La persona angélica de San Miguel Arcángel, llamado por la
Iglesia “Príncipe de la milicia celestial”, está estrechamente relacionada con
otra persona angélica, también príncipe, el “Príncipe de las tinieblas” (cfr. Ef 6, 12),
Satanás, llamado también Ángel caído y Serpiente Antigua. San Miguel Arcángel
es nombrado en el Apocalipsis, en la batalla celestial en la que San Miguel y
sus ángeles libran contra el Demonio y los ángeles apóstatas, arrojándolos
luego al infierno: “Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus Ángeles
combatieron con el Dragón. También el dragón y sus ángeles combatieron pero no
prevalecieron y no hubo ya en cielo lugar para ellos. Y fue arrojado el gran
Dragón, la Serpiente Antigua, el llamado Diablo y Satanás, el seductor del
mundo entero”[1].
Su figura es sinónimo de amor incondicional a Dios Trino,
bajo cuyas órdenes combate en el cielo para arrojar al Demonio, el cual,
derrotado por San Miguel y sus Ángeles de luz, “cae como un rayo”, tal como lo
describe Nuestro Señor Jesucristo: “Vi a Satanás caer del cielo como un rayo” (Lc 10, 18). Pero también
es sinónimo de amor a Dios bajo el aspecto de Verdad Absoluta, y en este
sentido, es opuesto a toda clase de relativismo, porque inmediatamente después
que el Príncipe de las tinieblas dijera, de forma soberbia y arrogante, la
primera mentira jamás dicha por nadie antes en el cielo, “Yo soy como Dios”, al
instante de ser proferida esta mentira blasfema –por eso es llamado por Jesús “Príncipe
de la mentira” (cfr. Jn 8, 44)-, San Miguel Arcángel, que ama a Dios, que es la Verdad Increada
y Subsistente, hace resonar, con voz potente en el cielo, la verdad de Dios que
resplandece por sobre la mentira del Demonio: “¿Quién como Dios? ¡Nadie como
Dios!”, luego de lo cual, San Miguel Arcángel libra la victoriosa batalla
contra el Demonio y los ángeles apóstatas.
Por
esta razón es que la invocación, por parte de los cristianos, de San Miguel
Arcángel, es más urgente que nunca, porque el relativismo sincrético y gnóstico
de la Nueva Era lleva, en última instancia, a que el hombre repita, dentro de
sí, y como un eco de la infame mentira pronunciada por Satanás en el cielo, la
misma mentira de este: “Yo soy como Dios”. En nuestros tiempos, el hombre ha
desplazado a Dios Trino de su corazón, para entronizarse él mismo como su
propio dios, y esto no es otra cosa que la participación, por el “misterio de
la iniquidad”, de la misma mentira blasfema del Demonio en los cielos. Hoy, el
hombre pretende vivir al margen de los Mandamientos de la Ley de Dios y al
margen de su vida, de su amor y de su gracia, y esto lo podemos constatar día a
día en las numerosas leyes –como el divorcio, el aborto, la eutanasia, la
ideología de género- que contrarían la voluntad de Dios, al mismo tiempo que
exaltan la voluntad del hombre. Pero no somos Dios, por eso es falso y está
destinado al más rotundo fracaso, la construcción de un mundo sin Dios o,
mejor, de un hombre construido a la medida de ese “dios” con minúscula, que el
hombre cree ser. Hoy, como nunca antes en la historia, como en el tiempo sin
tiempo del Reino de los cielos, debemos invocar al Príncipe de la Milicia celestial, San Miguel Arcángel y
repetir, junto con él: “¿Quién como Dios? ¡Nadie como Dios!”.
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