Al igual que San Agustín, Santo Tomás, y muchos otros
hombres santos a lo largo de la historia, el Santo Cura de Ars buscó y encontró
el secreto de la felicidad para el hombre, para todo hombre, tanto para esta
vida, como para la vida eterna.
Según
el Cura de Ars, la felicidad del hombre está en el orar, porque por la oración,
el hombre se une a Dios y de Dios recibe su Amor y en el Amor de Dios está toda
la felicidad que el hombre puede siquiera imaginar: “El hombre tiene un hermoso
deber y obligación: orar y amar. Si oráis y amáis, habréis hallado la felicidad
en este mundo. La oración no es otra
cosa que la unión con Dios. Todo aquel que tiene el corazón puro y unido a Dios
experimenta en sí mismo una suavidad y dulzura que lo embriaga, se siente como
rodeado de una luz admirable. En esta íntima unión, Dios y el alma son como dos
trozos de cera fundidos en uno solo, que ya nadie puede separar. Es algo muy
hermoso esta unión con Dios con su pobre creatura; es una felicidad que supera
toda comprensión”[1].
Y
si la felicidad del hombre está en la oración, porque la oración lo une con
Dios y le comunica su Amor, entonces la fuente inagotable de la felicidad es la
Santa Misa, porque allí se dona en Persona, en la Eucaristía, el Dios a quien
el hombre busca por la oración como causa de su felicidad, porque en ella, por
Jesús, la humanidad se une íntimamente a Dios –por su unión hipostática,
personal, con el Verbo- y a su vez Dios se dona en su totalidad, con toda la
plenitud de su Ser trinitario y de su Amor trinitario, a la humanidad,
causándole una felicidad que supera en grado infinito a la de todos los ángeles
juntos y superando en grado infinito a cualquier felicidad que pudiera obtener
la naturaleza humana en sí misma, porque la felicidad que le otorga el Verbo es
la felicidad misma de la Trinidad. Por esta unión hipostática, lejos de ser un
ritualismo vacío y formalista, carente de sentido, o válido solo para mentes
pietistas de siglos pasados, la Santa Misa es la oración en la que el hombre se
une del modo más íntimo posible con Dios, porque en ella la humanidad se une, a
través del Hombre-Dios Jesucristo, del modo más íntimo y sobrenatural posible,
porque la humanidad está unida personalmente, hipostáticamente, a la Persona
del Verbo de Dios.
Esto
quiere decir que si alguien se une a Cristo, en cuerpo y en espíritu, es decir,
por la fe y por la comunión eucarística –comulgando el Cuerpo de Cristo y
uniéndose a Él por la fe-, es unido a Él por el Espíritu Santo a su Cuerpo y a
su Alma, a su Humanidad Santísima, y como su Cuerpo y su Alma están unidos hipostáticamente
–personalmente-, a la Persona del Verbo, quien se une al Cuerpo de Cristo
glorificado, es decir, quien comulga en gracia la Eucaristía, se une
máximamente, de la mayor manera que un hombre mortal se puede unir, a Dios,
aquí en la tierra, todavía sin vivir en el cielo, obteniendo así el máximo
grado de felicidad, aún sin estar en el Reino de los cielos.
Es
por esto que, si el hombre buscara la felicidad en donde ésta se encuentra, es
decir, en la Santa Misa, en la comunión eucarística –esto es, en la unión por
la fe, con el Cuerpo, la Sangre, el Alma, la Divinidad y el Amor de Jesucristo-,
no tendría en absoluto necesidad de recurrir a los falsos dioses del mundo, tal
como lamentablemente vemos que lo hace en nuestros días.
Es
esto lo que el Santo Cura de Ars quiere decir cuando dice que la felicidad del
hombre está en la oración.
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