12 de marzo
Vida
y milagros de San Abraham[1]
¿Abraham nos dice cómo vivir la Santa Misa ? ¿Cómo puede
ser? Veamos su vida y su mensaje de santidad para averiguarlo.
La historia de su vida está
contenida en el Libro del Génesis, capítulos 11, 26 a 25, 18. Vivía en la
ciudad de Ur, cerca de los ríos Tigres y Éufrates, cuando Dios le pidió el
sacrificio de alejarse de su tierra, que era muy fértil, y de su hermosa ciudad
e irse a un país desconocido y desértico, lejos de familiares y amigos (la
tierra de Canaán, y luego Egipto). Abraham aceptó el pedido, y Dios en pago le
prometió que sus descendientes poseerían por siempre aquel país.
Dios se
le aparece en forma de viajero peregrino (acompañado de dos ángeles disfrazados
también) y Abraham los atiende maravillosamente bien. Dios le promete que
dentro de un año tendrá un hijo. Sara la esposa, que está oyendo detrás de una
cortina, se ríe de esta promesa, porque le parece imposible ya que ellos dos
son muy viejos. Dios manda que al niño le pongan por nombre “Isaac”, que
significa “el hijo de la sonrisa”. Concibió
a su hijo Isaac creyendo contra toda su esperanza: su esposa era estéril y
anciana, y él mismo también era anciano, y aún así, nació su hijo Isaac. Dios
le prometió que su descendencia sería tan numerosa como las arenas del mar y
Abraham creyó a esta promesa, y esta fe le fue apreciada y recompensada: Isaac
fue padre de Jacob, y los hijos de Jacob se llaman los doce Patriarcas, de los
cuales se formó el pueblo de Israel.
Cuando
Isaac cumple los quince años, Dios le pide a Abraham que vaya a un monte y le
ofrezca el hijo en sacrificio. Abraham acepta esto aunque le cuesta muchísimo,
pero lo hace porque tiene fe en la bondad de Dios, y que Dios no le pedirá nada
malo. Ante la pregunta de su hijo de dónde está el animal del sacrificio,
Abraham responde: “Dios proveerá”. Cuando está a punto de sacrificar a Isaac,
un ángel le detiene la mano y oye una voz del cielo que le dice: “He visto cuán
grande es tu generosidad. Ahora te prometo que tu descendencia nunca se acabará
en el mundo”. Y luego ve un venado enredado entre unas matas de espinas –es la
respuesta a la pregunta de Isaac- y lo ofrece en sacrificio a Dios.
En otro
episodio de su vida, Abraham libera a su sobrino Lot, atacando con sus obreros,
por sorpresa, a sus enemigos, y libera a todos los cautivos. En su camino a
casa, se encuentra con Melquisedec, rey de Salem y sacerdote de Jerusalén,
quien presenta pan y vino, y lo bendice, y Abram le da diezmos de todo lo que
tiene; pero para sí mismo no se reserva nada[2].
Desde entonces quedó la costumbre de dar para Dios y para los pobres el diezmo,
o sea la décima parte de lo que cada uno gana.
Tiempo
más tarde, Dios le comunica a Abraham que iba a destruir a Sodoma porque en esa
ciudad se cometían pecados contra-natura. Abraham ruega a Dios para que no la
destruya, pero como en la ciudad no hay ni siquiera una sola persona buena, cae
una lluvia del cielo que consume a la ciudad pecadora. Sólo se salvó Lot, por
ser sobrino de Abraham, y su mujer, pero esta última, al desobedecer la orden
de los ángeles y mirar hacia atrás, quedó convertida en estatua de sal.
Su esposa Sara muere a la
edad de 127 años, y Abraham, habiendo comprado a Efrón el Hitita la cueva en
Macpela cerca de Mambré, la sepulta allí. Su propia carrera no está aún
enteramente terminada, pues primero que todo toma una esposa para su hijo
Isaac, Rebeca de la ciudad de Nacor en Mesopotamia. Luego él se casa con
Cetura, anciana como él, y de ella tiene seis hijos. Finalmente, dejando todas
sus posesiones a Isaac, muere a la edad de 170 años, y es sepultado por Isaac e
Ismael en la cueva de Macpela.
