Es el Ángel Custodio de la Nación portuguesa, lo cual es
acorde a la doctrina católica, que sostiene que, además del Ángel Custodio
personal, destinado por Dios a cada persona que nace en este mundo, los grupos
humanos, como la familia y la Nación, también tienen su Ángel de la Guarda.
El Ángel Custodio de Portugal se apareció y presentó como
tal en las apariciones previas de la Virgen en Fátima, Portugal, en el año 1916,
y como preparación a estas.
La Primera Aparición del Ángel[1] es
narrada así por Sor Lucía: “Fuimos esa vez a la propiedad de mis padres, que
está abajo del Cabeço, mirando hacia el este. Se llama Chousa Velha. Como a
mitad de mañana comenzó a lloviznar y subimos la colina, seguidos de las
ovejas, en busca de una roca que nos protegiera. Así fue como entramos por
primera vez en el lugar santo. Está en la mitad de una arboleda de olivos que
pertenece a mi padrino, Anastasio. Desde allí uno puede ver la aldea donde yo
nací, la casa de mi padre y también Casa Velha y Eira da Pedra. La arboleda de
pinos, que en realidad pertenece a varias personas, se extiende hasta estos
lugares. Pasamos el día allí, a pesar de que la lluvia había pasado y el sol
brillaba en el cielo azul. Comimos nuestros almuerzos y comenzamos a rezar el
rosario. Después de eso, comenzamos a jugar un juego con guijarros. Pasaron tan
solo unos segundos cuando un fuerte viento comenzó a mover los árboles y
miramos hacia arriba para ver lo que estaba pasando, ya que era un día tan
calmado. Luego comenzamos a ver, a distancia, sobre los árboles que se
extendían hacia el este, una luz más blanca que la nieve con la forma de un
joven, algo transparente, tan brillante como un cristal en los rayos del sol.
Al acercarse pudimos ver sus rasgos. Nos quedamos asombrados y absorbidos y no
nos dijimos nada el uno al otro. Luego él dijo: “No tengáis miedo. Soy el ángel
de la paz. Orad conmigo”. Él se arrodilló, doblando su rostro hasta el suelo.
Con un impulso sobrenatural hicimos lo mismo, repitiendo las palabras que le
oímos decir: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro, y te amo. Te pido perdón por
los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”. Después de repetir
esta oración tres veces el ángel se incorporó y nos dijo: “Orad de esta forma.
Los corazones de Jesús y María están listos para escucharos”. Y desapareció.
Nos dejó en una atmósfera de lo sobrenatural que era tan intensa que estuvimos
por largo rato sin darnos cuenta de nuestra propia existencia. La presencia de
Dios era tan poderosa e íntima que aún entre nosotros mismos no podíamos
hablar. Al día siguiente, también esta atmósfera nos ataba, y se fue
disminuyendo y desapareció gradualmente. Ninguno de nosotros pensó en hablar de
esta aparición o hacer ningún tipo de promesa en secreto. Estábamos encerrados
en el silencio sin siquiera desearlo”.
La
Segunda Aparición del Ángel –en la que este los regaña por su falta de
oración-, en el verano de 1916, sucedida mientras los tres niños estaban
jugando en el jardín cerca del pozo
detrás de la casa de los Santos en Aljustrel, es descripta así por Sor Lucía: “De
repente vimos al mismo ángel cerca de nosotros. ¿Qué están haciendo? ¡Tenéis
que rezar! ¡Rezad! Los corazones de Jesús y María tienen designios
Misericordiosos para vosotros. Debéis ofrecer vuestras oraciones y sacrificios
a Dios, el Altísimo”. Pero, ¿cómo nos debemos sacrificar? Pregunté. En todas
las formas que podáis, ofreced sacrificios a Dios en reparación por los pecados
por los que Él es ofendido, y en súplica por los pecadores. De esta forma
vosotros traeréis la paz a este país, ya que yo soy su ángel guardián, el Ángel
de Portugal. Además, aceptad y soportad con paciencia los sufrimientos que Dios
os enviará”. Lucía nos dice: “Las palabras del ángel se sumieron en lo profundo
de nuestras almas como llamas ardientes, mostrándonos quien es Dios, cuál es su
Amor por nosotros, y cómo Él quiere que nosotros le amemos también, el valor
del sacrificio y cuanto Le agrada, cómo Él lo recibe para la conversión de los
pecadores. Es por eso que a partir de ese momento comenzamos a ofrecerle
aquellos que nos mortificaran”.
