Dentro de sus innumerables méritos de su vida de santidad,
podemos decir que Santo Tomás de Aquino ostenta uno, sumamente importante en
estos días de gran confusión mental y espiritual. ¿En qué consiste? Para poder
comprenderlo, debemos considerar antes cuál es la raíz o base filosófica del
gnosticismo –sea de la Nueva Era, sea de buena parte del catolicismo modernista
actual-, un gnosticismo que hunde sus raíces en la filosofía inmanentista de Descartes,
Kant, Hegel, Heidegger, Nietszche y, últimamente, Karl Rahner. En pocas
palabras, dicha filosofía inmanentista “encierra” al hombre en su propio
pensamiento, puesto que considera al intelecto humano incapaz de “penetrar” en
la esencia y el acto de ser de lo que “está afuera” de la esencia y el acto de
ser del hombre. De esta manera, todo, absolutamente todo que el hombre crea que
está fuera de él o que “es” fuera de él, no lo será tal, sino sólo un producto
de su razón. Esta trágica consecuencia del inmanentismo –básicamente kantiano y
luego rahneriano- se revela en toda su dramaticidad cuando se habla de Dios,
puesto que para esta filosofía inmanentista, “Dios” será siempre y en todo
momento, sólo un producto del pensamiento y de la razón humana, y nunca un Ser
divino, exterior al hombre, un “Otro” absolutamente distinta, con naturaleza y
Acto de Ser radicalmente distintos al hombre.
En este sentido, Santo Tomás, con su filosofía y metafísica
del Acto de ser” –ipsum esse subsistens-,
que considera que, por un lado, la inteligencia humana sí puede trascenderse a
sí misma para “intus-leggere” –leer adentro- de la esencia de las cosas que
están ahí fuera de su espíritu y desentrañar su núcleo subsistente, el ipsum esse subsistens o Acto de ser, no
solo se contrapone a la filosofía inmanentista de corte kantiano-rahneriano,
sino que la suprime al demostrar su intrínseca falsedad. De esta manera, la
filosofía y metafísica de la trascendencia de Santo Tomás, basada en el
descubrimiento del Acto de Ser de las cosas, de las personas y de Dios, se
erige como la única filosofía válida para el hombre de todos los tiempos,
mientras proporciona legítimas herramientas que permiten contrarrestar la
susodicha filosofía de la inmanencia, que conduce a una religión –incluso dentro
del catolicismo- esencialmente gnóstica y, por lo mismo, falsa.
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