Mensaje
de santidad de Abraham
Un
primer mensaje de santidad de Abraham es su fe inquebrantable en la Palabra de Dios: cree contra
toda esperanza, jamás duda de lo que Dios le pide, y hace lo que Dios le pide,
porque es Dios quien se lo pide. Aún cuando Dios le pida sacrificar a su hijo,
Abraham no duda, porque sabe que si Él se lo ha pedido, sabe que Dios no puede
nunca pedir algo malo. Abraham es ejemplo de fe en Dios, no de una fe
irracional, que en el fondo es una fe falsificada; es ejemplo de fe verdadera,
firme, cierta, porque se basa en el conocimiento de Dios: Abraham sabe que Dios
es infinitamente bueno, que de Él no puede salir nada malo, ni siquiera el más
mínimo mal, y que si Él le pide el sacrificio de su hijo, aún cuando él no lo
entienda, es algo bueno por el solo hecho de venir de Dios. La fe de Abraham es
por lo tanto una fe pura, límpida, cristalina, no contaminada con la duda, la
ignorancia, el error, y mucho menos, con la malicia tan propia del hombre, de
desconfiar de Dios porque se duda de su bondad.
Otro
mensaje de santidad es el encuentro de Abraham con Melquisedec, figura del Sumo
y Eterno Sacerdote, Jesucristo: así como Abraham da el diezmo en agradecimiento
a sus oraciones y la oblación de pan y vino de Melquisedec, así el católico
debe dar el diezmo y ayudar a la
Iglesia y al clero, por las obras de misericordia que realiza
la Iglesia en
nombre de Cristo, la principal de todas, la
Santa Misa , en donde el pan y el vino se
convierten en el Cuerpo y la
Sangre del Señor Jesús.
El otro
mensaje de santidad que nos deja Abraham lo vemos en el sacrificio de su hijo
Isaac, aunque aquí el mensaje es ante todo de Isaac, que aparece como figura de
Cristo, como un anticipo en sombras de lo que será el sacrificio del Redentor.
Isaac es hijo primogénito, al igual que Jesús: Hijo de Dios Padre, Hijo de la Madre de Dios, el
Hombre-Dios, primer miembro de la Nueva Raza
Humana regenerada por la gracia divina; Isaac carga la leña para el holocausto,
que es su propio holocausto: Jesús carga la Cruz de madera, en la cual se llevará a cabo el
holocausto de su Cuerpo; Isaac se dirige a un altar, preparado por su padre,
Abraham: Jesús se dirige al altar de la
Cruz , preparado por su Padre Dios; Isaac no opone resistencia
al pedido de su padre de ser sacrificado en honor de Dios, y mansamente permite
que su padre Abraham disponga todo para el sacrificio, incluso que eleve su
mano con un puñal dirigido a su corazón: Jesús, desde la eternidad, no solo no
opone resistencia al pedido de su Padre, sino que voluntariamente, como Dios
Hijo que es, se ofrece a encarnarse para tener un cuerpo para ofrecer en
holocausto a Dios en el altar de la
Cruz , y deja voluntariamente que lo golpeen, lo flagelen, lo
coronen de espinas, lo crucifiquen y, una vez ya muerto, permite que su Sagrado
Corazón sea traspasado por el hierro hiriente de la lanza que le atraviesa su
costado.
¡Admirable
misterio del patriarca Abraham, que con su fe inquebrantable, con su diezmo de
agradecimiento, y con su disposición a sacrificar a su hijo Isaac, nos anticipó
cómo debemos comportarnos en relación a la
Santa Misa : tener fe inquebrantable en la Palabra de Dios, que
convierte el pan y el vino en el Cuerpo y Sangre de Jesús, agradecer espiritual
y materialmente a la Iglesia
por el don de la Eucaristía ,
y adorar a Cristo que se inmola incruentamente en el altar!
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