San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

lunes, 13 de junio de 2016

San Antonio de Padua


         San Antonio de Padua afirmaba: “El gran peligro del cristiano es predicar y no practicar, creer pero no vivir de acuerdo con lo que se cree”[1]. Si nos llevamos de esta frase de este gran santo –frase que, por otra parte, es absolutamente verdadera-, podemos afirmar entonces que la Cristiandad –entendido este concepto no como una civilización, que es inexistente, sino como el conjunto de los individuos que pertenecen a la Iglesia Católica en virtud del bautismo sacramental- se encuentra, no en un grave, sino en un gravísimo peligro.
         En efecto, nunca antes, en la historia de la Iglesia, se verificó una situación como la que vivimos en la actualidad, esto es, el abandono masivo de la fe por parte de los bautizados. Si es un peligro “predicar y no practicar; creer pero no vivir de acuerdo con lo que se cree”, podemos decir, sin temor a equivocarnos, que la situación actual es peligrosísima, pues un porcentaje muy alto de cristianos católicos no es que “predique y no practique”, sino que “no practica y no predica”, es decir, no es que no vive de acuerdo con lo que se cree, sino que lisa y llanamente no cree –en el depósito de fe de la Iglesia y en su verdad central, la Encarnación del Verbo de Dios y la prolongación de esa Encarnación en la Eucaristía- y, al no creer, no practica porque no cree y por lo tanto, no vive según lo que debería creer. Esto es fácilmente comprobable: basta hacer una ligera estadística acerca del porcentaje de niños y adolescentes que continúan asistiendo a la Iglesia sin la “obligación” impuesta por el cursado de Catecismo de Primera Comunión y Confirmación; lo mismo puede decirse de los adultos en relación a la Misa  Dominical y la Confesión sacramental: un porcentaje sumamente alto ha reemplazado la Misa por pasatiempos y la Confesión por el psicólogo -si es que alguna vez asistieron a Misa o se confesaron-. La situación es tal, que con frecuencia vienen a la mente las palabras del Señor: “Cuando vuelva el Hijo del hombre, ¿encontrará fe en la tierra?” (Lc 18, 8). Es decir, cuando se cumpla la Parusía, cuando Jesús regrese glorioso en su Segunda Venida, ¿quedará alguien con fe en su Presencia Eucarística en la tierra? Porque la fe católica se cimienta en la fe eucarística: si no se cree en la Presencia real, verdadera y substancial de Jesús, Segunda Persona de la Trinidad hecho hombre, en la Eucaristía, se está fuera de la fe católica.
         Ahora bien, esta constatación nos lleva a preguntarnos: ¿está todo perdido? No, y para fundamentar nuestra respuesta, recurrimos a nuestro santo, San Antonio de Padua, conocido, además de por su santidad de vida, por los numerosos milagros realizados en vida. Precisamente, uno de sus milagros más clamorosos fue un milagro eucarístico. Sucedió que San Antonio retó a un singular duelo a un hereje, llamado Bonvillo, quien negaba pertinazmente la Presencia real de Nuestro Señor en la Eucaristía. Nuestro santo le dijo que no diera alimento alguno a su mula durante tres días, al cabo de los cuales, él ofrecería al animal abundante forraje fresco, pero al mismo tiempo, se colocaría al lado del forraje, sosteniendo en alto la custodia con la Eucaristía: si el animal se dirigía al forraje, habría ganado Bonvillo, pero si se dirigía a la Eucaristía, habría ganado San Antonio. Llegado el día, y en la plaza pública, luego de tres días de privar a su mula de todo alimento, Bonvillo la dejó libre, pensando que el animal, desesperado por el hambre, se encaminaría directamente al forraje y dejaría de lado a San Antonio con la custodia. Sin embargo, no sucedió así: apenas fue liberado, el animal fue directamente adonde se encontraba San Antonio y éste, al llegar el animal, le ordenó que doblara sus patas en señal de reconocimiento y adoración al Dios de la Eucaristía, Cristo Jesús. La mula, apenas escuchó la orden de San Antonio, dobló sus patas delanteras e inclinó su cabeza, respetuosamente, ante la Presencia de Jesús Eucaristía. Todos los circunstantes, incluido el hereje Bonvillo, quien se convirtió y pidió perdón por sus dudas de fe, reconocieron el milagro, alabando y glorificando a Dios, que de esta manera prodigiosa, mediante la postración de un ser irracional, confirmaba que la enseñanza de la Iglesia es verdad: Jesús, el Hijo de Dios, está vivo, glorioso y resucitado, en la Eucaristía.
         Entonces, no todo está perdido: si Nuestro Señor Jesucristo, Presente en la Eucaristía en Persona, oculto en lo que parece ser pan pero ya no lo es, en virtud de la transubstanciación producida por las palabras de la consagración, obró el milagro de que una bestia irracional, como una mula, doblara sus patas en señal de reconocimiento y adoración a su Presencia sacramental, ¿no podría Jesús hacer un milagro similar, para que la ingente multitud que hoy se postra ante ídolos, se conviertan e, iluminados por el Espíritu Santo en sus inteligencias y encendidos sus corazones en el Amor de Dios, doblen sus rodillas ante su Presencia en la Eucaristía? Es decir, si un animal irracional dobló sus rodillas ante el Dios de la Eucaristía, ¿no podrán hacerlo los niños, jóvenes y adultos, que además de seres racionales, son hijos de Dios? “Nada es imposible para Dios” (Lc 1,37).
        



[1] http://www.corazones.org/santos/antonio_padua.htm

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