San
Antonio Abad está meditando en la Palabra de Dios que aparece abierta a su
lado-, mientras hace duras penitencias –ayuna, viste con un sayal, duerme en
una cueva-; es en esa ocasión en la que los demonios, representados con
horribles figuras que se ubican a su alrededor lo atacan, buscando no solo
distraerlo de sus reflexiones sino hacerlo caer en pecado mortal, por medio de
fortísimas tentaciones, principalmente contra la carne. Sin embargo, cuanto más
duro es el asalto demoníaco y cuando humanamente no hay escapatoria, Nuestro
Señor Jesucristo -que aparece en el cielo transportado por ángeles- acude en
ayuda de su santo, a quien le basta contemplarlo para salir victorioso y
todavía más fortalecido en la gracia que antes de la tentación. San Antonio ni
mira ni dialoga con los demonios –no se dialoga con la tentación-, sino que
eleva sus manos al cielo y mira a Jesús. Así, nos enseña que sin la gracia, el
alma cae inevitablemente en el pecado mortal, pero con la gracia, adquiere la
fortaleza misma del Hombre-Dios, que le permite vencer y salir victorioso, aún
si es todo el infierno el que la asalta.
Bienaventurados habitantes del cielo, Ángeles y Santos, vosotros que os alegráis en la contemplación y adoración de la Santísima Trinidad, interceded por nosotros, para que algún día seamos capaces de compartir vuestra infinita alegría.
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