San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

sábado, 30 de agosto de 2014

Santa Rosa de Lima y las vanidades de nuestro siglo XXI


         Cuando se lee la vida de Santa Rosa de Lima, a la luz de las categorías mundanas de nuestro siglo XXI, caracterizado por el avance tecnológico, científico e industrial, y dominado por la visión materialista, atea, agnóstica, hedonista, existencialista, subjetivista y relativista de la gran mayoría de la población, no solo no se entienden sus actitudes, sino que se las interpretan como propias de la Edad Media, o de una mentalidad “oscurantista”, ya superada, felizmente, por la razón del hombre, que ha sido capaz de, precisamente, ir más allá de tanto atraso para la civilización humana.
         De su vida se lee, por ejemplo, que siendo niña, en una oportunidad, su madre le hizo una guirnalda de flores con ocasión de la llegada unas visitas, pero Rosa, que aun siendo niña ya tenía conciencia de la vanidad, para hacer penitencia y para no caer precisamente en la vanidad, se clavó en la cabeza una de las ramas de la guirnalda en forma de horquilla y se clavó la rama de una manera tan profunda, que después fue difícil poder quitársela. Además, como las personas alababan con frecuencia su hermosura, Rosa solía restregarse la piel con pimienta para desfigurarse y no ser ocasión de tentaciones para nadie[1].
Más adelante, cuando ingresó en la tercera orden de Santo Domingo, vivió prácticamente recluida en una cabaña que había construido en el huerto y para aumentar su penitencia, llevaba sobre la cabeza una cinta de plata, en cuyo interior estaba lleno de puntas, con lo cual esta cinta hacía a modo de corona de espinas. 
Dios le concedió gracias extraordinarias, pero también permitió que sufriese durante quince años la persecución de sus amigos y conocidos, además de permitir que sufriera la más profunda desolación espiritual.
Tres años antes de morir, padeció una larga y penosa enfermedad, su oración frecuente era: “Señor, auméntame los sufrimientos, pero auméntame en la misma medida tu amor”[2].
         Por todo esto, Santa Rosa es contraria al espíritu de nuestro siglo XXI: es contraria al espíritu de belleza y cuidado corporales extremos, que vemos a diario; es contraria a la vanidad; es contraria al placer hedonista; es contraria al culto excesivo del cuerpo y de la juventud, estimada como un ideal del ser humano -hoy vivimos una especie de idolatría de la juventud, la cual se busca prolongarla por todos los medios posibles-: Santa Rosa desprecia todas estas cosas, haciendo grandes penitencias, ayunos, mortificaciones, y sacrificios.
Es en los escritos de Santa Rosa de Lima en donde se encuentran los verdaderos motivos que explican el por qué y la razón de su comportamiento, y es en estos escritos en donde se pone de relieve que, por un lado, los verdaderos oscurantistas, son los materialistas, relativistas, ateos y agnósticos de nuestros días, y por otro lado, se muestra que los grandes santos, como Santa Rosa de Lima, lo que hacían y que era tenido por necedad y locura, era en realidad muestra de sabiduría divina, porque eran penitencias, mortificaciones y sacrificios, tendientes todos a conservar y acrecentar la gracia santificante, única vía, junto con la cruz de Jesús, para llegar al cielo. Así lo expresa Nuestro Señor, según lo relata la misma Santa Rosa de Lima en sus escritos: “El salvador levantó la voz y dijo, con incomparable majestad: “¡Conozcan todos que la gracia sigue a la tribulación. Sepan que sin el peso de las aflicciones no se llega al colmo de la gracia. Comprendan que, conforme al acrecentamiento de los trabajos, se aumenta juntamente la medida de los carismas. Que nadie se engañe: esta es la única verdadera escala del paraíso, y fuera de la cruz no hay camino por donde se pueda subir al cielo!”. Oídas estas palabras, me sobrevino un ímpetu poderoso de ponerme en medio de la plaza para gritar con grandes clamores, diciendo a todas las personas, de cualquier edad, sexo, estado y condición que fuesen: “Oíd pueblos, oíd, todo género de gentes: de parte de Cristo y con palabras tomadas de su misma boca, yo os aviso: Que no se adquiere gracia sin padecer aflicciones; hay necesidad de trabajos y más trabajos, para conseguir la participación íntima de la divina naturaleza, la gloria de los hijos de Dios y la perfecta hermosura del alma”. Este mismo estímulo me impulsaba impetuosamente a predicar la hermosura de la divina gracia, me angustiaba y me hacía sudar y anhelar. Me parecía que ya no podía el alma detenerse en la cárcel del cuerpo, sino que se había de romper la prisión y, libre y sola, con más agilidad se había de ir por el mundo, dando voces: “¡Oh, si conociesen los mortales qué gran cosa es la gracia, qué hermosa, qué noble, qué preciosa, cuántas riquezas esconde en sí, cuántos tesoros, cuántos júbilos y delicias! Sin duda emplearían toda su diligencia, afanes y desvelos en buscar penas y aflicciones; andarían todos por el mundo en busca de molestias, enfermedades y tormentos, en vez de aventuras, por conseguir el tesoro último de la constancia en el sufrimiento. Nadie se quejaría de la cruz ni de los trabajos que le caen en suerte, si conocieran las balanzas donde se pesan para repartirlos entre los hombres”[3].
“Si conociesen los mortales qué gran cosa es la gracia (…) cuántas riquezas esconde en sí (…) andarían por todo el mundo en busca de molestias, enfermedades y tormentos, en vez de aventuras, por conseguir el tesoro último de la constancia en el sufrimiento”. En un momento de la historia humana dominado por el materialismo, el hedonismo y el ateísmo, las palabras de Santa Rosa de Lima no se comprenden, porque vienen del cielo, pero aunque no se comprendan, los cristianos deben propagarlas a los cuatro vientos, pero para propagarlas, deben ellos primero vivirlas y experimentarlas en carne propia. Lo que nos enseña Santa Rosa de Lima, con su vida admirable de santidad, es que todo lo que no sea penitencia, sacrificio y cruz –que es lo que da alegría, paz y serenidad al alma-, es “vanidad de vanidades y atrapar el viento”[4].




[1] Cfr. http://www.corazones.org/santos/rosa_lima.htm
[2] Cfr. ibidem.
[3] De los escritos de santa Rosa de Lima; cfr. http://www.corazones.org/santos/rosa_lima.htm
[4] Ecle 2, 11.

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