Nacimiento de San Juan Bautista.
La vida de San Juan Bautista es modelo de vida para todo
cristiano, puesto que todo cristiano comparte su misión; todo cristiano está
llamado a ser un “Juan Bautista” en el desierto sin Dios en el que se ha
convertido el mundo contemporáneo.
Es llamado “Precursor del Señor” porque su misión principal
fue anunciar al mundo la Venida del Mesías, Dios, Encarnado y Redentor de los hombres y
preparar los caminos delante de Él, es decir, llamar a la conversión de los corazones para que el Mesías y Salvador fuera recibido. Esta misión la comenzó ya a cumplir en el
seno de su madre, Santa Isabel, cuando ante la Visitación de María Santísima, e
iluminado por el Espíritu Santo, “saltó de gozo” (cfr. Lc 1, 41) en el vientre de Isabel al
escuchar la voz de María y al saber, por vía sobrenatural, que el Niño en el
seno de la Virgen, antes que su primo o pariente biológico, era el Dios Mesías, Salvador del mundo.
El anuncio de la Llegada del Mesías continúa luego con la
prédica en el desierto, en donde la austeridad de vida –viste con pieles de
camello y se alimenta de langostas y miel silvestre-, acompañada de la oración
y la penitencia, anuncian al hombre que la llegada del Mesías se acompaña de un
cambio de vida, originada en una profunda conversión del corazón, el cual debe
despegarse de las cosas terrenas si es que quiere elevarse al cielo.
El testimonio del Mesías llega, en San Juan Bautista, al
extremo del martirio, al ordenar el rey Herodes que Juan sea decapitado,
cumpliendo así el deseo de su amante, Herodías. Aunque parezca que Juan el
Bautista muere en defensa del matrimonio tradicional y por oponerse a la
convivencia irregular –le había advertido repetidas veces a Herodes que “no
estaba bien tomar la esposa del hermano”-, el Bautista muere sin embargo dando
testimonio de un matrimonio místico, unas bodas esponsales celestiales,
misteriosas, entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa, de quienes los esposos –cristianos-
son prolongación en la sociedad. Juan el Bautista no muere por el matrimonio
tradicional y por condenar el adulterio: muere dando testimonio de Aquel por el
cual el matrimonio tradicional se vuelve sacramento. El matrimonio de los
esposos terrenos –varón y mujer- se injerta en el matrimonio místico entre
Cristo Esposo y la Iglesia Esposa y es de este del cual obtiene sus
características: fidelidad, unidad, unicidad, fecundidad de la prole,
indisolubilidad. En otras palabras, el matrimonio de los esposos católicos toma
sus características de la unión esponsal mística entre el Esposo celestial,
Jesucristo, y la Esposa del Cordero, la Iglesia. Admitir el concubinato como
válido, legitimar la convivencia prematrimonial aprobando el adulterio, es el
equivalente a que Cristo –el Cristo de la Iglesia Católica, esto es, la Persona
Segunda de la Trinidad encarnada en una naturaleza humana y que prolonga su
Encarnación en la Eucaristía- pudiera ser desplazado de los sagrarios y
tabernáculos, para colocar allí a ídolos pertenecientes a otras religiones o,
lo que es lo mismo, que el Cristo Eucarístico fuera llevado fuera de la Iglesia
Católica, para introducirlo en otras iglesias e incluso sectas. Así como el
matrimonio cristiano y su fidelidad son reflejo y prolongación de la fidelidad
de la unión esponsal mística entre Cristo y la Iglesia, así también, el
adulterio o concubinato de los esposos terrenos, es un signo de esta Iglesia
apóstata sin Cristo, o de un Cristo que se acomoda a otras iglesias, además de
la católica. En otras palabras, si el matrimonio fiel es prolongación del matrimonio místico de Cristo y su Iglesia, el adulterio es signo de un Cristo con otra Iglesia, que no es su Esposa, o de una Iglesia, la Esposa, sin Cristo, porque lo ha rechazado a este y en su lugar ha entronizado a ídolos -imagen de los adúlteros- en lugar de su verdadero Esposo, Cristo Jesús en la Eucaristía.
Es por esta verdad por la que Juan el Bautista da su vida,
y todo cristiano está llamado a imitarlo en la proclamación y defensa de la
verdad de Jesucristo, el Hombre-Dios, que unido en matrimonio místico con la
Iglesia Esposa, es la Fuente de la santidad de la Iglesia y del matrimonio de
los cristianos, en cuanto Él es la santidad Increada misma.
El cristiano, en nuestros días, está llamado a cumplir la
misma misión del Bautista: anunciar, en el desierto del mundo y de la historia
humana, al Mesías Dios, Cristo Redentor, llevando una vida de oración y
austeridad, como el Bautista, y proclamando la santidad del matrimonio
cristiano en cuanto reflejo y prolongación de la unión esponsal mística entre
Cristo Esposo y la Iglesia Esposa. Todo cristiano está llamado a ser, en el desierto de la vida, un nuevo Juan Bautista, que anuncie con su austeridad y santidad de vida la Presencia del Cordero de Dios, Jesús en la Eucaristía.
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