Según
San Gregorio Magno, el Evangelista Mateo presenta a un Jesús desde su naturaleza
humana, comenzando por su genealogía: “Mateo, en su evangelio presenta la
genealogía de Cristo como hombre: “Genealogía de Jesús, Mesías, Hijo de David,
Hijo de Abrahán: ...el nacimiento de Jesús fue así:..” (cfr. Mt 1, 1-18)”[1]. Este
evangelio presenta a Cristo en su condición humana”. Continúa San Gregorio afirmando
que el Cristo de San Mateo “está animado por sentimientos de humildad y ternura”:
“Por esto encontramos en él a un Cristo animado siempre por sentimientos de
humildad, siendo un hombre lleno de ternura”[2]. Es
decir, San Mateo nos describe a un Jesús desde un punto de vista humano, pero
esto no quiere decir que no lo describa como Dios Hijo encarnado, puesto que
también relata numerosos milagros realizados por Jesús, milagros que sólo
pueden ser hechos por Dios y que, por lo tanto, prueban que Jesús no es persona
humana, sino quien Él dice ser, esto es, el Hijo de Dios encarnado, la Persona
Segunda de la Santísima Trinidad.
En
otras palabras, que San Mateo lo describa con elementos propios de la
naturaleza humana, como por ejemplo, su genealogía –lo cual indica que existió
realmente en el tiempo y en el espacio y que no fue un “mito” o un “fantasma”-
y con virtudes propias humanas, como la humildad –se humilla ante los
Apóstoles, por ejemplo, lavándoles los pies- y la ternura –la compasión que
muestra al llorar por su amigo Lázaro, o por la ruina de Jerusalén-, no
significa que San Mateo no lo describiera también en el aspecto de su
divinidad. De hecho, la narración de su encuentro con Jesús y su inmediato
seguimiento deja traslucir que San Mateo, iluminado por el Espíritu Santo, pudo
ver en Jesús no a un hombre más entre tantos, ni a un hombre santo, ni al más
santo entre los santos, sino al mismo Hombre-Dios: “Jesús, al pasar, vio a un
hombre llamado Mateo, que estaba sentado a la mesa de recaudación de impuestos,
y le dijo: “Sígueme”. Él se levantó y lo siguió”. Es esto lo que dice San
Jerónimo, que “que un cierto aire de majestad brillaron en la continencia de
Nuestro Divino Redentor, y traspasó su alma y lo atrajo fuertemente”.
Podemos
decir que la forma en que San Mateo sigue a Jesús –“Él se levantó y lo siguió”,
dice el Evangelio, lo cual sugiere inmediatez-, no se explica por una mera
atracción humana de un discípulo hacia su maestro, sino por el llamado de Dios
Hijo a través de la naturaleza humana de Jesús de Nazareth. Es el Amor de Dios,
encarnado en Jesucristo, quien llama a Mateo y es este Amor celestial el que
lleva al apóstol a abandonar de modo inmediato todo lo que lo sujetaba a esta
tierra: sus riquezas, su familia, su preocupaciones del mundo, sus placeres, y
su profesión, dando así ejemplo de conversión sincera y perfecta.
“Sígueme”.
También a nosotros nos repite Jesús, desde la Eucaristía, el mismo llamado que
hiciera a San Mateo, diciéndonos: “Sígueme. Sígueme por el camino de la cruz,
el único camino que lleva al cielo. Sígueme por el camino de la penitencia, la
mortificación, la oración y la caridad. Sígueme, por el resto de tus días en la
tierra, para que vivas luego en la eternidad en el Reino de Dios. Sígueme”.
¿Seguimos a Jesús, es decir, respondemos a su llamado a la santidad, como San
Mateo, “inmediatamente”, o preferimos quedarnos con el hombre viejo, el hombre
de la concupiscencia y de las pasiones?
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