San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

viernes, 10 de febrero de 2012

San Gabriel de la Dolorosa


27 de Febrero

         Vida y milagros de San Gabriel de la Dolorosa[1]
Nació en Asís (Italia) en 1838 y murió en el año 1862. Su nombre en el mundo era Francisco Possenti. Era el décimo entre 13 hermanos. A los 4 años quedó huérfano de madre. El papá, que era un ferviente católico, se preocupó por darle una educación esmerada, mediante la cual logró ir dominando su carácter fuerte que era muy propenso a estallar en arranques de ira y de mal genio. Durante su adolescencia y juventud, San Gabriel se sintió atraído por la moda y las diversiones mundanas. Esto, sumado a sus facciones elegantes y a sus dotes naturales para el baile, convirtió a San Gabriel en el preferido de las muchachas en las fiestas, al punto que sus amigos lo llamaban “el enamoradizo”. Sin embargo, su vida cambia radicalmente cuando entra en religión. En una de sus cartas, ya como Gabriel de la Dolorosa, escribe así a un amigo: “Mi buen colega; si quieres mantener tu alma libre de pecado y sin la esclavitud de las pasiones y de las malas costumbres tienes que huir siempre de la lectura de novelas y del asistir a teatros donde se dan representaciones mundanas. Mucho cuidado con las reuniones donde hay licor y con las fiestas donde hay sensualidad y huye siempre de toda lectura que pueda hacer daño a tu alma. Yo creo que si yo hubiera permanecido en el mundo no habría conseguido la salvación de mi alma. ¿Dirás que me divertí bastante? Pues de todo ello no me queda sino amargura, remordimiento y temor y hastío. Perdóname si te di algún mal ejemplo y pídele a Dios que me perdone también a mí”.
Pero hasta que ingresó al seminario, hubo de pasar por varios intentos fallidos, en los cuales no se atrevía a dejar el mundo y sus atractivos. Al terminar su bachillerato, y cuando ya iba a empezar sus estudios universitarios, enfermó gravemente. Hizo una promesa a Dios que si se curaba, ingresaría como religioso. Pero apenas estuvo bien de salud, olvidó su promesa y siguió gozando del mundo.
A este primer llamado a la conversión, sin respuestas, le sigue un segundo, un año después, cuando vuelve a enfermar, más gravemente: una laringitis que casi lo lleva al sepulcro. Lleno de fe invoca la intercesión de un santo jesuita martirizado en las misiones y promete irse de religioso, y al colocarse una reliquia de aquel mártir sobre su pecho, se queda dormido y cuando despierta está curado milagrosamente. Pero apenas se repone de su enfermedad empieza otras vez el atractivo del mundo, de las fiestas y de los enamoramientos, y olvida su promesa. Incluso llega a pedir la admisión en los jesuitas y es aceptado, pero él cree que para su vida de hombre tan mundano lo que está necesitando es una comunidad rigurosa, y deja para más tarde el entrar a una congregación de religiosos.
En ese entonces, estalla la peste del cólera en Italia, que deja un tendal de miles de personas muertas, incluida una hermana suya, la que él más quiere. Sucede entonces un hecho milagroso que daría la orientación definitiva a su vida, y es la intervención de la Virgen María. El 22 de agosto de 1856 estaba asistiendo a la procesión de la “Santa Icone” (Sagrada Imagen), una imagen mariana venerada en Spoleto, cuando la Virgen María le habló al corazón para invitarle con apremio: “Tú no estás llamado a seguir en el mundo. ¿Qué haces, pues, en él? Entra en la vida religiosa”[2].
Esta vez, toma conciencia del llamado de Dios a la vida consagrada y luego de consultar con su padre y con su director espiritual, completamente decidido a abandonar el tren de vida mundano y las fiestas y diversiones a las que era afecto, entra en los Padres Pasionistas.
El 10 de septiembre de 1856, a los 18 años, entró en el noviciado pasionista de Morrovalle (Macerata) y tomó el nombre religioso de “Gabriel de la Dolorosa”; “Gabriel”, que significa: el que lleva mensajes de Dios; y “de la Dolorosa”, porque su devoción mariana más querida consiste en recordar los siete dolores o penas que sufrió la Virgen María.
Desde entonces será un hombre totalmente transformado por la gracia. Su entrega fue con todo su corazón y a pesar de su pasado acostumbrado a las comodidades, en la austeridad de la vida religiosa encontró su felicidad, viviendo con toda fidelidad los Reglamentos de la Comunidad: “La alegría y el gozo que disfruto dentro de estas paredes son indecibles”[3]. Sus mayores amores eran Jesús Crucificado, la Eucaristía y la Virgen María. 
