Antes de morir atravesada por la espada de su verdugo, Santa
Inés dijo una frase en la que se condensa la fe del cristiano y que expresa
hasta dónde llega esta fe, la cual no consiste en una mera proclamación con los
labios, sino que debe llegar hasta el don de la propia vida. Santa Inés dijo
así a su verdugo: “Puedes manchar tu espada con Mi sangre, pero nunca
profanarás mi cuerpo que he consagrado a Cristo”. En esta frase está condensada
nuestra fe cristiana: Santa Inés está a punto de morir, de perder la vida
terrena, pero lejos de suplicar a quien la está por matar, que le perdone la
vida, ofrece su vida terrena –“puedes manchar tu espada con mi sangre”, esto
es: “puedes matarme”- porque espera ganar la vida eterna. En efecto, el mártir
no desprecia temerariamente la vida terrena, sino que la entrega, con amor y
fe, en testimonio de Aquél que es el Rey de los mártires, Cristo Jesús. Estamos
en esta vida para testimoniar al Verbo de Dios Encarnado, Jesús, y esta misión
la cumple cabalmente el mártir. En la segunda parte de la frase, también se
expresa un segundo aspecto fundamental de nuestra fe, que es el de conservar la
vida de la gracia, prefiriendo la muerte antes que perderla por el pecado. Dice
Santa Inés: “nunca profanarás mi cuerpo que he consagrado a Cristo”; esto es,
“prefiero morir por la espada antes que perder mi estado de gracia, profanando
mi cuerpo con amores mundanos”. Santa Inés elige morir antes que perder la
virginidad, consagrada a Cristo, y elige los gozos de la vida eterna y no los
de la vida terrena, porque espera en Cristo. Como hermosamente dice San
Ambrosio: “En una sola víctima tuvo lugar un doble martirio: el de la castidad
y el de la fe”[1].
Este mensaje de santidad de Santa Inés es sumamente válido para nuestros días,
caracterizados por la más nauseabunda oleada de impureza, sea corporal que
espiritual, que inunda nuestro mundo, y es especialmente válido para los niños
y jóvenes –aunque también para los adultos-, quienes deberían aprender de Santa
Inés este mensaje: es preferible perder la vida terrena antes que perder la
vida eterna, y es preferible que el cuerpo, que es “templo del Espíritu Santo”
(cfr. 1 Cor 6, 19) sea destruido,
antes que profanarlo por el pecado.
Bienaventurados habitantes del cielo, Ángeles y Santos, vosotros que os alegráis en la contemplación y adoración de la Santísima Trinidad, interceded por nosotros, para que algún día seamos capaces de compartir vuestra infinita alegría.
San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario