San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 15 de junio de 2016

Santo Ángel de Portugal


         Es el Ángel Custodio de la Nación portuguesa, lo cual es acorde a la doctrina católica, que sostiene que, además del Ángel Custodio personal, destinado por Dios a cada persona que nace en este mundo, los grupos humanos, como la familia y la Nación, también tienen su Ángel de la Guarda.
         El Ángel Custodio de Portugal se apareció y presentó como tal en las apariciones previas de la Virgen en Fátima, Portugal, en el año 1916, y como preparación a estas.
         La Primera Aparición del Ángel[1] es narrada así por Sor Lucía: “Fuimos esa vez a la propiedad de mis padres, que está abajo del Cabeço, mirando hacia el este. Se llama Chousa Velha. Como a mitad de mañana comenzó a lloviznar y subimos la colina, seguidos de las ovejas, en busca de una roca que nos protegiera. Así fue como entramos por primera vez en el lugar santo. Está en la mitad de una arboleda de olivos que pertenece a mi padrino, Anastasio. Desde allí uno puede ver la aldea donde yo nací, la casa de mi padre y también Casa Velha y Eira da Pedra. La arboleda de pinos, que en realidad pertenece a varias personas, se extiende hasta estos lugares. Pasamos el día allí, a pesar de que la lluvia había pasado y el sol brillaba en el cielo azul. Comimos nuestros almuerzos y comenzamos a rezar el rosario. Después de eso, comenzamos a jugar un juego con guijarros. Pasaron tan solo unos segundos cuando un fuerte viento comenzó a mover los árboles y miramos hacia arriba para ver lo que estaba pasando, ya que era un día tan calmado. Luego comenzamos a ver, a distancia, sobre los árboles que se extendían hacia el este, una luz más blanca que la nieve con la forma de un joven, algo transparente, tan brillante como un cristal en los rayos del sol. Al acercarse pudimos ver sus rasgos. Nos quedamos asombrados y absorbidos y no nos dijimos nada el uno al otro. Luego él dijo: “No tengáis miedo. Soy el ángel de la paz. Orad conmigo”. Él se arrodilló, doblando su rostro hasta el suelo. Con un impulso sobrenatural hicimos lo mismo, repitiendo las palabras que le oímos decir: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro, y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”. Después de repetir esta oración tres veces el ángel se incorporó y nos dijo: “Orad de esta forma. Los corazones de Jesús y María están listos para escucharos”. Y desapareció. Nos dejó en una atmósfera de lo sobrenatural que era tan intensa que estuvimos por largo rato sin darnos cuenta de nuestra propia existencia. La presencia de Dios era tan poderosa e íntima que aún entre nosotros mismos no podíamos hablar. Al día siguiente, también esta atmósfera nos ataba, y se fue disminuyendo y desapareció gradualmente. Ninguno de nosotros pensó en hablar de esta aparición o hacer ningún tipo de promesa en secreto. Estábamos encerrados en el silencio sin siquiera desearlo”.
La Segunda Aparición del Ángel –en la que este los regaña por su falta de oración-, en el verano de 1916, sucedida mientras los tres niños estaban jugando en el jardín  cerca del pozo detrás de la casa de los Santos en Aljustrel, es descripta así por Sor Lucía: “De repente vimos al mismo ángel cerca de nosotros. ¿Qué están haciendo? ¡Tenéis que rezar! ¡Rezad! Los corazones de Jesús y María tienen designios Misericordiosos para vosotros. Debéis ofrecer vuestras oraciones y sacrificios a Dios, el Altísimo”. Pero, ¿cómo nos debemos sacrificar? Pregunté. En todas las formas que podáis, ofreced sacrificios a Dios en reparación por los pecados por los que Él es ofendido, y en súplica por los pecadores. De esta forma vosotros traeréis la paz a este país, ya que yo soy su ángel guardián, el Ángel de Portugal. Además, aceptad y soportad con paciencia los sufrimientos que Dios os enviará”. Lucía nos dice: “Las palabras del ángel se sumieron en lo profundo de nuestras almas como llamas ardientes, mostrándonos quien es Dios, cuál es su Amor por nosotros, y cómo Él quiere que nosotros le amemos también, el valor del sacrificio y cuanto Le agrada, cómo Él lo recibe para la conversión de los pecadores. Es por eso que a partir de ese momento comenzamos a ofrecerle aquellos que nos mortificaran”.
La Tercera y última Aparición del Ángel es relatada así, también por Sor Lucía: “Después de haber repetido esta oración –“Dios mío, yo creo, espero…”- no sé cuántas veces, vimos a una luz extraña brillar sobre nosotros. Levantamos nuestras cabezas para ver qué pasaba. El ángel tenía en su mano izquierda un cáliz y sobre él, en el aire, estaba una Hostia de donde caían gotas de sangre en el cáliz. El ángel dejó el cáliz en el aire, se arrodilló cerca de nosotros y nos pidió que repitiésemos tres veces: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoro profundamente, y te ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los tabernáculos del mundo, en reparación de las ingratitudes, sacrilegios e indiferencia por medio de las cuales Él es ofendido. Y por los méritos infinitos de su Sagrado Corazón y por el del Inmaculado Corazón de María, pido humildemente por la conversión de los pobres pecadores”. Después se levantó, tomó en sus manos el cáliz y la hostia. La hostia me la dio a mí y el contenido del cáliz se lo dio a Jacinta y a Francisco, diciendo al mismo tiempo, “Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo terriblemente agraviado por la ingratitud de los hombres. Ofreced reparación por ellos y consolad a Dios”. Una vez más él se inclinó al suelo repitiendo con nosotros la misma oración tres veces: “Oh Santísima Trinidad…”, etc. y desapareció. Abrumados por la atmósfera sobrenatural que nos envolvía, imitamos al ángel en todo, arrodillándonos postrándonos como él lo hizo y repitiendo las oraciones como él las decía”.       
Estas maravillosas apariciones del Ángel de Portugal sirvieron de preparación a los niños, para las apariciones de la Virgen, que se sucederían poco tiempo después. ¿Qué enseñanzas deja el Ángel de Portugal con sus apariciones?
Podemos decir, a grandes rasgos, que estas enseñanzas son: conocimiento de la Presencia de Dios, oración, sacrificio, mortificación y penitencia, reparación, adoración eucarística.
         Presencia de Dios: las apariciones del Ángel provocó en los niños una experiencia muy intensa, percibida incluso físicamente, de la Presencia divina, a diferencia de las apariciones de la Virgen, en donde experimentaban más bien “expansión, libertad” y serenidad. Así lo expresa Sor Lucía: “No sé por qué,  pero las apariciones de la Virgen produjeron en nosotros efectos muy diferentes que los de las visitas del ángel. En las dos ocasiones sentimos la misma felicidad interna, paz y gozo, pero en vez de la posición física de postrarse hasta el suelo que impuso el ángel, nuestra Señora trajo una sensación de expansión y libertad, y en vez de este aniquilamiento en la presencia divina, deseábamos solamente exultar nuestro gozo. No había dificultad al hablar cuando nuestra Señora se apareció, había más bien por mi parte un deseo de comunicarme”[2].
         ¿A qué se debe esta diferencia? Una posible explicación podría ser que los ángeles, seres puramente espirituales, al no poseer materia, irradian la santidad divina que colma su ser angélico, sin mediación, es decir, sin el “obstáculo” o más bien “freno” de la materia[3]. Cuando se aparece la Virgen, aunque su gloria es mayor a la del más alto serafín, su naturaleza humana cubre esta gloria, así como pasó con la naturaleza de nuestro Señor, aún después de su Resurrección. También podría ser que la intención divina fuera precisamente hacerles experimentar con intensidad la santidad de Dios, a través de las apariciones del ángel[4].
