Basilio.
Además
de combatir a la herejía arriana, que niega la divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo –lo cual atenta directamente contra la Eucaristía, porque la
Eucaristía es el mismo Cristo Dios con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad-, el
otro gran mensaje de santidad que nos deja San Basilio es su preocupación por
los pobres, a quienes deseaba ayudar, pero también hacer que otros los ayudaran[2].
De San Basilio son aquellas famosas palabras: “Óyeme cristiano que no ayudas al
pobre: tú eres un verdadero ladrón. El pan que no necesitas le pertenece al
hambriento. Los vestidos que ya no usas le pertenecen al necesitado. El calzado
que ya no empleas le pertenece al descalzo. El dinero que gastas en lo que no
es necesario es un robo que le estás haciendo al que no tiene con que comprar
lo que necesita. Si pudiendo ayudar no ayudas, eres un verdadero ladrón”[3].
San Basilio llama “verdadero ladrón” al cristiano que no auxilia, con sus
bienes, al más necesitado, lo cual implica un gran misterio, porque no se trata
de un mero “asistencialismo” de tipo social, sino de una visión sobrenatural de
la vida, del mundo y de los hombres: se es un “ladrón” cuando no se comparten
los bienes con los más necesitados, porque en ellos está Jesucristo, de un modo
misterioso, pero no menos real.
San
Gregorio Nacianceno.
Su
mensaje de santidad, además del amor a Dios, es acerca de la verdadera amistad,
que es la basada en la amistad de Cristo. En efecto, ambos eran grandes amigos,
pero no con amistad mundana, sino con una amistad verdaderamente cristiana,
basada y cimentada en el Amor de Cristo, que fue el primero en llamarnos a
nosotros, los hombres, sus “amigos”: “Ya no os llamo siervos, sino amigos” (Jn 15, 15). Decía así San Gregorio
Magno, acerca de su amistad con San Basilio[4]: “(…)
Por entonces, no sólo admiraba yo a mi grande y querido Basilio, por la
seriedad de sus costumbres y por la madurez y prudencia de sus palabras (…) Éste
fue el principio de nuestra amistad, el pequeño fuego que empezó a unirnos; de
este modo, se estableció un mutuo afecto entre nosotros”. El “fuego” de la
amistad se inicia en el Fuego del Amor del Sagrado Corazón de Jesús, y es lo
que fundamenta el verdadero amor de amistad cristiano, que se basa en la Verdad
y tiende a la Verdad. Continúa el santo: “(…) Con el correr del tiempo, nos
hicimos mutuas confidencias acerca de nuestro común deseo de estudiar la
filosofía; ya por entonces se había acentuado nuestra mutua estimación,
vivíamos juntos como camaradas, estábamos en todo de acuerdo, teníamos
idénticas aspiraciones y nos comunicábamos cada día nuestra común afición por
el estudio, con lo que ésta se hacía cada vez más ferviente y decidida. Teníamos
ambos una idéntica aspiración a la cultura, cosa que es la que más se presta a
envidias; sin embargo, no existía entre nosotros tal envidia, aunque sí el
incentivo de la emulación. Nuestra competición consistía no en obtener cada uno
para sí el primer puesto, sino en obtenerlo para el otro, pues cada uno
consideraba la gloria de éste como propia. Era como si los dos cuerpos tuvieran
un alma en común. Pues si bien no hay que dar crédito a los que afirman que
todas las cosas están en todas partes, en nuestro caso sí podía afirmarse que
estábamos el uno en el otro”.
Lo
que los une es el amor a la virtud y a un comportamiento que los hiciera
merecedores de la vida eterna: “Idéntica era nuestra actividad y nuestra
afición: aspirar a la virtud, vivir con la esperanza de las cosas futuras y
tratar de comportarnos de tal manera que, aun antes de que llegase el momento
de salir de esta vida, pudiese decirse que ya habíamos salido de ella. Con
estos pensamientos dirigíamos nuestra vida y todas nuestras acciones,
esforzándonos en seguir el camino de los mandamientos divinos y estimulándonos
el uno al otro a la práctica de la virtud; y, si no pareciese una arrogancia el
decirlo, diría que éramos el uno para el otro la norma y regla para discernir
el bien del mal”. El verdadero amor de amistad se encuentra en esta frase: “(…)
éramos el uno para el otro la norma y regla para discernir el bien del mal”. El
que ama verdaderamente a su amigo, no solo jamás lo inducirá al mal, sino que será
como su ángel guardián, o como su conciencia, que lo guiará siempre al Bien
Increado, que es Jesucristo.
Por
último, para San Basilio, su mayor “título de gloria” era el “ser cristiano” y
el “ser reconocido” por ese nombre, es decir, por las obras, que nunca son
malas, sino buenas y verdaderas, porque están cimentadas y fundadas en Cristo: “Y,
así como hay algunos que tienen un sobrenombre, ya sea heredado de sus padres,
ya sea adquirido por méritos personales, para nosotros el mayor título de
gloria era el ser cristianos y ser con tal nombre reconocidos”.
Además
de lo relacionado con la verdadera amistad cristiana, hay otro gran mensaje de
santidad de San Gregorio, y es en relación a la condición de María Virgen como
Madre de Dios, un concepto que implica que el fruto de sus entrañas virginales,
Cristo Jesús, era un embrión verdadero, es decir, un niño no-nato, que recibió
los nutrientes maternos y el “revestimiento” de carne y sangre maternas, como
le sucede a todo embrión humano. Esto es necesario aclarar, sobre todo para
aquellos herejes que niegan la corporeidad del Dios Invisible, Nuestro Señor
Jesucristo, lo cual constituye un grave error, tanto con relación a la Virgen,
como con relación a Jesús. Al respecto, decía así el santo: “Si alguien no está
de acuerdo en que Santa María es la Madre de Dios, está en desacuerdo con la Divinidad.
Si alguno afirma que Cristo solamente pasó a través de la Virgen como a través
de un canal y niega que Él haya sido formado dentro de Ella de un modo divino,
sin intervención de hombre, y de un modo humano según las leyes de la
gestación, ese tal es un impío”. Y de manera análoga, puesto que Jesús prolonga
su Encarnación en la Eucaristía, se puede decir que quien afirma que Jesús no
está con su Cuerpo en la Eucaristía, formado al modo divino –esto es, por obra del
Espíritu Santo, en el momento de la consagración, en donde la substancia del
pan se convierte en la substancia del Cuerpo de Cristo y la del vino en la
substancia de la Sangre de Cristo-, ese tal es un impío.
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