27
de Febrero
Nació
en Asís (Italia) en 1838 y murió en el año 1862. Su nombre en el mundo era
Francisco Possenti. Era el décimo entre 13 hermanos. A los 4 años quedó
huérfano de madre. El papá, que era un ferviente católico, se preocupó por
darle una educación esmerada, mediante la cual logró ir dominando su carácter
fuerte que era muy propenso a estallar en arranques de ira y de mal genio.
Durante su adolescencia y juventud, San Gabriel se sintió atraído por la moda y
las diversiones mundanas. Esto, sumado a sus facciones elegantes y a sus dotes
naturales para el baile, convirtió a San Gabriel en el preferido de las
muchachas en las fiestas, al punto que sus amigos lo llamaban “el enamoradizo”.
Sin embargo, su vida cambia radicalmente cuando entra en religión. En una de
sus cartas, ya como Gabriel de la Dolorosa, escribe así a un amigo: “Mi buen
colega; si quieres mantener tu alma libre de pecado y sin la esclavitud de las
pasiones y de las malas costumbres tienes que huir siempre de la lectura de
novelas y del asistir a teatros donde se dan representaciones mundanas. Mucho
cuidado con las reuniones donde hay licor y con las fiestas donde hay
sensualidad y huye siempre de toda lectura que pueda hacer daño a tu alma. Yo
creo que si yo hubiera permanecido en el mundo no habría conseguido la
salvación de mi alma. ¿Dirás que me divertí bastante? Pues de todo ello no me
queda sino amargura, remordimiento y temor y hastío. Perdóname si te di algún
mal ejemplo y pídele a Dios que me perdone también a mí”.
Pero
hasta que ingresó al seminario, hubo de pasar por varios intentos fallidos, en
los cuales no se atrevía a dejar el mundo y sus atractivos. Al terminar su
bachillerato, y cuando ya iba a empezar sus estudios universitarios, enfermó
gravemente. Hizo una promesa a Dios que si se curaba, ingresaría como
religioso. Pero apenas estuvo bien de salud, olvidó su promesa y siguió gozando
del mundo.
A
este primer llamado a la conversión, sin respuestas, le sigue un segundo, un
año después, cuando vuelve a enfermar, más gravemente: una laringitis que casi
lo lleva al sepulcro. Lleno de fe invoca la intercesión de un santo jesuita
martirizado en las misiones y promete irse de religioso, y al colocarse una
reliquia de aquel mártir sobre su pecho, se queda dormido y cuando despierta
está curado milagrosamente. Pero apenas se repone de su enfermedad empieza
otras vez el atractivo del mundo, de las fiestas y de los enamoramientos, y
olvida su promesa. Incluso llega a pedir la admisión en los jesuitas y es
aceptado, pero él cree que para su vida de hombre tan mundano lo que está
necesitando es una comunidad rigurosa, y deja para más tarde el entrar a una
congregación de religiosos.
En
ese entonces, estalla la peste del cólera en Italia, que deja un tendal de miles
de personas muertas, incluida una hermana suya, la que él más quiere. Sucede
entonces un hecho milagroso que daría la orientación definitiva a su vida, y es
la intervención de la Virgen María. El 22 de agosto de 1856 estaba asistiendo a
la procesión de la “Santa Icone” (Sagrada Imagen), una imagen mariana venerada
en Spoleto, cuando la Virgen María le habló al corazón para invitarle con
apremio: “Tú no estás llamado a seguir en el mundo. ¿Qué haces, pues, en él?
Entra en la vida religiosa”[2].
Esta
vez, toma conciencia del llamado de Dios a la vida consagrada y luego de
consultar con su padre y con su director espiritual, completamente decidido a
abandonar el tren de vida mundano y las fiestas y diversiones a las que era
afecto, entra en los Padres Pasionistas.
El
10 de septiembre de 1856, a los 18 años, entró en el noviciado pasionista de
Morrovalle (Macerata) y tomó el nombre religioso de “Gabriel de la Dolorosa”; “Gabriel”,
que significa: el que lleva mensajes de Dios; y “de la Dolorosa”, porque su
devoción mariana más querida consiste en recordar los siete dolores o penas que
sufrió la Virgen María.
Desde
entonces será un hombre totalmente transformado por la gracia. Su entrega
fue con todo su corazón y a pesar de su pasado acostumbrado a las comodidades,
en la austeridad de la vida religiosa encontró su felicidad, viviendo con toda
fidelidad los Reglamentos de la Comunidad: “La alegría y el gozo que disfruto
dentro de estas paredes son indecibles”[3].
Sus mayores amores eran Jesús Crucificado, la Eucaristía y la Virgen
María.