Estando ya muy próximo a la ordenación sacerdotal, San Gabriel enferma gravemente de tuberculosis, mortal en esa época. Se recluye en la enfermería, y acepta con toda alegría y gran paciencia los dolores, los sufrimientos y las tribulaciones que por permisión de Dios sufría, ofreciéndolo todo por la conversión de los pecadores, repitiendo la oración de Jesús en el Huerto de los Olivos: “Padre, si no es posible que pase de mí este cáliz de amargura, que se cumpla en mí tu santa voluntad”, y cumpliendo al mismo tiempo el carisma de los pasionistas, que es la meditación y la configuración con Cristo sufriente en la Pasión.
A un religioso le aconsejaba: “No hay que fijar la mirada en rostros hermosos, porque esto enciende mucho las pasiones”. A otro le decía: “Lo que más me ayuda a vivir con el alma en paz es pensar en la presencia de Dios, el recordar que los ojos de Dios siempre me están mirando y sus oídos me están oyendo a toda hora y que el Señor pagará todo lo que se hace por él, aunque sea regalar a otro un vaso de agua”.
Y el 27 de febrero de 1862, antes de cumplir los 25 años, después de recibir los santos sacramentos y de haber pedido perdón a todos por cualquier mal ejemplo que les hubiera podido dar, cruzó sus manos sobre el pecho y quedó como si estuviera plácidamente dormido. Su alma había volado a la eternidad a recibir de Dios el premio de sus buenas obras y de sus sacrificios.
Treinta años más tarde, el 17 de octubre de 1892, se iniciaron los trámites para inscribirlo entre los santos ya que la devoción de los fieles y los milagros que realizaba eran muchos. Fue canonizado por Benedicto XV en 1920 y fue declarado copatrón de la juventud católica Italiana en 1926. Santa Gemma al leer la vida de San Gabriel de la Dolorosa quedó profundamente vinculada espiritualmente con él y este se le apareció en muchas ocasiones para guiarla y consolarla[4]
Mensaje de santidad de San Gabriel de la Dolorosa
La vida de San Gabriel de la Dolorosa nos muestra lo que es el hombre antes y después de la gracia, antes y después de conocer y amar a Jesucristo: antes de Cristo y su gracia, el hombre se pierde en los vanos atractivos del mundo, que pasan como un soplo, como dice el salmo, porque la belleza humana se marchita; después de Cristo, el alma se enciende en el fuego del Amor divino, no para rechazar o despreciar lo humano, sino para elevar todo lo bueno y noble que hay en lo humano, y sublimarlo en el Amor de Dios.
Que el hombre en general, y el joven en particular, no deban asistir a lugares mundanos, no significa que el cristianismo es algo “triste” o que se opone a la felicidad del ser humano. Todo lo contrario, el cristianismo desea la máxima felicidad para el hombre, pero es máxima felicidad está solo en Cristo y no en el mundo. Los atractivos del mundo, con su sensualidad y su falso brillo, son equiparables a lo que es el anzuelo con la carnada para el pez: vistos desde afuera, los placeres de la carne parecen apetitosos y saludables, pero una vez que se los atrapa, le sucede al alma lo que al pez que muerde el anzuelo: siente dolor y es causa de muerte, porque al igual que el pez, que muere al ser sacado del agua por medio del anzuelo, el alma igualmente muere a la vida gracia, al cometer el pecado mortal.
Pero al alma le sucede algo peor que al pez, porque mientras este pierde solo su vida animal, el alma pierde la vida de la gracia, y si muere así, se condena irremediablemente, al caer en la trampa del demonio, que obra de esta manera, según una revelación de Jesús a Santa Brígida: “El demonio, pues, enciende el fuego en los corazones de sus amigos que viven en los placeres, y aunque la conciencia de estos les dice ser contra Dios, no obstante, desean tanto satisfacer sus deleites, que sin hacer caso pecan contra Dios; y por esto, es derecho del demonio encenderles y aumentarles el fuego de los suplicios en el infierno tantas veces, cuantas con su perverso deleite los llenó de él en el mundo”[5].
San Gabriel de la Dolorosa nos muestra entonces la trampa que consiste el mundo con sus atractivos, al mismo tiempo que nos muestra que la verdadera felicidad, la que hace felices en esta vida y en la otra, está en la unión con Cristo en su Pasión y con María en su Dolor: esto es causa de felicidad porque en la participación a la Pasión de Cristo el alma se une al Hombre-Dios y a su Madre, y de ellos recibe en esta vida la luz, la gracia, el amor, la paz y la felicidad de Dios, y en la otra vida, recibe la felicidad eterna, la contemplación cara a cara de Dios Uno y Trino.
El mensaje que deja San Gabriel de la Dolorosa, a los jóvenes y a los no tan jóvenes, es que el mundo con sus seducciones pasa pronto y solo deja un sabor amargo en el alma, mientras que la vida vivida en la gracia de Cristo, en la austeridad y en la oración, en los sacramentos y en la caridad para con el más necesitado, nos conceden en anticipo, ya en esta tierra, los goces eternos del cielo.


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