San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

viernes, 29 de abril de 2016

Santa Catalina de Siena y la corona de espinas


En un momento de su vida, Santa Catalina de Siena tuvo una aparición de Jesús, en la que Nuestro Señor tenía dos coronas en sus manos, una de oro y otra de espinas. Jesús le preguntó cuál de ambas quería y Santa Catalina le dijo que quería la de espinas. En su biografía, se relata así el episodio: “En una visión, Jesús se le presentó con dos coronas, una de oro y otra de espinas, ofreciéndole elegir con cuál de las dos se complacería. Ella respondió: “Yo deseo, Oh Señor, vivir aquí siempre conforme a tu pasión, y encontrar en el dolor y en el sufrimiento mi reposo y deleite”. Luego, tomando ansiosamente la corona de espinas, se la colocó sobre la cabeza” [1].
¿Por qué esta elección de Santa Catalina? ¿No hubiera sido mejor que eligiera la corona de oro, puesto que ella, como sabemos, estaba unida en desposorios místicos con Jesús? Es decir, si Santa Catalina era –como lo era- la esposa mística del Rey de los cielos –en una aparición, Jesús en Persona le colocó el anillo esponsal-, y siendo Jesús como es, el Rey de la gloria, ¿no correspondía que una esposa de semejante Rey llevara una corona de gloria y no de espinas?
Para entender el porqué de la elección de Santa Catalina, debemos meditar en su respuesta[2]: “Yo deseo, oh Señor, vivir aquí conforme a tu Pasión y encontrar en el dolor y en el sufrimiento mi reposo y deleite”.
“Deseo vivir aquí conforme a tu Pasión”: en la Pasión, Jesús no llevaba una corona de oro, sino una corona de espinas; luego, al elegir la corona de espinas, Santa Catalina de Siena desea “conformarse” a la Pasión de Jesús, es decir, vivir unida a la Pasión de Nuestro Señor. Esto implica recibir, en esta vida, lo que Jesús recibió en su Pasión: ignominia, humillación, dolor y muerte, lo cual es contrario a la cultura hedonista que impera en nuestros días.
“Encontrar en el dolor y en el sufrimiento mi reposo y mi deleite”: No se trata de querer sufrir por el solo hecho de sufrir; tampoco se trata de una alteración de los valores en Santa Catalina: el “reposo y deleite en el sufrimiento y en el dolor” se deben a que, al unirse a la Pasión de Jesús prefiriendo la corona de espinas y no la de oro, Santa Catalina se une al sacrificio redentor de Nuestro Señor, lo cual quiere decir que el dolor, de tortura del alma y del cuerpo, se convierte en fuente de santificación, tanto personal, como de muchas almas, que por este dolor y santificación, se verán libres de la eterna condenación, lo cual, a su vez, es lo que explica el deleite y el reposo, es decir, la alegría y la paz que sobrevienen al alma, cuando participa de la Pasión de Jesús, y es la salvación propia y de muchas otras almas.
Ahora bien, en otra aparición de Jesús, Nuestro Señor le revela a Santa Catalina que no es la intensidad del dolor lo que posee valor expiatorio, sino el dolor por el pecado, que nace del amor a Dios: cuanto más grande sea el amor –y, si es infinito, mejor- con el que se desea reparar las ofensas propias y ajenas cometidas contra Dios, tanto mayor será la expiación. Es decir, es la magnitud del amor con el que se sufre, y no la intensidad del sufrimiento, lo que posee el valor redentor, y siempre que este amor esté unido al Amor de su Sagrado Corazón. Dice así Jesús a nuestra santa: “Debes saber hija mía, que todas las penas que sufre el alma en esta vida no son suficientes para expiar la más mínima culpa, ya que la ofensa hecha a Mí que soy Bien Infinito, requiere satisfacción infinita. Más si la verdadera contrición y el horror por el pecado tienen valor reparador y expiatorio, lo hacen, no por la intensidad del sufrimiento (que será siempre limitado), sino por el deseo infinito con que se padece, puesto que Dios, que es infinito, quiere infinitos el amor y el dolor; dolor del alma contra la ofensa cometida al Creador y al prójimo”[3].
Entonces, porque es necesaria la expiación de los pecados por el dolor y el amor, unidos a Santa Catalina, le pedimos a Jesús que, si es su Divina Voluntad, y aunque somos indignos, nos conceda la gracia de llevar espiritualmente su corona de espinas, para tener los mismos pensamientos, santos y puros, que Él tiene en su Pasión.





[1] http://www.corazones.org/santos/catalina_siena.htm
[2] Al decir esto, debemos aclarar que es obvio que debemos hacerlo con categorías sobrenaturales, pidiendo la iluminación del Espíritu Santo, porque si nada encontraremos si analizamos su respuesta desde el punto de vista de la mera razón humana, absolutamente insuficiente, por sí misma, de elevarse a lo sobrenatural
[3] Cfr. Santa Catalina de Siena, La Verdad Eterna.

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