Santa
Teresita del Niño Jesús, proclamada Doctora de la Iglesia, propone un “camino” para
ir al cielo: “Mi caminito es el camino de una infancia espiritual, el camino de
la confianza y de la entrega absoluta”. La Iglesia reconoce la enseñanza
profunda y valiosa del “caminito” de Santa Teresita, que implica el aceptar
nuestras propias limitaciones, y el dar de todo corazón –con amor- lo que
tengamos, no importa lo pequeña que sea la ofrenda[1].
¿En
qué consiste esta “infancia espiritual” de Santa Teresita? Escuchémoslo de la
propia santa: “Mi constante deseo ha sido siempre llegar a santa, mas ¡ay!
cuantas veces me he comparado con los santos, he constatado siempre que entre
ellos y yo existe la misma diferencia que observamos en la naturaleza entre una
montaña cuya cumbre se pierde en las nubes y el obscuro grano de arena, pisado
por los viandantes”[2].
Santa Teresita se compara con los grandes santos, y constata que la diferencia
entre ella y esos santos, es enorme. Sin embargo, esto no la desalienta:
sostiene que, a pesar de su pequeñez, puede igualmente aspirar a la santidad y
el modo es encontrar un “ascensor” que la conduzca hasta Jesús: “En vez de
desalentarme, me he dicho: Dios no inspira deseos irrealizables; puedo, pues, a
pesar de mi pequeñez, aspirar a la santidad. ¡Engrandecerme, es imposible! He
de soportarme tal como soy, con mis innumerables imperfecciones; pero quiero
buscar la manera de ir al cielo, por un caminito muy recto, muy corto, por un
caminito enteramente nuevo. Estamos en un siglo de inventos; hoy día, no es
menester ya fatigarse en subir los peldaños de una escalera; en las casas ricas
hay un ascensor que lo sustituye con ventaja. Quiero también encontrar un
ascensor para remontarme hasta Jesús, puesto que soy demasiado pequeña para
subir por la ruda escalera de la perfección”. Santa Teresita utiliza dos
figuras, para graficar la perfección espiritual que se desea alcanzar: una
escalera –ardua para ella, en la que hay que ascender peldaño por peldaño- y un
ascensor, por medio del cual, obviamente, se asciende de modo rápido a las
cumbres de la perfección cristiana y sin prácticamente fatiga alguna, de igual
manera a como alguien que, estando en la planta baja de un edificio, se
traslada hasta la terraza del mismo en pocos segundos, usando el ascensor.
Escuchemos
cómo nos refiere la Santa la manera cómo ella encontró este camino o ascensor
que nos enseña, para que podamos subir hasta Jesús, aunque seamos pequeños y
débiles en la virtud: “He pedido entonces, a los Libros Santos, que me indiquen
el ascensor deseado, y he encontrado estas palabras pronunciadas por boca de la
misma Sabiduría eterna: “Si alguno es pequeñito que venga a mí” (Prov 9, 4). Aquí hay un
primer indicio, y es la pequeñez del alma. Luego dice: “Me he acercado, pues, a
Dios, adivinando que había encontrado lo que buscaba y, al querer saber lo que
hará Dios con el pequeñito, he proseguido buscando, y he aquí lo que he
encontrado: ‘Como una madre acaricia a su hijito, así os consolaré yo: a mi
pecho seréis llevados, y os acariciaré sobre mis rodillas’ (Is 66, 12-13)”. Buscando en las
Escrituras cuál sería el “ascensor” que la llevara a la cumbre de la santidad,
Santa Teresita encuentra que es la “pequeñez” del alma, y cuanto más pequeña
sea el alma, tanto más alto llegará a la perfección de la santidad, porque
estará en los brazos mismos de Dios, así como un niño, cuanto más pequeño, más
cerca está del corazón de su madre, al estar entre sus brazos.
Continúa:
“¡Ah!, nunca habían venido a alegrar mi alma unas palabras tan tiernas y tan
melodiosas. El ascensor, que me ha de subir al cielo, son vuestros brazos, ¡oh,
Jesús! Para esto, no tengo ninguna necesidad de crecer, antes, al contrario,
conviene que continúe siendo pequeña y, cada día, lo sea más. ¡Oh Dios mío!,
habéis ido más lejos de lo que yo esperaba, y quiero cantar vuestras
misericordias: Vos me habéis instruido desde mi juventud, y hasta ahora he
publicado vuestras maravillas: yo continuaré publicándolas hasta mi extrema
vejez”. Pero a diferencia del niño, que a medida que pasa el tiempo crece, en
la vida espiritual, no es necesario pasar a una edad adulta, sino que basta con
permanecer siempre pequeños: “conviene que continúe siendo pequeña”.
