En la Conversión de San Pablo, debemos considerar que la luz
que lo convierte, no es solo exterior, sino ante todo interior, pero no surgida
de sí mismo, sino venida de lo alto; es una Luz Increada, que brota del Ser
divino trinitario de Cristo Jesús; es una luz que, iluminando el alma, le
disipa las tinieblas del error, del pecado y de la ignorancia, a la par que
hace al alma partícipe de la vida divina trinitaria, lo cual implica conocer y
amar a Dios tal como Dios es: Uno y Trino, encarnado en la Persona del Hijo en
Jesús de Nazareth. Es por esto que la conversión de Pablo no es una mera “conversión
a Dios” Uno, sino a Dios Uno y Trino y al Mesías y Redentor, Cristo Jesús.
La conversión del católico también debe ser en este mismo
sentido, conversión a la Trinidad y al Mesías, Cristo Jesús. No es una conversión
al Dios Uno; no es una conversión “monoteísta”, sino trinitaria, al Dios Trino
y al Mesías Jesús. Pero el católico está llamado a profundizar esta conversión,
no por obra propia, como si de él dependiese, lo cual es imposible, sino por
medio de la luz del Espíritu Santo, que le revela y al mismo tiempo lo hace
partícipe de los misterios del Hombre-Dios Jesucristo. La conversión a la cual
el católico y toda la Iglesia está llamado, es la “conversión eucarística”,
esto es, la conversión, el dirigir y centrar el propio acto de ser a Dios Trino
y a su Mesías, Dios Hijo encarnado, que prolonga su encarnación en la
Eucaristía. En otras palabras, el mismo Hombre-Dios que se le revela a San
Pablo y lo convierte con su luz, es el mismo Hombre-Dios que está Presente en
el Sacramento de la Eucaristía, y es por esto que, hacia la Eucaristía –y no
hacia un vago “Dios”-, es que debe convertirse el cristiano y la Iglesia toda. Mientras
no se dé, en el alma de todo bautizado en la Iglesia Católica y en toda la Iglesia
Católica en cuanto Cuerpo Místico de Cristo, esta conversión eucarística,
seremos, sino ateos o apóstatas, meros creyentes de un Dios Uno, que en nada se
diferencian de creyentes de otras religiones monoteístas. Que Nuestra Señora de
la Eucaristía, tomando posesión de nuestros pobres corazones pecadores, los
guíe y los conduzca hacia la “conversión eucarística”, única conversión –en cuanto
continuadora y profundizadora de la conversión de Pablo- necesaria y posible
para la salvación del alma.
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