Oración: a pesar de ser niños de corta edad al momento de las apariciones, la invitación a la oración es la primera indicación que les da el Ángel de Portugal: “No tengáis miedo. Soy el ángel de la paz. Orad conmigo”. Se postra y reza la primera de las oraciones de reparación que enseña a los niños y es la oración a Dios Uno  –“Dios mío, yo creo”, etc.-, repite él mismo la oración tres veces, y luego vuelve a decirles: “Orad de esta forma”. Y les dice a los niños algo que los invita a orar: que “los corazones de Jesús y María están listos para escucharos”. En la Segunda Aparición, y a pesar de que, por ser niños, está justificado que estuvieran haciendo lo que estaban haciendo, que era jugar, es decir, una actividad inocente y propia de la infancia, el Ángel les reprocha el hecho de que no estén rezando: “¿Qué están haciendo? ¡Tenéis que rezar! ¡Rezad!”. En la Tercera Aparición, y antes de darles la Comunión del Cuerpo y Sangre del Señor que traía el mismo Ángel, les enseña la oración de reparación a la Dios Uno y Trino: “Santísima Trinidad…”, etc. Es decir, en las tres Apariciones, el Ángel del Portugal les enseña a orar y los insta a orar a los niños.
Sacrificio, mortificación y penitencia: en nuestros tiempos, dominados por el materialismo y el hedonismo, en donde el placer sensual es la meta a alcanzar por parte del hombre, puede resultar extraño que se pida a unos niños que hagan sacrificios, mortificación y penitencia, y sin embargo, es esto lo que el Ángel de Portugal les pide a los niños en la Segunda Aparición: “Debéis ofrecer vuestras oraciones y sacrificios a Dios, el Altísimo”. Y ante la pregunta de Lucía de cómo debían hacer los sacrificios, le responde: “En todas las formas que podáis, ofreced sacrificios a Dios (…) Aceptad y soportad con paciencia los sufrimientos que Dios os enviará”. La razón de este pedido: la conversión de los pecadores y la reparación.
Reparación: la primera oración enseñada por el Ángel a los niños, es una oración de reparación: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro, y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”. En la Segunda Aparición, cuando les reprocha el hecho de estar jugando en vez de rezar, los anima a rezar y a “ofrecer sacrificios a Dios en reparación por los pecados” con los que los hombres lo ofenden, además de suplicar por los pecadores. Además de la oración y los sacrificios voluntarios, los niños deberán “soportar con paciencia los sufrimientos que Dios les habría de enviar”, y estos sufrimientos deberían ser ofrecidos, obviamente, también para reparar. En la Tercera Aparición, en la oración de adoración a la Santísima Trinidad, el Ángel les enseña a ofrecer la Eucaristía –el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo- para reparar por las “ingratitudes, sacrilegios e indiferencias”: “(…) en reparación de las ingratitudes, sacrilegios e indiferencia por medio de las cuales Él es ofendido”. También la Comunión Eucarística –realizada en estado de gracia, con fe y con amor- se puede ofrecer en reparación: “Después se levantó, tomó en sus manos el cáliz y la hostia. La hostia me la dio a mí y el contenido del cáliz se lo dio a Jacinta y a Francisco, diciendo al mismo tiempo, “Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo terriblemente agraviado por la ingratitud de los hombres. Ofreced reparación por ellos y consolad a Dios”.
Adoración Eucarística: el Ángel de Portugal les enseñó a los niños a adorar a Dios, no solo en cuanto Uno, sino en cuanto Uno y Trino, esto es, en las Tres Personas de la Santísima Trinidad. Esta enseñanza se dio en la Tercera Aparición, cuando les dio de comulgar el Cuerpo y la Sangre del Señor. La particularidad es que, para enseñarles a adorar a la Santísima Trinidad, se postra ante la Eucaristía, diciendo: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoro profundamente, y te ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los tabernáculos del mundo…”. La razón es que es Jesús, la Segunda Persona de la Trinidad, la que está Presente en la Eucaristía con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, y es esta Eucaristía la que se ofrece en adoración y reparación a la Santísima Trinidad.
Conocimiento de la Presencia de Dios, oración, sacrificio, mortificación y penitencia, reparación, adoración eucarística. Estas son las maravillosas enseñanzas del Ángel de Portugal, dejadas a los niños Pastorcitos y a nosotros.




[1] Cfr. http://webcatolicodejavier.org/VFapariciones.html
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.

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