Cuando
se le preguntó a Santa Teresita qué es lo que significar en esta frase, la de “permanecer
niño pequeño delante de Dios”, respondió así: “Es reconocer su nada, esperarlo
todo del buen Dios, como un niño pequeño lo espera todo de su padre, es no
inquietarse de nada, no buscar fortuna. Hasta entre los pobres se da al niño lo
que le es necesario pero en cuanto se hace mayor, su padre ya no quiere
mantenerle más y le dice: “Trabaja ahora, tú te puedes ya bastar a ti mismo”. Para
no oír jamás tales palabras, por eso no he querido ser nunca mayor, sintiéndome
incapaz de ganarme la vida, la vida eterna del Cielo. Me he quedado siempre
pequeña, no teniendo otra ocupación que la de coser flores, las flores del amor
y del sacrificio y ofrecerlas al buen Dios para complacerle”. A diferencia del
hombre que, a medida que crece, se independiza de sus padres porque adquiere
progresivamente la capacidad de ganarse el sustento de la vida diaria por sí
mismo, en la infancia espiritual de Santa Teresita esto no es necesario; por el
contrario, permaneciendo siempre pequeños, se está siempre dependiendo del Amor
y de la Vida de Dios, así como el niño pequeño depende de su madre para
alimentarse y vivir.
Pero
“ser pequeño” delante de Dios, implica humildad del alma, la cual, lejos de
ensoberbecerse por sus cualidades o virtudes, atribuyéndoselas a sí mismo, no
se envanece por nada de esto, pues todo adelante en la vida de perfección lo
atribuye a Dios: “Ser pequeño, es también no atribuirse a sí mismo las virtudes
que uno practica, creyéndose capaz de alguna cosa, antes bien reconocer que el
buen Dios pone este tesoro de la virtud en la mano de su pequeño hijo para que
se sirva de él cuando lo necesite; pero siempre es el tesoro del buen Dios”. También
consiste en no desanimarse por las faltas, pues a los niños pequeños les sucede
que caen a menudo en su intento de aprender a caminar, siendo sostenidos en
todo momento por el amor materno y paterno: “En fin, es no desanimarse poco ni
mucho por sus faltas, porque los niños caen a menudo, pero son demasiado
pequeños para hacerse mucho daño”. Es decir, la humildad implica reconocer que
somos débiles y fallamos y caemos, pero, al igual que un niño pequeño, que en
su aprendizaje del caminar, cae con frecuencia y se levanta porque lo mueve el
amor de su madre hacia la cual se dirige, así también sucede con el alma que
ama a Dios y que, a pesar de eso, cae con mayor o menor frecuencia. Es parte de
la humildad de la infancia espiritual el aceptarse en las debilidades, aunque
eso implica también la lucha para corregirlas.
Para
Santa Teresita, la infancia espiritual es la misma perfección y santidad, que
no consiste en prácticas de virtudes, sino en la disposición del corazón para,
desde la pequeñez del corazón, amar a Dios con toda la capacidad de amor de la
que se sea capaz, no importando lo pequeña que sea esa capacidad: “La santidad
no consiste en tal o cual práctica; consiste en una disposición del corazón,
que nos hace humilde y pequeño, en manos de Dios, consciente de nuestra
debilidad y confiado, hasta la audacia, en su bondad de Padre”.
La
infancia espiritual, en el concepto de Santa Teresita, significa que hemos de
tener en nuestro corazón un vivo sentimiento y un claro conocimiento de nuestra
debilidad, lo cual ha de hacernos humildes y pequeños en manos de Dios. Pero,
además, hemos de conocer y sentir igualmente, en nuestro corazón, la inmensa
bondad paternal de Dios; hemos de confiar en Él hasta la audacia, y para
confiar en Él, hace falta amor. La infancia espiritual, entonces, consiste en
humildad, confianza en el Amor de Dios y amor a Dios, porque la confianza y el
abandono en Dios es tanto mayor, cuanto más se lo ama. Es por esto que el Papa
Benedicto XV decía que la infancia espiritual está formada de confianza en Dios
y de abandono absoluto en sus manos.
Según
este Papa, la infancia espiritual excluye la soberbia de pensar que, por
nosotros mismos, podemos alcanzar el fin sobrenatural de la santidad: “La
infancia espiritual -dice este Papa excluye de hecho el sentimiento soberbio
de sí mismo, la presunción de conseguir, por medios humanos, un fin
sobrenatural y la engañosa pretensión de bastarse a sí mismo, en la hora del
peligro y de la tentación. Por otra parte, supone una fe viva en la existencia
de Dios, un práctico homenaje a su poder y a su misericordia, un confiado
recurso en la providencia de Aquel que nos da la gracia, para evitar todos los
males y obtener todos los bienes. Así, las cualidades de esta infancia
espiritual son admirables, lo mismo si se miran en su aspecto negativo que si
se estudian en su aspecto positivo y, entonces se comprende que Nuestro Señor
Jesucristo la haya indicado como condición necesaria, para obtener la vida
eterna”. Así se comprenden las palabras del Señor: “El que no se haga como
niño, no puede entrar en el Reino de los cielos” (Mt 18, 3). La infancia espiritual es así el comienzo y la
consumación de la santidad: el comienzo, porque Jesús nos dice que, si no nos
hacemos como niños, no entraremos en el reino de los cielos, y la consumación,
porque Él mismo nos dice que el que se humille como un pequeño, éste será el
mayor en el reino de los cielos”[3].
