San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 29 de septiembre de 2016

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial


         
      La persona angélica de San Miguel Arcángel, llamado por la Iglesia “Príncipe de la milicia celestial”, está estrechamente relacionada con otra persona angélica, también príncipe, el “Príncipe de las tinieblas” (cfr. Ef 6, 12), Satanás, llamado también Ángel caído y Serpiente Antigua. San Miguel Arcángel es nombrado en el Apocalipsis, en la batalla celestial en la que San Miguel y sus ángeles libran contra el Demonio y los ángeles apóstatas, arrojándolos luego al infierno: “Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus Ángeles combatieron con el Dragón. También el dragón y sus ángeles combatieron pero no prevalecieron y no hubo ya en cielo lugar para ellos. Y fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente Antigua, el llamado Diablo y Satanás, el seductor del mundo entero”[1].
         Su figura es sinónimo de amor incondicional a Dios Trino, bajo cuyas órdenes combate en el cielo para arrojar al Demonio, el cual, derrotado por San Miguel y sus Ángeles de luz, “cae como un rayo”, tal como lo describe Nuestro Señor Jesucristo: “Vi a Satanás caer del cielo como un rayo” (Lc 10, 18). Pero también es sinónimo de amor a Dios bajo el aspecto de Verdad Absoluta, y en este sentido, es opuesto a toda clase de relativismo, porque inmediatamente después que el Príncipe de las tinieblas dijera, de forma soberbia y arrogante, la primera mentira jamás dicha por nadie antes en el cielo, “Yo soy como Dios”, al instante de ser proferida esta mentira blasfema –por eso es llamado por Jesús “Príncipe de la mentira” (cfr. Jn 8, 44)-, San Miguel Arcángel, que ama a Dios, que es la Verdad Increada y Subsistente, hace resonar, con voz potente en el cielo, la verdad de Dios que resplandece por sobre la mentira del Demonio: “¿Quién como Dios? ¡Nadie como Dios!”, luego de lo cual, San Miguel Arcángel libra la victoriosa batalla contra el Demonio y los ángeles apóstatas.
Por esta razón es que la invocación, por parte de los cristianos, de San Miguel Arcángel, es más urgente que nunca, porque el relativismo sincrético y gnóstico de la Nueva Era lleva, en última instancia, a que el hombre repita, dentro de sí, y como un eco de la infame mentira pronunciada por Satanás en el cielo, la misma mentira de este: “Yo soy como Dios”. En nuestros tiempos, el hombre ha desplazado a Dios Trino de su corazón, para entronizarse él mismo como su propio dios, y esto no es otra cosa que la participación, por el “misterio de la iniquidad”, de la misma mentira blasfema del Demonio en los cielos. Hoy, el hombre pretende vivir al margen de los Mandamientos de la Ley de Dios y al margen de su vida, de su amor y de su gracia, y esto lo podemos constatar día a día en las numerosas leyes –como el divorcio, el aborto, la eutanasia, la ideología de género- que contrarían la voluntad de Dios, al mismo tiempo que exaltan la voluntad del hombre. Pero no somos Dios, por eso es falso y está destinado al más rotundo fracaso, la construcción de un mundo sin Dios o, mejor, de un hombre construido a la medida de ese “dios” con minúscula, que el hombre cree ser. Hoy, como nunca antes en la historia, como en el tiempo sin tiempo del Reino de los cielos, debemos invocar al Príncipe de la Milicia celestial, San Miguel Arcángel y repetir, junto con él: “¿Quién como Dios? ¡Nadie como Dios!”.




[1] 12, 7-9.

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