Vida de santidad[1].
Nació en Estridón (Dalmacia) hacia el año 340; estudió en
Roma y allí fue bautizado. Abrazó la vida ascética, marchó al Oriente y fue
ordenado presbítero. Volvió a Roma y fue secretario del papa Dámaso. En esta
época es cuando empezó su traducción latina de la Biblia. Promovió la vida
monástica, estableciéndose luego en Belén, en donde murió en el año 420.
Escribió gran cantidad de obras, principalmente comentarios de la sagrada
Escritura.
Mensaje de santidad.
San Jerónimo, gran estudioso de la Biblia, afirmaba que “desconocer
las Escrituras, es desconocer a Cristo”: “Cumplo con mi deber, obedeciendo los
preceptos de Cristo, que dice: Ocupaos en examinar las Escrituras, y también:
Buscad y hallaréis, para que no tenga que decirme, como a los judíos: Estáis en
un error; no entendéis las Escrituras ni el poder de Dios. Pues si, como dice
el apóstol Pablo, Cristo es el poder de Dios y la sabiduría de Dios, y el que
no conoce las Escrituras no conoce el poder de Dios ni su sabiduría, de ahí se
sigue que ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo”[2].
Para
San Jerónimo es tan importante la Escritura, que no se explica cómo se puede vivir,
no sin alimentos para el cuerpo, sino sin “la ciencia de las Escrituras”: “¿Cómo
es posible vivir sin la ciencia de las Escrituras, a través de las cuales se
aprende a conocer al mismo Cristo, que es la vida de los creyentes?”.
También
afirma que la Biblia es el instrumento “con el que cada día Dios habla a los
fieles, se convierte de este modo en estímulo y manantial de la vida cristiana
para todas las situaciones y para toda persona”.
Quien
lee la Escritura, conversa con Dios: “Si rezas -escribe a una joven noble de
Roma- hablas con el Esposo; si lees, es Él quien te habla”.
Puesto
que la Biblia es de origen sobrenatural y si tratamos de leerla e interpretarla
con nuestra razón humana solamente, no seremos capaces de aprehender el
misterio y la rebajaremos al nivel de lo que nuestra razón puede entender, San
Jerónimo da el criterio para leer e interpretarla: “Un criterio metodológico
fundamental en la interpretación de las Escrituras es la sintonía con el
magisterio de la Iglesia”. Es decir, no se puede leer ni interpretar la
Escritura, sino es en plena sintonía con el Magisterio de la Iglesia.
Es
en este sentido que afirma: “Estoy con quien esté unido a la Cátedra de San
Pedro”; “Yo sé que sobre esta piedra está edificada la Iglesia”: esto quiere
decir lo mismo que recién: que la interpretación de la Escritura no se puede
hacer al margen del Magisterio de la Iglesia, representado por Pedro.
Nuevamente,
afirma la misma idea: “Por nosotros mismos nunca podemos leer la Escritura.
Encontramos demasiadas puertas cerradas y caemos en errores. La Biblia fue
escrita por el Pueblo de Dios y para el Pueblo de Dios, bajo la inspiración del
Espíritu Santo”. Al ser de origen sobrenatural, si leemos la Escritura solo a
la luz de nuestra limitada razón, “encontraremos demasiadas puertas cerradas y
caeremos en errores”; sólo el Espíritu Santo, que se manifiesta a través del
Magisterio, nos abrirá las puertas de la Sabiduría y evitará que caigamos en
penosos errores.
En
otras palabras, para el santo, la auténtica interpretación de la Biblia sólo se
puede dar cuando se permanece en completa armonía con la fe de la Iglesia Católica,
y no según otros credos.
Una
consecuencia de la lectura de la Escritura es la misericordia para con el
prójimo: “vestir a Cristo en los pobres, visitarle en los que sufren, darle de
comer en los hambrientos, cobijarle en los que no tienen un techo”.