Bien
podemos decir que es la voz de nuestra Santa Madre Iglesia la que nos propone
solemnemente la infancia evangélica, tal como la entendió, propuso y practicó
Santa Teresita.
El
papa Pío XI, que beatificó y canonizó a Santa Teresita, dijo así en la homilía
del día de la canonización: “Como le preguntasen sus discípulos quien sería el
mayor en el reino de los cielo, llamando a un niño, lo puso en medio de ellos y
les dijo estas memorables palabras: En verdad os digo que si no os cambiáis y
os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos”. La nueva Santa
Teresa se penetró de esta doctrina y la trasladó a la práctica cotidiana de su
vida. Más aun, ella, con sus palabras y con sus ejemplos, enseñó a las novicias
de su monasterio este camino de la infancia espiritual, y lo reveló a todo el
mundo, con sus escritos (…) Esta cándida niña (Santa Teresita) copió en si
misma la imagen viviente del Niño Jesús; y así podemos afirmar que quienquiera
que venere a Teresa, venera, al mismo tiempo, al divino Modelo, que ella
reproduce”.
El
Papa –y por eso, la voz de la Iglesia- desea que los cristianos tengamos “avidez”
por conseguir esta infancia espiritual, que consiste en sentir y obrar como un
niño, con su inocencia y su confianza en su padre o madre: “Por esto hoy, Nos
concebimos la esperanza de ver nacer, en las almas de los fieles de Cristo,
como una santa avidez de adquirir esta infancia evangélica, la cual consiste en
sentir y obrar, bajo el imperio de la virtud, tal como siente y obra un niño
llevado de su natural”.
El
Papa Pío XI nos anima a seguir el camino de Santa Teresita, es decir, a ser
como niños, en el aspecto de inocencia que estos tienen porque, a pesar de
estar afectados por el pecado original, en la niñez –sobre todo en la primera
infancia- se conserva la inocencia en su estado más puro, y la razón última de
este “ser niños” está en el consejo del mismo Jesús: “De la misma manera que
los niños pequeños, a los cuales ninguna sombra de pecado ciega, ni ninguna
concupiscencia de pasiones mueve, gozan de la tranquila posesión de su
inocencia, e, ignorando toda malicia y disimulo, hablan y obran según piensan,
y se revelan en su exterior tal como son en realidad, de la misma manera,
Teresa aparece más angélica que humana y dotada de una sencillez de niña, en la
práctica de la verdad y de la justicia. La virgen de Lisieux tenía siempre
presentes, en la memoria, estas invitaciones y estas promesas del divino
Esposo: Si alguno es pequeño, que venga a Mí. Seréis llevados sobre mi pecho y
acariciados sobre mis rodillas. Como una madre acaricia a sus hijos, así yo os
consolaré”. Con estas palabras, Pío XI da la definición exacta de la infancia
espiritual, cuando dice que esta consiste en “hacer por virtud sobrenatural lo
mismo que hace el niño por natural sentimiento”.
Ahora
bien, ser como niños, recorrer el camino de la infancia espiritual, no es lo
mismo que ser infantiles: “Desde el fondo de su claustro (Santa Teresita)
encanta al mundo con la magia de su ejemplo, ejemplo de santidad, que todos
pueden y deben seguir. Porque todos han de entrar por este camino camino de
una simplicidad de corazón, que no tiene de infantil más que el nombre, por
este camino de infancia espiritual, lleno de pureza, de transparencia de
espíritu y de corazón, de amor irresistible, de la bondad, de la verdad y de la
sinceridad. Y esta virtud de la infancia espiritual, que reside en la voluntad
del alma tiene, como más bello fruto, el amor”. Aunque también podemos decir
que la infancia espiritual el amor no solo es fruto, sino también su motor y la
razón de su ser.
Por
último, este camino de infancia espiritual es un camino seguro para la
santidad, puesto que es la voz de la misma Iglesia, Esposa de Jesucristo –en la
persona de los Papas y por el Magisterio eclesiástico-, quien nos propone el
camino espiritual enseñado por Santa Teresita, como modo de seguir fielmente la
doctrina evangélica del mismo Jesús.
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