Juan el Bautista muere decapitado por Herodes, pero aunque
el Evangelio remarca el hecho de que el Bautista recriminaba a Herodes porque “tenía
a la mujer de su hermano”, Herodías, su muerte no se debe a la mera pasión de
odio que Herodías albergaba contra Juan, así como el reclamo de Juan contra
Herodes no se limita a un simple llamado de atención contra la fidelidad
conyugal y contra la castidad. Detrás de la recriminación de Juan el Bautista
contra Herodes y detrás de la muerte de Juan el Bautista a manos de Herodes por
instigación de Herodías, hay un misterio sobrenatural, que sobrepasa en mucho a
las pasiones humanas y a las virtudes humanas matrimoniales, en este caso, las
de la fidelidad conyugal y las de la castidad.
Juan el Bautista muere por dar testimonio de Jesucristo, el
Hombre-Dios, que en cuanto Dios, “hace nuevas todas las cosas”, tal como lo
dice en el Apocalipsis[1], y
una de las cosas que hace nuevas es, precisamente, el matrimonio, al cual le da
el fundamento de la indisolubilidad, de la castidad y de la fidelidad, por
cuanto Él mismo es, por el misterio de su Encarnación, el Hombre-Dios, que se
esposa de modo místico con la Iglesia, y esa es la razón por la cual, uno de
los nombres de Jesús es el de: “Esposo de la Iglesia”, y a su vez, uno de los
nombres de la Iglesia, es “Esposa de Cristo”. Es de este desposorio místico
entre Cristo Esposo con la Iglesia Esposa, de donde toman los esposos
cristianos las características para su matrimonio –unidad, fidelidad,
indisolubilidad, castidad conyugal-, de manera tal que los esposos cristianos,
injertados por el sacramento del matrimonio en el connubio místico entre Cristo
Esposo y la Iglesia Esposa, son como una ramificación de este ante los hombres
y ante la sociedad.
Éste
es el fundamento de porqué los esposos cristianos –católicos- no deben –no pueden-
divorciarse; éste es el fundamento de porqué los esposos cristianos no pueden
no amarse hasta la muerte de cruz, porque el fundamento de su amor esponsal no
es su propio amor humano –limitado, egoísta, pequeño-, sino el Amor de Cristo
Esposo, que da su vida por su Esposa, la Iglesia, desde la Cruz y desde la Cruz
comunica de ese Amor a los esposos; éste es el fundamento por el cual los
esposos cristianos deben ser fieles el uno al otro, porque su fidelidad
esponsal se fundamenta y cimenta en la fidelidad mutua entre Cristo Esposo y la
Iglesia Esposa -¿se puede pensar en un Cristo sin la Iglesia, o en una Iglesia
sin Cristo?-; ésta es la razón por la cual los esposos cristianos deben ser
prolíficos, porque la Iglesia Esposa, engendrada del costado traspasado de
Jesús crucificado, engendra a su vez innumerables hijos de Dios por el bautismo.
Cuando
Juan el Bautista muere decapitado por Herodes, no muere debido al simple odio
de una mujer; muere porque el Ángel caído persigue a quienes dan testimonio del
Hombre-Dios, que “hace nuevas todas las cosas”, y entre las primeras cosas que
hace nuevas, es el matrimonio, el matrimonio al cual Jesús viene a injertarlo
en su unión esponsal con la Iglesia Esposa, para concederle características
verdaderamente celestiales y es por eso que la decapitación de Juan el Bautista
se debe a que el Demonio intenta, vanamente, detener la obra de la salvación de
Jesús. La muerte de Juan el Bautista debe hacer recordar a los esposos –y a
quienes estén por emprender el matrimonio- que la fidelidad, la indisolubilidad
y la castidad conyugal, puesto que se fundamentan en el matrimonio místico de
Cristo Esposo y de la Iglesia Esposa -y por lo tanto el fundamento es sagrado y
divino y no dependen de disposiciones humanas-, no se pueden ni se deben, de
ninguna manera, y bajo ningún punto vista, ni siquiera si la propia vida está
en juego, ser puestos en riesgo.
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