San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 9 de junio de 2016

San Efrén de Siria, Diácono y Doctor de la Iglesia


Diácono y Doctor de la Iglesia[1], llamado “el Arpa del Espíritu Santo”, a pesar de no contar con grandes estudios, poseía un conocimiento sobrenatural de los misterios de la fe. Atraído desde joven por la Verdad Encarnada, Jesucristo, se decidió a combatir las falsas doctrinas gnósticas que surgían por todas partes y que se introducían, como una hiedra venenosa, en el corazón mismo de la Iglesia. Con sus composiciones e himnos, no solo logró combatir y erradicar el error gnóstico de la liturgia, sino que la enriqueció con la descripción del sublime misterio del Hombre-Dios Jesucristo. Precisamente, el error gnóstico consiste en el rebajar el misterio de la Segunda Persona de la Trinidad, encarnada en la Humanidad de Jesús de Nazareth, al nivel de lo que puede la limitada razón humana comprender.
San Efrén, iluminado por el Espíritu Santo, contempló el misterio de Dios Trino y la Encarnación de la Persona del Verbo en Jesús de Nazareth, y volcó esta contemplación en innumerables escritos, en himnos y composiciones litúrgicas. Valga como ejemplo de lo que decimos, el siguiente comentario que San Efrén hiciera acerca del aposento donde tuvo lugar la Ultima Cena: “¡Oh tú, lugar bendito, estrecho aposento en el que cupo el mundo! Lo que tú contuviste, no obstante estar cercado por límites estrechos, llegó a colmar el universo. ¡Bendito sea el mísero lugar en que con mano santa el pan fue roto! ¡Dentro de ti, las uvas que maduraron en la viña de María, fueron exprimidas en el cáliz de la salvación! ¡Oh, lugar santo! Ningún hombre ha visto ni verá jamás las cosas que tú viste. En ti, el Señor se hizo verdadero altar, sacerdote, pan y cáliz de salvación. Sólo Él bastaba para todo y, sin embargo, nadie era bastante para Él. Altar y cordero fue, víctima y sacrificador, sacerdote y alimento...”.
¿Qué es lo que veía San Efrén en el Cenáculo de la Última Cena?
Decía así: “¡Oh tú, lugar bendito, estrecho aposento en el que cupo el mundo! Lo que tú contuviste, no obstante estar cercado por límites estrechos, llegó a colmar el universo”. El Cenáculo es “lugar bendito”, porque “lo que él contuvo –-, llegó a colmar el universo”. Pero nosotros podríamos agregar que el Cenáculo es bendito porque contuvo a Aquel que, donándose a sí mismo con su Ser divino trinitario en los estrechos límites de la apariencia de pan, es más grande que los universos y que los cielos eternos, porque ése es Cristo Jesús, el Hombre-Dios, Dios Creador del universo, Redentor de los hombres y Santificador de la Iglesia.
San Efrén ve en el cáliz de la Última Cena no un poco de vino, sino el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, el fruto santo de la Vid Verdadera, Cristo Jesús, exprimido en la vendimia de la Pasión: “¡Dentro de ti, las uvas que maduraron en la viña de María, fueron exprimidas en el cáliz de la salvación!”. Para San Efrén, Jesús es la Vid celestial que, plantada en la tierra fértil, el seno virgen de María Santísima, al ser exprimido y triturado en la Pasión, dio como fruto un Vino exquisito, la Sangre del Cordero de Dios que, brotando de su Corazón traspasado, se derrama en el Cáliz del altar eucarístico, para luego ser derramado sobre las almas y los corazones de los que aman a Dios con un Amor puro y santo.
Por último, dice San Efrén del Cenáculo de la Última Cena: “En ti, el Señor se hizo verdadero altar, sacerdote, pan y cáliz de salvación. Sólo Él bastaba para todo y, sin embargo, nadie era bastante para Él. Altar y cordero fue, víctima y sacrificador, sacerdote y alimento...”. Es decir, el Cenáculo es un “lugar bendito” porque en él tuvo lugar el Prodigio de los prodigios, el Milagro de los milagros, la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor; en el Cenáculo fue inmolado, por el Sacerdote Sumo y Eterno, el Hijo de Dios humanado, la Víctima Pura y Santa, el Cordero de Dios como Víctima, en el Altar tres veces santo de su Humanidad beatísima.
San Efrén no ve lo que vería una mente racional y gnóstica, alejada del misterio del Hombre-Dios; no ve solo un aposento en el que un líder religioso, fundador de una nueva religión, cena por última vez con sus discípulos, antes de ser entregado a sus enemigos para morir crucificado. San Efrén ve el misterio de la Última Cena, ve en ese Cenáculo, al interior del Sagrado Corazón de Jesús; San Efrén ve en el Cenáculo no sólo la Última Cena, sino la Primera Misa y el Misterio del Santo Sacrificio del Calvario anticipado sacramentalmente. San Efrén no era gnóstico, sino santo.



[1] Cfr. http://evangeliodeldia.org/main.php?language=SP&module=saintfeast&localdate=20160609&id=12088&fd=0

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