Nació
el año 1568 cerca de Mantua, en Lombardía, hijo de los príncipes de
Castiglione. Su madre lo educó cristianamente y muy pronto dio indicios de su
inclinación a la vida religiosa: a los siete años, además de las oraciones
matinales y vespertinas, comenzó a recitar el oficio de Nuestra Señora. La
entrega a Dios, por manos de María, a tan temprana edad, y con tanto fervor y
amor, llevó a su director espiritual, San Roberto Belarmino y a tres de sus
confesores, que nunca, en toda su vida, cometió un pecado mortal[1]. Debido
a su condición de perteneciente a la nobleza, debía presentarse con frecuencia
en la corte del gran ducado, en donde, según un historiador, debía tratar con
individuos que “formaban una sociedad para el fraude, el vicio, el crimen, el
veneno y la lujuria en su peor especie”. Sin embargo, San Luis Gonzaga, en vez
de sucumbir a la tentación de “ser uno más” en la perversión, degradándose en
su hombría y en su condición de hijo de Dios, no solo se mantuvo en su estado
de gracia, sino que lo acrecentó notablemente, “negándose a sí mismo” para “seguir
a Cristo” día a día, por medio de la virtud y en la castidad.
El
círculo en el que se movía San Luis Gonzaga, lleno de perversión y lujuria, correspondería,
en nuestros días, a los grupos de jóvenes que se intercambian videos eróticos
por el sistema de mensajería instantánea, a través de los celulares: el santo
no aceptaría ni siquiera pasivamente formar parte de ese grupo, es decir, no
aceptaría formar parte de ese grupo ni siquiera con la condición de recibir
dichos videos pero no compartirlos a su vez; lo que haría San Luis Gonzaga,
sería directamente no formar parte del grupo. También evitaría las
conversaciones y las bromas de doble sentido, puesto que constituyen la ocasión
próxima para pecar mortalmente, sino son ya en sí mismas, pecado mortal.
San
Luis Gonzaga, para no ceder a la tentación, se sometía voluntariamente a una
rigurosa disciplina, realizando ayunos, rezando y pidiendo la gracia de la
santa pureza, todo con el fin de no solo no pecar mortalmente, sino de imitar a
Jesús, el Cordero Inmaculado, en su pureza, porque la pureza, tanto corporal como
espiritual –es decir, la pureza de la fe-, es una expresión, en el alma humana,
de la perfección del Ser trinitario de Dios, que es la Pureza en sí misma.
De
esta manera, con su lucha ascética y mística por no solo combatir la tentación
de la impureza, sino por imitar a Jesucristo en su pureza inmaculada, San Luis
Gonzaga ofrece, a los jóvenes de nuestros días, el verdadero ejemplo del varón,
porque es varón verdaderamente no quien se deja arrastrar por cuanta tentación
se le cruce, sino que es varón –hombre viril-, quien, asistido por la gracia,
tiene como horizonte de su alma imitar la pureza de cuerpo y alma de los Sagrados
Corazones de Jesús y María.
San
Luis Gonzaga es ejemplo también de caridad –amor sobrenatural- heroica al
prójimo, y sobre todo al prójimo más necesitado, porque precisamente murió
luego de contagiarse auxiliando a los afectados por una peste que asoló Roma en
el año 1591. En nuestros días, en donde el individualismo más crudo, fruto del
materialismo, el ateísmo, el hedonismo y el relativismo, se traducen en el
egoísmo más desenfrenado, que lleva a la persona a pensar sólo en sí misma y a
olvidarse de Dios y de su prójimo.
Por
último, frente a la cultura de la muerte en la que vivimos hoy, mediante la
cual se elimina la vida humana en sus inicios –aborto- y en su final –eutanasia,
incluso para niños-, San Luis Gonzaga es ejemplo de cómo la muerte, sufrida en unión
a Cristo Jesús, es sólo un umbral que conduce al Reino de los cielos, en donde
espera una eternidad de gozo y alegría inimaginables, para quien muere en
estado de gracia santificante. En efecto, nuestro santo les decía a quienes se
apenaban por su estado de agonía: “Alegraos, Dios me llama después de tan breve
lucha. No lloréis como muerto al que vivirá en la vida del mismo Dios. Pronto
nos reuniremos para cantar las eternas misericordias”. Y en sus últimos
momentos, no apartó ni por un instante su mirada de un pequeño crucifijo
colgado ante su cama. El día de su muerte -anticipado por el mismo Luis, quien
dijo que habría de morir antes que despuntara el alba del siguiente-, se
verificó el siguiente diálogo entre San Luis Gonzaga y el padre provincial de
los jesuitas, orden a la que pertenecía: “-¡Ya nos vamos, padre; ya nos vamos...!
-¿A dónde, Luis? -¡Al Cielo! -¡Oigan a este joven! -exclamó el provincial-
Habla de ir al cielo como nosotros hablamos de ir a Frascati (un poblado
cercano, N. del R.)”.
Entre
las diez y las once de aquella noche se produjo un cambio en su estado y fue
evidente que el fin se acercaba. Con los ojos clavados en el crucifijo y el
nombre de Jesús en sus labios, expiró alrededor de la medianoche, entre el 20 y
el 21 de junio de 1591, al llegar a la edad de veintitrés años y ocho meses. El
Papa Benedicto XIII lo nombró protector de estudiantes jóvenes y el Papa Pio XI
lo proclamó patrono de la juventud cristiana.
Nacido
en el siglo XVI, San Luis Gonzaga es ejemplo inigualable de virtudes y modelo de
vida cristiana caracterizada por el amor a Dios, la pureza de cuerpo y alma y
el deseo de la vida eterna en el Reino celestial. San Luis Gonzaga contrarresta
así los grandes males que amenazan a la juventud en nuestros días: la
satisfacción hedonista de las pasiones, el ateísmo y la ausencia de sentido de
la vida, anteponiendo la castidad, la fe en el Hombre-Dios Jesucristo y el
motivo para vivir esta vida, ganar el Reino de los cielos por amor a Dios.
[1] Cfr. http://www.corazones.org/santos/luis_gonzaga.htm;
Benedictinos, monjes de la abadía de San Agustin en Ramsgate. The Book of
Saints. VI edition. Wilton: Morehouse Publishing, 1989; Butler, Vida de Santos, vol. IV. México, D.F.: Collier’s International - John
W. Clute, S.A., 1965; Sgarbossa, Mario y Giovannini, Luigi. Un Santo Para Cada
Dia. Santa Fe de Bogota: San Pablo. 1996.
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