Vida de santidad de San Vicente de Paúl[1].
Nació en Aquitania el año 1581. Una vez cursados los
correspondientes estudios, fue ordenado sacerdote y ejerció de párroco en
París. Fundó la Congregación de la Misión, destinada a la formación del clero y
al servicio de los pobres, y también, con la ayuda de santa Luisa de Marillac,
la Congregación de Hijas de la Caridad. Murió en París el año 1660.
Mensaje de santidad de San Vicente de Paúl[2].
San Vicente de Paúl es llamado “el apóstol de la caridad”
por su gran dedicación a los pobres. Puesto que hoy circulan ciertas teorías
acerca de los pobres que nada tienen que ver con el mensaje de Jesucristo,
reflexionemos acerca de lo que decía el santo sobre los pobres. Decía así: “Nosotros
no debemos estimar a los pobres por su apariencia externa o su modo de vestir,
ni tampoco por sus cualidades personales, ya que con frecuencia son rudos e
incultos”. Lo primero, entonces, es no hacer acepción de personas, es decir, no
dejarse llevar por el aspecto exterior, ni tampoco por su falta de educación,
puesto que por su situación no tuvieron acceso a estudios superiores. Esto es
acorde a lo que dice la Escritura: “Dios no hace acepción de personas” (Rm 2, 11).
Luego
continúa el santo: “Por el contrario, si consideráis a los pobres a la luz de
la fe, os daréis cuenta de que representan el papel del Hijo de Dios, ya que él
quiso también ser pobre. Y así, aun cuando en su pasión perdió casi la
apariencia humana, haciéndose necio para los gentiles y escándalo para los
judíos, sin embargo, se presentó a éstos como evangelizador de los pobres: Me
envió a evangelizar a los pobres. También nosotros debemos estar imbuidos de
estos sentimientos e imitar lo que Cristo hizo, cuidando de los pobres,
consolándolos, ayudándolos y apoyándolos”. San Vicente de Paúl nos da la clave
evangélica para abordar a los pobres y a la pobreza: hay que mirarlos “a la luz
de la fe” y esta fe nos dice que el pobre “representa el papel del Hijo de
Dios, que también quiso ser pobre”. El pobre no es un engranaje más dentro de una máquina de hacer dinero, como sostiene el liberalismo, ni es un cuerpo sin alma destinado a vivir en una sociedad sin clases sociales, como dicen el comunismo y el socialismo: el pobre, en cuanto ser humano, es "imagen y semejanza de Dios", y también imagen y semejanza de Nuestro Señor Jesucristo, y así lo afirma San Vicente, quien sostiene que el pobre es “imagen”
de Nuestro Señor Jesucristo porque Jesucristo, siendo Dios, asumió la naturaleza
humana y eso representó para Él, que era Dios, una gran pérdida; además, en la
Pasión, se volvió aún más pobre, porque le fue quitado todo lo que tenía, inclusive
casi hasta su apariencia humana. Jesucristo, entonces, siendo rico, porque su
naturaleza divina es infinitamente superior a la nuestra, se hizo pobre, y lo
hizo para evangelizarlos, como dice la Escritura: “Me envió a evangelizar a los
pobres”. Y, como Jesucristo, debemos tener sus mismos sentimientos para
consolarlos, ayudarlos y apoyarlos.
Luego
dice San Vicente de Paúl que Jesús quiso nacer pobre, eligió vivir pobremente, llamó
junto a sí a discípulos pobres y se identificó de tal manera con ellos que afirmó
que todo lo que les hiciéramos a ellos, en el bien o en el mal, se lo haríamos
a Él, que está misteriosamente presente en ellos: “Cristo, en efecto, quiso
nacer pobre, llamó junto a sí a unos discípulos pobres, se hizo él mismo
servidor de los pobres, y de tal modo se identificó con ellos, que dijo que
consideraría como hecho a él mismo todo el bien o el mal que se hiciera a los
pobres”.
Dice
el santo que Dios “ama a los pobres y también a los que aman a los pobres”, por
lo que, cuanto más amemos a los pobres, sirviéndolos a ellos, más seremos
amados por Dios: “Porque Dios ama a los pobres y, por lo mismo, ama también a
los que aman a los pobres, ya que, cuando alguien tiene un afecto especial a
una persona, extiende este afecto a los que dan a aquella persona muestras de
amistad o de servicio. Por esto nosotros tenemos la esperanza de que Dios nos
ame, en atención a los pobres. Por esto, al visitarlos, esforcémonos en cuidar
del pobre y desvalido, compartiendo sus sentimientos, de manera que podamos
decir como el Apóstol: Me he hecho todo para todos”.
