San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 29 de junio de 2016

Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo


Santos Apóstoles Pedro y Pablo.

         Jesucristo nombra a Pedro como su Vicario en la tierra, constituyéndose así el Papa como el punto central de la Iglesia y el fundamento o piedra basal sobre la que se edifica el edificio de la Iglesia. De hecho, el nombre “Pedro” deriva de “piedra”, y es esto lo que Jesús quiere significar cuando, al cambiarle el nombre de Simón por Pedro, le dice: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16, 18). El Papa se constituye así en la piedra fundamental o basal sobre la cual se construye la Iglesia, la cual, mediante el Papa, descansa en el Hombre-Dios -que es la Roca de la cual participa Pedro como roca- y en el Espíritu Santo[1], que es el Alma de la Iglesia. El objetivo de Jesucristo, al instituir el Papado, es unir a todos los miembros de la Iglesia en sí mismo –en Cristo-, mediante la unidad de la fe[2]. Es decir, el Papa, en cuanto Vicario de Cristo, es el garante de que el Cuerpo Místico de Cristo, los bautizados en la Iglesia Católica, se encuentren unidos por una misma fe, basada en la Revelación del Hombre-Dios. Esta condición del Papa de ser garante de la unidad de los católicos en la fe está revelada en el diálogo registrado entre Jesucristo y Pedro: cuando Pedro reconoce en Cristo al “Mesías de Dios” y Jesucristo le dice: “Bienaventurado eres, Pedro, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre del cielo” (Mt 16, 17). Es decir, la recta fe acerca de Jesucristo en cuanto Hombre-Dios, en cuanto Segunda Persona de la Trinidad, encarnada en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía y que es el Salvador de los hombres en virtud de su sacrificio en cruz, está asegurada por el ministerio del Papa, porque su función esencial es, precisamente, la de “confirmar en la fe” a los bautizados. Pero además, puesto que en el Papa deposita Cristo la plenitud de la condición de Pastor de la Iglesia, por medio del Papa los bautizados se aseguran no solo la unidad en la fe, sino que, unidos por esta fe común, forman una comunidad –la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo- en la que los bautizados reciben la vida bienaventurada y eterna[3], por medio de los sacramentos. Es decir, así como un cuerpo no cesa en su función vital mientras está unido a su cabeza, así el Cuerpo Místico de Cristo, organismo vivo y vivificante, animado por su Alma que es el Espíritu Santo, necesita que Pedro, de una manera u otra, esté presente en persona –de ahí la necesidad de la sucesión de Pedro- para comunicar a los fieles, de forma ininterrumpida, la vida de Cristo –por medio de los sacramentos, que producen la gracia santificante-. Por último, a través del Papa en cuanto Vicario de Cristo, la Iglesia tiene la firme convicción de su triunfo sobre las fuerzas del Infierno, ya que Pedro es el depositario de la promesa de victoria final sobre su enemigo mortal, el Demonio: “Las puertas del Infierno no prevalecerán sobre ella (mi Iglesia)” (Mt 16, 18). Ahora bien, el Papa, Vicario de Cristo, cumple su función y es asistido por el Espíritu Santo, en tanto y en cuanto él mismo, en cuanto persona humana, adhiere libremente y en su totalidad, al depósito de la Fe de la Iglesia, contenido en su Magisterio bimilenario.




[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Los misterios del cristianismo, Ediciones Herder, Barcelona 1964, 584.
[2] Cfr. Scheeben, ibidem.
[3] Cfr. X. León-Duffour, Vocabulario de Teología Bíblica, Editorial Herder, Barcelona 1993, voz “Pedro, 670ss.

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