Considerado
como el padre del monaquismo, San Antonio abad nació en Egipto hacia el año 250,
hijo de acaudalados campesinos. Luego de la muerte de sus padres, en el momento
en el que asistía a una celebración Eucarística escuchó las Palabras de Jesús: “Si
quieres ser perfecto, ve y vende todo lo que tienes y dalo a los pobres”, que
San Antonio consideró como dichas directamente a él. Fue así que repartió su
herencia entre los pobres y se retiró al desierto, para llevar una vida de
penitencia y oración, llevando una vida eremítica y convirtiéndose en modelo de
espiritualidad ascética. Fundó comunidades de oración y trabajo, logrando así
conciliar la vida solitaria con la dirección de un monasterio. Además de su
espiritualidad monacal, se caracterizó por el apoyo a los confesores de la fe
durante la persecución de Diocleciano, además de apoyar a San Atanasio en sus
luchas contra la herejía gnóstica sostenida por el sacerdote apóstata Arrio.
Murió en el año 356 en el monte Colzim, próximo al mar Rojo. Se dice que de
avanzada edad pero no se conoce su fecha de nacimiento.
Mensaje de santidad[2].
Una
colección de sentencias suyas, conocida como “apotegmas”, demuestra su profunda
y sobrenatural espiritualidad evangélica. De entre los temas de los apotegmas,
podemos rescatar uno, referido a la tentación, en la que el santo la describe
como incluso necesaria para la salvación, puesto que así el alma puede probar –sostenida
por la gracia- su amor por Dios y su rechazo por el demonio. Es decir, lejos de
ser la tentación un obstáculo para la vida espiritual, es imprescindible para
su crecimiento e incluso, para entrar en el Reino de los cielos: “Quien no ha
sufrido la tentación no puede entrar en el Reino de los Cielos. En efecto,
dijo, suprime las tentaciones y nadie se salvará”. En otro lugar, dice así: “La
tentación acompaña al hombre como su sombra, incluso se le adelanta... Esta es
la vía de la salvación, la única: “Bienaventurado el varón que soporta la
tentación, porque probado, recibirá la corona de la vida que el Señor prometió
a los que le aman” (Sant 1, 12)”. Para
San Antonio, la tentación hace ver al hombre cuál es la realidad de su ser, su
fragilidad, y por lo tanto, su dependencia de Cristo, ayudándolo así a crecer
en la humildad y a evitar la soberbia: “La tentación conduce al hombre a la
verdad de su ser, dándole la media exacta de su fragilidad; la tentación le
fortalece probándole y le lleva a su madurez en Cristo”. Citando a otro Padre
del desierto, Isaac el sirio, San Antonio afirma que el hombre que “ha visto su
pecado”, es decir, se ha reconocido en la tentación, “es más grande” que
alguien que hace milagros portentosos, como resucitar muertos: “Aquel que ha
visto su pecado, dice Isaac el sirio- es más grande que quien resucita muertos”.
Luego
da el remedio contra la tentación, el contemplar a Jesús crucificado para
obtener su gracia y así ser curados, al igual que los israelitas en el desierto
eran curados cuando contemplaban la serpiente de bronce de Moisés: “Si somos
mordidos por alguna serpiente, contemplemos a Cristo clavado en la cruz, como
los israelitas miraban la serpiente de bronce en el estandarte (Núm 21, 8-9)”. Luego afirma que la
tentación tiene un “sentido pascual”, porque es un “paso” que conduce de “nuestra
muerte”, a la Vida, que es Jesús: “Toda tentación tiene un sentido pascual: nos
arranca de nuestra muerte y nos hace pasar a Él, el Viviente”.
Esta
función benéfica de la tentación no se limita a un período de la vida, sino que
se prolonga hasta el último instante de la existencia terrena: “Dijo Antonio al
Abba Poemén[3]:
“Este es el gran quehacer del hombre: reconocer su pecado en presencia de Dios
y esperar la tentación hasta el último respiro””.
En un momento de la historia y de la Iglesia en la que el
hombre, más que eliminar el pecado, pretende convertirlo en algo bueno y
apetitoso, San Antonio abad con sus apotegmas, nos alerta ante el peligro que
subyace en esta y en toda tentación, el creer en la Gran Mentira del Tentador: “Seréis
como dioses” (cfr. Gn 3, 5).
[1] http://www.corazones.org/santos/antonio_abad.htm
[2] http://parrhesiamonastica.blogspot.com.ar/2011/04/apotegmas-de-san-antonio-abad.html
[3] “Poemén”, que
significa “pastor”, es una figura grande del monacatao de Scete. Se le
atribuyen más de 200 sentencias. Afirma que la verdadera grandeza del hombre es
reconocer su miseria.
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