De
entre todas las admirables virtudes que caracterizaron a San Pío X, sobresale
su gran amor a la Eucaristía y puesto que amaba tanto a Jesús en la Eucaristía,
quería que todos participaran de ese amor, de modo que promulgó un decreto[1]
permitiendo la comunión diaria, en un momento en el que la comunión diaria era
muy poco frecuente; además, por este decreto, amplió la recepción de la
Eucaristía a los enfermos y a los niños, a partir de los 7 años, cuando ya
tuviesen uso de razón.
En
el decreto, San Pío X daba la razón por la cual permitía la comunión diaria,
que no es “ni el honor ni la reverencia” a Jesús, “ni el premio a la virtud”,
sino “el fortalecimiento interior por la gracia”: “La finalidad primera de la
Santa Eucaristía no es garantizar el honor y la reverencia debidos al Señor, ni
que el Sacramento sea premio a la virtud, sino que los fieles, unidos a Dios
por la Comunión, puedan encontrar en ella fuerza para vencer las pasiones
carnales, para purificarse de los pecados cotidianos y para evitar tantas
caídas a que está sujeta la fragilidad humana”[2].
Continúa
San Pío X afirmando que la comunión diaria era una práctica común entre los
primeros cristianos, en la Iglesia primitiva, y que también lo hacían los
Apóstoles y así lo enseñaban los escritores eclesiásticos, y que esto daba
grandes frutos de santidad[3].
Éste
es el deseo de Jesús, dice San Pío X, al instituir la Eucaristía, porque Él
quería que todos los hombres se alimentaran, más que con alimentos materiales,
con su Cuerpo y con su Sangre, y para demostrarlo, hace una exégesis de la cita
del Evangelio de Juan en la Última Cena, en donde Jesús se proclama a sí mismo
como Pan Vivo bajado del cielo: “Estos deseos coinciden con los en que se
abrasaba nuestro Señor Jesucristo al instituir este divino Sacramento. Pues El
mismo indicó repetidas veces, con claridad suma, la necesidad de comer a menudo
su carne y beber su sangre, especialmente con estas palabras: “Este es el pan
que descendió del Cielo; no como el maná que comieron vuestros padres y
murieron: quien come este pan vivirá eternamente”[4].
De la comparación del Pan de los Ángeles con el pan y con el maná fácilmente
podían los discípulos deducir que, así como el cuerpo se alimenta de pan
diariamente, y cada día eran recreados los hebreos con el maná en el desierto,
del mismo modo el alma cristiana podría diariamente comer y regalarse con el
Pan del Cielo. A más de que casi todos los Santos Padres de la Iglesia enseñan
que el pan de cada día, que se manda pedir en la oración dominical, no tanto se
ha de entender del pan material, alimento del cuerpo, cuanto de la recepción
diaria del Pan Eucarístico”.
Luego,
San Pío X, por medio del decreto, establece libertad para que “1º- los fieles cristianos
de cualquier clase y condición que sean, comulguen frecuente y diariamente,
pues así lo desean ardientemente Cristo nuestro Señor y la Iglesia Católica: de
tal manera que a nadie se le niegue, si se halla en estado de gracia y tiene
recta y piadosa intención.
2º
– La rectitud de intención consiste en que el que comulga no lo haga por
rutina, vanidad o respetos humanos, sino por agradar a Dios, unirse más y más
con Él por el amor y aplicar esta medicina divina a sus debilidades y defectos.
3º
– Aunque convenga en gran manera que los que comulgan frecuente o diariamente
estén libres de pecados veniales, al menos de los completamente voluntarios, y
de su afecto, basta, sin embargo, que estén limpios de pecados mortales y
tengan propósito de nunca más pecar; y con este sincero propósito no puede
menos de suceder que los que comulgan diariamente se vean poco a poco libres
hasta de los pecados veniales y de la afición a ellos.
4º
– Como los Sacramentos de la Ley Nueva, aunque produzcan su efecto ex opere operato, lo causan, sin
embargo, más abundante cuanto mejores son las disposiciones de los que los
reciben, por eso se ha de procurar que preceda a la
Sagrada
Comunión una preparación cuidadosa y le siga la conveniente acción de gracias,
conforme a las fuerzas, condición y deberes de cada uno”[5].
La
Iglesia, posteriormente, resumirá las disposiciones para comulgar, en las
siguientes: vivir de acuerdo a las enseñanzas de la Iglesia, estar en estado de
gracia y libres de pecado mortal, y hacer una preparación espiritual adecuada
antes de recibir la sagrada comunión, es decir, saber a quién se va a recibir. Esto
se complementa con una adecuada acción de gracias luego de la comunión
sacramental.
Entonces, al conmemorar a San Pío X, recordemos que su
intención era que comulguemos diariamente; sin embargo, en nuestros días, se ha
caído tal vez en el error opuesto, en la comunión por rutina, en la comunión
mecánica, en la que no se piensa en lo que se está recibiendo, ni en Quién es
Aquél a quien se recibe en la Eucaristía; en nuestros días, tal vez se piensa
en la Eucaristía como en un derecho o en un premio, más que como en lo que Es
en verdad, Dios Hijo encarnado y oculto en algo que parece un poco de pan, pero
ya no es más pan, porque es el Cuerpo, la Sangre, el Alma, la Divinidad y el
Amor de Jesús, el Hijo de Dios. Entonces, la conmemoración de San Pío X, es una
muy buena oportunidad para que pensemos en cómo vivimos nuestra comunión diaria
–los que comulgamos diariamente-, es una muy buena oportunidad para que pensemos
que nuestra comunión diaria nunca puede ser rutinaria, porque no comulgamos un
trozo de pan material: comulgamos al Pan Vivo bajado del cielo: comulgamos al
Sagrado Corazón de Jesús, envuelto en las llamas del Amor de Dios, que quiere
incendiarnos en el Amor Divino, y por lo tanto nuestros corazones, deben estar
en gracia, y no deben estar cerrados al Amor, por la oscuridad del pecado
mortal; comulgamos al Sagrado Corazón de Jesús, que está inmerso en un mar de
dolores, por nuestros pecados, y por lo tanto, no podemos estar distraídos,
pensando en nuestros asuntos temporales, terrenos, banales, materiales, ya que
Jesús quiere hacernos partícipe de sus dones, de sus gracias, y la gran mayoría
de las veces debe retirarse, entristecido, sin haber podido dejar sus gracias,
debido a nuestra distracción, tal como Él mismo se lo dijo a Sor Faustina
Kowalska; comulgamos a Jesús, vivo, resucitado y glorioso, y por eso debemos
vivir de acuerdo a las enseñanzas de la Santa Iglesia Católica, para
mantenernos unidos a Él y para no separarnos de Él por los falsos atractivos
del pecado, del mundo y de la carne, para estar, en todo momento, preparados
para el encuentro cara a cara, porque el Jesús al cual comulgamos, oculto en la
Eucaristía, y del cual recibimos el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico, es
el Jesús al cual veremos, cara a cara, el día de nuestra muerte, el día en el
que, por su Divina Misericordia, esperamos ingresar en la feliz eternidad. Para
ese día, para ese feliz día, en el que deseamos verlo cara a cara, es que nos
preparamos en cada comunión eucarística, acumulando en nuestros corazones, como
un avaro acumula monedas de oro en su arcón, el Amor que Jesús deposita en
nuestros corazones en cada comunión eucarística y por eso la comunión
eucarística diaria, deseada por San Pío X, nunca puede, ni debe ser, para
nosotros, rutinaria.
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