14 de febrero
Vida y milagros de San Valentín[1]
Fue un sacerdote que vivió en el
siglo III, en Roma. Junto a San Mario y su familia, asistía espiritualmente a
los presos que iban a ser martirizados en la persecución del Emperador Claudio
II el Godo. Precisamente este emperador, pagano, había prohibido la celebración
de matrimonios para los jóvenes, con la excusa de que los jóvenes solteros, al
no tener esposas y familias que los soliciten sentimentalmente, podían ser
mejores soldados para el imperio romano.
San Valentín, que consideraba esto como una injusticia,
tanto para los jóvenes como para la
Iglesia de Cristo, y en cumplimiento de su mandato
sacerdotal, comenzó a celebrar en secreto matrimonios para jóvenes enamorados,
y esta es la razón por la que San Valentín es el patrono de los enamorados. El
emperador Claudio se enteró y como San Valentín gozaba de un gran prestigio en
Roma, el emperador lo llamó al Palacio, en donde San Valentín aprovechó para predicar
acerca de Cristo y del cristianismo. Aunque en un principio Claudio II mostró
interés, el ejército y el Gobernador de Roma, llamado Calpurnio, lo
convencieron para que eliminara a San Valentín. El emperador Claudio dio
entonces orden de que encarcelasen a Valentín.
Pero fue allí, en la cárcel, en donde sucedió un prodigio:
el oficial Asterius, encargado de encarcelarle, lo desafió a que devolviese la
vista a una hija suya, llamada Julia, que nació ciega. Valentín aceptó y en
nombre del Señor, le devolvió la vista.
Por este hecho Asterius y su familia se convirtieron al
cristianismo, aunque San Valentín continuó encarcelado de todas formas. El
emperador Claudio, al ver que no podía hacerlo renunciar a la fe en Cristo,
finalmente ordenó que lo martirizaran, golpeándolo con mazas y luego
decapitándolo –por eso aparece en su imagen con un hacha- el 14 de Febrero del
año 269. La joven Julia, agradecida al santo, plantó un almendro de flores
rosadas junto a su tumba; de ahí que el almendro sea símbolo de amor y
amistad duraderos.
La fecha de celebración del 14 de febrero fue establecida
por el Papa Gelasio para honrar a San Valentín entre el año 496 y el 498
después de Cristo. Los restos mortales de San Valentín se conservan actualmente
en la Basílica
de su mismo nombre, que está situada en la ciudad italiana de Terni (Italia).
Cada 14 de febrero se celebra en dicho templo, un acto de compromiso por parte
de diferentes parejas que quieren contraer matrimonio al año siguiente.
Aunque sean los enamorados los que principalmente celebran
este día, sin embargo se festeja también a todos aquellos que comparten la
amistad, ya sea maestros, parientes, compañeros de trabajo, etc.
Mensaje de santidad de San Valentín de Roma
Según la
tradición, San Valentín arriesgaba su vida para casar cristianamente a las
parejas durante el tiempo de persecución, y esto lo hacía porque tenía un gran
amor a Jesucristo y porque estaba convencido de que el sacramento del
matrimonio no es un mero trámite más, sino la prolongación, en el tiempo y en
el espacio, por parte de los cónyuges católicos, del amor esponsal de Cristo
Esposo y de la Iglesia
Esposa. De esta manera, San Valentín se enfrentaba y combatía
al paganismo de su época el cual, mediante el pretexto de incrementar y
fortalecer al ejército del emperador, obraba en contra de Jesucristo,
volviéndose enemigo de las almas y de su salvación.
En San Valentín
destacan entonces el amor sacerdotal a Jesucristo y a sus sacramentos,
particularmente el Sacramento del Matrimonio, por medio del cual la gracia
divina se derrama a raudales para santificar a los esposos, haciéndolos dignos
de la vida eterna.
Y al igual que
todo mártir, el amor de San Valentín por Jesucristo –y también por las almas,
principalmente de los jóvenes novios y esposos, por cuya salvación arriesgó su
vida-, no se queda en meras declaraciones, ya que entregó su vida como mártir,
y como el martirio es la máxima manifestación del amor del alma a Cristo Dios,
San Valentín selló con su sangre y con su vida su declaración de amor por
Jesús.
Como cristianos,
no podemos dejar pasar por alto estas consideraciones, para no reducir la
fiesta de San Valentín a un mero intercambio de saludos que, aunque sean de
buena fe, por lo general nada dicen de la inmensidad del amor que encendía el
alma de San Valentino, y que lo llevó a dar su vida. La fiesta de San Valentín
nos debe hacer meditar, no solo a quienes estén de novios, sino a todo
cristiano que desee vivir en el amor de Dios, en el amor santificador de
Cristo, manifestado en el sacramento del matrimonio y en la entrega martirial
de la vida propia, como San Valentín.
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