La
muerte martirial de San Timoteo, ocurrida en el año 97 de la Era Cristiana, es
un ejemplo y un modelo de fe y de amor a Jesucristo de tal magnitud, que
trasciende el tiempo: acaecida pocos años después de la muerte de Cristo,
conserva todo su valor testimonial en el siglo XXI. Luego de ser nombrado como
primer obispo de la Iglesia de Éfeso, fue encarcelado, sentenciado a morir
apaleado y apedreado, siendo finalmente ejecutado por orden del emperador
Diocleciano. ¿La razón de su martirio? El oponerse, como cristiano, a un
festival pagano en honor de una de las diosas del panteón politeísta romano
llamada Diana.
En
nuestros días, se produce un fenómeno contrario al del martirio, y es la
apostasía: una inmensa multitud de cristianos –católicos-, al revés de San
Timoteo, que perdió su vida terrena por no renegar y rechazar a Jesucristo en
favor de los ídolos, estos cristianos ofrendan sus vidas a los múltiples ídolos
de nuestro mundo contemporáneo –dinero, placer, hedonismo, materialismo,
ocultismo, paganismo-, renegando y rechazando a Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en Persona, real, verdadera y substancialmente en la Eucaristía. Lo único
que quiere Jesús es darnos su Amor, el Amor inefable, infinito y eterno, de su
Sagrado Corazón Eucarístico, pero los hombres de hoy, envueltos en las más
siniestras tinieblas, prefieren –sólo por dar un ejemplo- un espectáculo deportivo
en lugar de la Santa Misa dominical. La apostasía es la contracara perversa del
martirio, y ésta es la razón por la cual la muerte martirial de San Timoteo,
ocurrida a veinte siglos de distancia, es válida y actual para nosotros,
católicos que vivimos en la posmodernidad.
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