Estando
ya muy próximo a la ordenación sacerdotal, San Gabriel enferma gravemente de tuberculosis,
mortal en esa época. Se recluye en la enfermería, y acepta con toda alegría y
gran paciencia los dolores, los sufrimientos y las tribulaciones que por
permisión de Dios sufría, ofreciéndolo todo por la conversión de los pecadores,
repitiendo la oración de Jesús en el Huerto de los Olivos: “Padre, si no es
posible que pase de mí este cáliz de amargura, que se cumpla en mí tu santa
voluntad”, y cumpliendo al mismo tiempo el carisma de los pasionistas, que es
la meditación y la configuración con Cristo sufriente en la Pasión.
A
un religioso le aconsejaba: “No hay que fijar la mirada en rostros hermosos,
porque esto enciende mucho las pasiones”. A otro le decía: “Lo que más me ayuda
a vivir con el alma en paz es pensar en la presencia de Dios, el recordar que
los ojos de Dios siempre me están mirando y sus oídos me están oyendo a toda
hora y que el Señor pagará todo lo que se hace por él, aunque sea regalar a
otro un vaso de agua”.
Y
el 27 de febrero de 1862, antes de cumplir los 25 años, después de recibir los
santos sacramentos y de haber pedido perdón a todos por cualquier mal ejemplo
que les hubiera podido dar, cruzó sus manos sobre el pecho y quedó como si
estuviera plácidamente dormido. Su alma había volado a la eternidad a recibir
de Dios el premio de sus buenas obras y de sus sacrificios.
Treinta
años más tarde, el 17 de octubre de 1892, se iniciaron los trámites para
inscribirlo entre los santos ya que la devoción de los fieles y los milagros
que realizaba eran muchos. Fue canonizado por Benedicto XV en 1920 y
fue declarado copatrón de la juventud católica Italiana en 1926. Santa Gemma al
leer la vida de San Gabriel de la Dolorosa quedó profundamente vinculada espiritualmente
con él y este se le apareció en muchas ocasiones para guiarla y consolarla[4].
Mensaje
de santidad de San Gabriel de la Dolorosa
La
vida de San Gabriel de la Dolorosa nos muestra lo que es el hombre antes y
después de la gracia, antes y después de conocer y amar a Jesucristo: antes de
Cristo y su gracia, el hombre se pierde en los vanos atractivos del mundo, que
pasan como un soplo, como dice el salmo, porque la belleza humana se marchita;
después de Cristo, el alma se enciende en el fuego del Amor divino, no para
rechazar o despreciar lo humano, sino para elevar todo lo bueno y noble que hay
en lo humano, y sublimarlo en el Amor de Dios.
Que
el hombre en general, y el joven en particular, no deban asistir a lugares
mundanos, no significa que el cristianismo es algo “triste” o que se opone a la
felicidad del ser humano. Todo lo contrario, el cristianismo desea la máxima
felicidad para el hombre, pero es máxima felicidad está solo en Cristo y no en
el mundo. Los atractivos del mundo, con su sensualidad y su falso brillo, son
equiparables a lo que es el anzuelo con la carnada para el pez: vistos desde
afuera, los placeres de la carne parecen apetitosos y saludables, pero una vez
que se los atrapa, le sucede al alma lo que al pez que muerde el anzuelo:
siente dolor y es causa de muerte, porque al igual que el pez, que muere al ser
sacado del agua por medio del anzuelo, el alma igualmente muere a la vida
gracia, al cometer el pecado mortal.
Pero
al alma le sucede algo peor que al pez, porque mientras este pierde solo su
vida animal, el alma pierde la vida de la gracia, y si muere así, se condena
irremediablemente, al caer en la trampa del demonio, que obra de esta manera,
según una revelación de Jesús a Santa Brígida: “El demonio, pues, enciende el
fuego en los corazones de sus amigos que viven en los placeres, y aunque
la conciencia de estos les dice ser contra Dios, no obstante, desean tanto
satisfacer sus deleites, que sin hacer caso pecan contra Dios; y por esto,
es derecho del demonio encenderles y aumentarles el fuego de los suplicios en
el infierno tantas veces, cuantas con su perverso deleite los llenó de él
en el mundo”[5].
San
Gabriel de la Dolorosa nos muestra entonces la trampa que consiste el mundo con
sus atractivos, al mismo tiempo que nos muestra que la verdadera felicidad, la
que hace felices en esta vida y en la otra, está en la unión con Cristo en su
Pasión y con María en su Dolor: esto es causa de felicidad porque en la
participación a la Pasión de Cristo el alma se une al Hombre-Dios y a su Madre,
y de ellos recibe en esta vida la luz, la gracia, el amor, la paz y la felicidad
de Dios, y en la otra vida, recibe la felicidad eterna, la contemplación cara a
cara de Dios Uno y Trino.
El
mensaje que deja San Gabriel de la Dolorosa, a los jóvenes y a los no tan
jóvenes, es que el mundo con sus seducciones pasa pronto y solo deja un sabor
amargo en el alma, mientras que la vida vivida en la gracia de Cristo, en la
austeridad y en la oración, en los sacramentos y en la caridad para con el más
necesitado, nos conceden en anticipo, ya en esta tierra, los goces eternos del
cielo.
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