Cuando la Iglesia nos permite festejar litúrgicamente a un
santo, lo hace para que, conociendo su vida y reflexionando acerca de sus
virtudes, busquemos de imitarlo, al menos en alguna de las tantas virtudes que
lo llevaron al cielo.
En el caso de San Expedito, algo que se destaca en su vida
de santidad es la celeridad o prontitud en elegir a Jesucristo, al mismo que
tiempo que rechazaba al Diablo. Sabemos que cuando recibió la gracia de la
conversión, al mismo tiempo se le apareció el Diablo para tentarlo,
sugiriéndole que dejara su conversión para “mañana”. En ese momento, San
Expedito tenía frente a sí dos posibilidades: o elegir a Jesucristo,
respondiendo afirmativamente a la gracia de la conversión, o elegir al Diablo,
respondiendo negativamente a esa gracia. La historia de su vida nos enseña que,
luego de meditar brevemente acerca de estas dos posibilidades, San Expedito,
aferrando en alto la Santa Cruz de Jesús y diciendo “¡Hoy!”, eligió a Jesús en
vez de al Diablo. Es aquí entonces en donde podemos –y debemos- imitar a
nuestro santo: en elegir a Jesús y no al Diablo, en preferir la Santa Cruz y no
al Demonio. Ahora bien, a nosotros no se nos va a aparecer el Demonio en forma
de cuervo, sino que permanecerá siempre invisible, tratando de tentarnos para
que no cumplamos los Mandamientos de la Ley de Dios, ni los Mandamientos de
Jesús –perdonar setenta veces siete, amar al enemigo, cargar la cruz de cada
día-, ofreciéndonos en cambio cumplir sus mandamientos, los mandamientos de
Satanás, que son los opuestos a los Mandamientos de Dios. ¿Cuáles son los
mandamientos de Satanás? Haz lo que quieras, que se cumpla tu voluntad y no la
de Dios; no santifiques el Domingo, dedícalo no a Dios, sino a tus intereses y
úsalo para divertirte; mira espectáculos impuros; roba, quédate con lo que no
es tuyo; que no te importe el cónyuge de tu prójimo, si lo deseas, es para ti,
no importa que estén ya casados; comete adulterio, comete fornicación, todo
está bien, bada es pecado y Dios no te lo va a tener en cuenta; no acudas a
los Sacramentos de la Iglesia; no te confieses; comulga sin confesarte;
confiésate sin arrepentirte de nada; no honres a tus padres, trátalos con
desprecio; desobedece siempre, haz lo que te parezca. También nos tentará para
no rezar, para no perdonar, para no amar al enemigo; nos tentará para que
veamos programas inmorales o, al menos, inútiles; nos tentará para que nos
desviemos de la fe y la contaminemos con sus ídolos, como la superstición, la
magia, la brujería, y para que en la tribulación, acudamos a sus agentes, como
el Gauchito Gil, la Difunta Correa, San La Muerte, en vez de abrazarnos a la
Cruz de Jesús y de cubrirnos con el Manto de María, etc. Es decir, el Demonio
tratará de hacernos apartar de la fe en Jesús y en la Virgen como la Madre de
Dios, para que creamos en sus mentiras. Aquí es donde San Expedito nos da el
ejemplo de santidad: al igual que San Expedito, frente a la tentación y frente
a la seducción del Tentador, que es el Demonio, debemos aferrar la Santa Cruz
de Jesús y decir, desde lo más profundo del corazón: “¡Hoy y no mañana,
comienzo a vivir según los Mandamientos de la Ley de Dios y no según los
Mandamientos del Diablo! ¡Hoy elijo a Jesucristo como mi Rey y Señor y a la
Virgen como la única Dueña de mi vida!”.
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