La
Tercera y última Aparición del Ángel es relatada así, también por Sor Lucía: “Después
de haber repetido esta oración –“Dios mío, yo creo, espero…”- no sé cuántas
veces, vimos a una luz extraña brillar sobre nosotros. Levantamos nuestras
cabezas para ver qué pasaba. El ángel tenía en su mano izquierda un cáliz y
sobre él, en el aire, estaba una Hostia de donde caían gotas de sangre en el
cáliz. El ángel dejó el cáliz en el aire, se arrodilló cerca de nosotros y nos
pidió que repitiésemos tres veces: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu
Santo, te adoro profundamente, y te ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma
y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los tabernáculos del mundo, en
reparación de las ingratitudes, sacrilegios e indiferencia por medio de las
cuales Él es ofendido. Y por los méritos infinitos de su Sagrado Corazón y por
el del Inmaculado Corazón de María, pido humildemente por la conversión de los
pobres pecadores”. Después se levantó, tomó en sus manos el cáliz y la hostia.
La hostia me la dio a mí y el contenido del cáliz se lo dio a Jacinta y a
Francisco, diciendo al mismo tiempo, “Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de
Jesucristo terriblemente agraviado por la ingratitud de los hombres. Ofreced
reparación por ellos y consolad a Dios”. Una vez más él se inclinó al suelo
repitiendo con nosotros la misma oración tres veces: “Oh Santísima Trinidad…”, etc.
y desapareció. Abrumados por la atmósfera sobrenatural que nos envolvía,
imitamos al ángel en todo, arrodillándonos postrándonos como él lo hizo y
repitiendo las oraciones como él las decía”.
Estas
maravillosas apariciones del Ángel de Portugal sirvieron de preparación a los
niños, para las apariciones de la Virgen, que se sucederían poco tiempo
después. ¿Qué enseñanzas deja el Ángel de Portugal con sus apariciones?
Podemos
decir, a grandes rasgos, que estas enseñanzas son: conocimiento de la Presencia
de Dios, oración, sacrificio, mortificación y penitencia, reparación, adoración
eucarística.
Presencia de Dios: las apariciones del Ángel provocó en los
niños una experiencia muy intensa, percibida incluso físicamente, de la
Presencia divina, a diferencia de las apariciones de la Virgen, en donde
experimentaban más bien “expansión, libertad” y serenidad. Así lo expresa Sor
Lucía: “No sé por qué, pero las
apariciones de la Virgen produjeron en nosotros efectos muy diferentes que los
de las visitas del ángel. En las dos ocasiones sentimos la misma felicidad
interna, paz y gozo, pero en vez de la posición física de postrarse hasta el
suelo que impuso el ángel, nuestra Señora trajo una sensación de expansión y
libertad, y en vez de este aniquilamiento en la presencia divina, deseábamos
solamente exultar nuestro gozo. No había dificultad al hablar cuando nuestra
Señora se apareció, había más bien por mi parte un deseo de comunicarme”[2].
¿A qué se debe esta diferencia? Una posible explicación
podría ser que los ángeles, seres puramente espirituales, al no poseer materia,
irradian la santidad divina que colma su ser angélico, sin mediación, es decir,
sin el “obstáculo” o más bien “freno” de la materia[3]. Cuando
se aparece la Virgen, aunque su gloria es mayor a la del más alto serafín, su
naturaleza humana cubre esta gloria, así como pasó con la naturaleza de nuestro
Señor, aún después de su Resurrección. También podría ser que la intención
divina fuera precisamente hacerles experimentar con intensidad la santidad de
Dios, a través de las apariciones del ángel[4].
Oración:
a pesar de ser niños de corta edad al momento de las apariciones, la invitación
a la oración es la primera indicación que les da el Ángel de Portugal: “No
tengáis miedo. Soy el ángel de la paz. Orad conmigo”. Se postra y reza la primera
de las oraciones de reparación que enseña a los niños y es la oración a Dios
Uno –“Dios mío, yo creo”, etc.-, repite
él mismo la oración tres veces, y luego vuelve a decirles: “Orad de esta forma”.