Para
con los pobres, debemos tener siempre “sentimientos de misericordia y compasión”,
que son los sentimientos de Cristo: “Por lo cual todo nuestro esfuerzo ha de
tender a que, conmovidos por las inquietudes y miserias del prójimo, roguemos a
Dios que infunda en nosotros sentimientos de misericordia y compasión, de
manera que nuestros corazones estén siempre llenos de estos sentimientos”[3].
Luego
afirma que no hay que demorar el servicio a los pobres, y da el ejemplo de
alguien que está haciendo oración y es solicitado por un pobre, puede dejar la
oración, sin escrúpulos de estar cometiendo algún pecado, y atenderlo: “El
servicio a los pobres ha de ser preferido a todo, y hay que prestarlo sin
demora. Por esto, si en el momento de la oración hay que llevar a algún pobre
un medicamento o un auxilio cualquiera, id a él con el ánimo bien tranquilo y
haced lo que convenga, ofreciéndolo a Dios como una prolongación de la oración.
Y no tengáis ningún escrúpulo ni remordimiento de conciencia si, por prestar
algún servicio a los pobres, habéis dejado la oración; salir de la presencia de
Dios por alguna de las causas enumeradas no es ningún desprecio a Dios, ya que
es por él por quien lo hacemos. Así pues, si dejáis la oración para acudir con
presteza en ayuda de algún pobre, recordad que aquel servicio lo prestáis al
mismo Dios”[4].
Finalmente,
San Vicente de Paúl da la clave para tratar a los pobres según el Evangelio y
no según las ideologías contrarias al Evangelio, como el comunismo y el
liberalismo o el neo-liberalismo, y es la caridad o amor sobrenatural, el amor
mismo de Dios y no simplemente el amor humano: “La caridad, en efecto, es la
máxima norma, a la que todo debe tender: ella es una ilustre señora, y hay que
cumplir lo que ordena. Renovemos, pues, nuestro espíritu de servicio a los
pobres, principalmente para con los abandonados y desamparados, ya que ellos
nos han sido dados para que los sirvamos como a señores”.
En
definitiva, San Vicente de Paúl nos da la clave para amar a los pobres según el
Evangelio y no según doctrinas anti-cristianas, en las que el pobre y la
pobreza desplazan a Jesucristo del centro: no hacer acepción de personas; considerarlos
a la luz de la fe, lo cual significa ver al mismo Jesucristo misteriosamente
presente en ellos y tener presente que todo lo que hagamos a los pobres, se lo
hacemos al mismo Jesucristo; tener para con ellos sentimientos de compasión; no
demorar en el servicio de los pobres; amarlos con amor de caridad, que es el
Amor del Espíritu Santo. Como complemento a las enseñanzas de San Vicente de
Paúl, podemos hacer la siguiente consideración: lo más importante de todo es
considerar a los pobres y a la pobreza en su adecuado lugar, lo cual quiere
decir que los pobres no son el centro del Evangelio, sino que el centro del
Evangelio es Nuestro Señor Jesucristo, que se nos presenta pobre, por la
pobreza de la cruz –en la cruz no tiene nada material que le pertenezca, porque
los clavos de hierro, la corona de espinas, la inscripción que dice: “Jesús
Nazareno, Rey de los judíos”, no le pertenecen, sino que se los ha provisto
Dios Padre para que cumpla su misterio pascual de Muerte y Resurrección- y también
se nos presenta como pobre al asumir nuestra naturaleza humana –ya vimos que
eso significa para Él, que es Dios Hijo, un gran empobrecimiento, puesto que
nuestra naturaleza es incomparablemente inferior con respecto a la divina-, y si
Jesús se presenta como pobre, lo hace para enriquecernos con su gracia
santificante y con su vida divina trinitaria. Entonces, así como Jesús nos
enriqueció con su gracia, así nosotros debemos enriquecer a nuestros prójimos
pobres, con la limosna y también con el amor de caridad.
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