La
Palabra de Dios, según San Jerónimo, “indica al hombre las sendas de la vida, y
le revela los secretos de la santidad”.
Ahora bien, si todo esto que dice San Jerónimo acerca de la
Palabra de Dios escrita, la Biblia, es cierto, todo esto lo podemos aplicar de
modo análogo a la Palabra de Dios encarnada, la Eucaristía. Es decir, en cada
lugar en donde dice: “Biblia” o “Palabra de Dios”, ponemos “Eucaristía”, con lo
cual quedarían así las afirmaciones de San Jerónimo: “¿Cómo es posible vivir
sin la Eucaristía, a través de la cual se aprende a conocer al mismo Cristo,
que es la vida de los creyentes?”.
Comulgar
la Eucaristía es el equivalente a conversar con Dios: “Si comulgas, Él cena
contigo y tú con Él”.
Y
al igual que sucede con la Biblia, que no puede ser leída e interpretada al
margen del Magisterio de la Iglesia Católica y de la fe de Pedro, el Vicario de
Cristo, tampoco la fe en la Eucaristía puede permanecer al margen del
Magisterio y de la fe de Pedro, el Papa, porque eso equivaldría a rebajar el
misterio eucarístico al bajo nivel de nuestra razón: “Un criterio metodológico
fundamental en la fe eucarística es la sintonía plena y absoluta con Magisterio
bimilenario de la Iglesia”. Es decir, no se puede creer ni comulgar la
Eucaristía, sino es en plena sintonía con lo que la Santa Iglesia Católica ha
afirmado, desde siempre, acerca de la Presencia real y substancial de Nuestro
Señor en la Hostia consagrada.
También
en este sentido, podemos afirmar, junto con San Jerónimo, con respecto a la doctrina
eucarística: “Estoy con quien esté unido a la Cátedra de San Pedro”; “Yo sé que
sobre esta piedra está edificada la Iglesia”; es decir, la doctrina acerca de la
Escritura no se puede hacer al margen del Magisterio de la Iglesia,
representado por Pedro.
Y
al igual que sucede con la Escritura, que si se la lee con la sola razón humana
se cae en errores, lo mismo es con respecto a la Eucaristía, si se la ve con la
sola razón del hombre, se cae en innumerables errores y herejías, unos peores
que otros: “Por nosotros mismos nunca podemos creer en la Eucaristía.
Encontramos demasiadas puertas cerradas y caemos en errores. La Eucaristía es
obra de Dios y de su Espíritu Santo, para el Pueblo de Dios”. Al ser de origen
sobrenatural, si creemos en la Eucaristía solo a la luz de nuestra limitada
razón, “encontraremos demasiadas puertas cerradas y caeremos en errores”; sólo
el Espíritu Santo, que se manifiesta a través del Magisterio, nos abrirá las
puertas de la Sabiduría y evitará que caigamos en penosos errores, cismas y
herejías.
En
otras palabras, así como sucede con la Palabra de Dios escrita, también para la
auténtica fe en la Palabra de Dios encarnada, Presente bajo apariencia de pan, sólo
se puede dar cuando se permanece en completa armonía con la fe de la Iglesia Católica,
y no según otros credos.
Y
de la misma manera a como sucede con la Escritura, cuya lectura conduce a amar
misericordiosamente al prójimo, también sucede lo mismo con la Eucaristía,
puesto que quien comulga el Amor de Cristo bajo apariencia de pan, debe dar
luego ese mismo Amor al prójimo, bajo la forma de obras de misericordia,
corporales y espirituales: “vestir a Cristo en los pobres, visitarle en los que
sufren, darle de comer en los hambrientos, cobijarle en los que no tienen un
techo”.
Por
último, al igual que la Palabra de Dios, la Eucaristía, esto es, Jesucristo
Dios oculto en las especies eucarísticas, “indica al hombre las sendas de la
vida, y le revela los secretos de la santidad”. Podemos decir, con San Jerónimo: "Desconocer la Eucaristía es desconocer a Cristo".
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