Y les dice a los niños algo que los invita a orar: que “los corazones de Jesús
y María están listos para escucharos”. En la Segunda Aparición, y a pesar de
que, por ser niños, está justificado que estuvieran haciendo lo que estaban
haciendo, que era jugar, es decir, una actividad inocente y propia de la infancia,
el Ángel les reprocha el hecho de que no estén rezando: “¿Qué están haciendo? ¡Tenéis
que rezar! ¡Rezad!”. En la Tercera Aparición, y antes de darles la Comunión del
Cuerpo y Sangre del Señor que traía el mismo Ángel, les enseña la oración de
reparación a la Dios Uno y Trino: “Santísima Trinidad…”, etc. Es decir, en las
tres Apariciones, el Ángel del Portugal les enseña a orar y los insta a orar a
los niños.
Sacrificio,
mortificación y penitencia: en nuestros tiempos, dominados por el materialismo
y el hedonismo, en donde el placer sensual es la meta a alcanzar por parte del
hombre, puede resultar extraño que se pida a unos niños que hagan sacrificios,
mortificación y penitencia, y sin embargo, es esto lo que el Ángel de Portugal
les pide a los niños en la Segunda Aparición: “Debéis ofrecer vuestras
oraciones y sacrificios a Dios, el Altísimo”. Y ante la pregunta de Lucía de
cómo debían hacer los sacrificios, le responde: “En todas las formas que podáis,
ofreced sacrificios a Dios (…) Aceptad y soportad con paciencia los
sufrimientos que Dios os enviará”. La razón de este pedido: la conversión de
los pecadores y la reparación.
Reparación:
la primera oración enseñada por el Ángel a los niños, es una oración de
reparación: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro, y te amo. Te pido perdón por
los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”. En la Segunda
Aparición, cuando les reprocha el hecho de estar jugando en vez de rezar, los
anima a rezar y a “ofrecer sacrificios a Dios en reparación por los pecados”
con los que los hombres lo ofenden, además de suplicar por los pecadores. Además
de la oración y los sacrificios voluntarios, los niños deberán “soportar con
paciencia los sufrimientos que Dios les habría de enviar”, y estos sufrimientos
deberían ser ofrecidos, obviamente, también para reparar. En la Tercera
Aparición, en la oración de adoración a la Santísima Trinidad, el Ángel les
enseña a ofrecer la Eucaristía –el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro
Señor Jesucristo- para reparar por las “ingratitudes, sacrilegios e
indiferencias”: “(…) en reparación de las ingratitudes, sacrilegios e
indiferencia por medio de las cuales Él es ofendido”. También la Comunión
Eucarística –realizada en estado de gracia, con fe y con amor- se puede ofrecer
en reparación: “Después se levantó, tomó en sus manos el cáliz y la hostia. La
hostia me la dio a mí y el contenido del cáliz se lo dio a Jacinta y a
Francisco, diciendo al mismo tiempo, “Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de
Jesucristo terriblemente agraviado por la ingratitud de los hombres. Ofreced
reparación por ellos y consolad a Dios”.
Adoración
Eucarística: el Ángel de Portugal les enseñó a los niños a adorar a Dios, no
solo en cuanto Uno, sino en cuanto Uno y Trino, esto es, en las Tres Personas
de la Santísima Trinidad. Esta enseñanza se dio en la Tercera Aparición, cuando
les dio de comulgar el Cuerpo y la Sangre del Señor. La particularidad es que,
para enseñarles a adorar a la Santísima Trinidad, se postra ante la Eucaristía,
diciendo: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoro
profundamente, y te ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de
Jesucristo, presente en todos los tabernáculos del mundo…”. La razón es que es
Jesús, la Segunda Persona de la Trinidad, la que está Presente en la Eucaristía
con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, y es esta Eucaristía la que se ofrece
en adoración y reparación a la Santísima Trinidad.
Conocimiento
de la Presencia de Dios, oración, sacrificio, mortificación y penitencia,
reparación, adoración eucarística. Estas son las maravillosas enseñanzas del Ángel
de Portugal, dejadas a los niños Pastorcitos y a nosotros.
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