El
Evangelio de San Marcos deja entrever una profunda credibilidad histórica, al
tiempo que demuestra un inapreciable valor teológico: por un lado, Marcos se
muestra como un espíritu observador, minucioso, detallista, preciso y exacto -lo
cual es invalorable para elaborar un libro de historia, como lo es el
Evangelio- desde el momento en que, por ejemplo, es el único que destaca el
verdor de la hierba sobre la que Jesús hizo sentar a la muchedumbre hambrienta
antes de multiplicar los panes y los pescados por primera vez[1];
por otra parte, también es sumamente valioso desde el punto de vista teológico,
desde el momento en que el tema central de Marcos es el de Jesús como Mesías
que, a pesar de ser presentado en secreto como tal, da sin embargo todo su
fruto: Jesús, siervo humillado por la maldad y la ignorancia de los hombres que
él había venido a rescatar, es exaltado por Dios, como ha de serlo todo el que
a él se una de corazón y lo siga en el camino, el único que permite comprender
esa "Buena Noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios" que Marcos nos ha
trasmitido en un lenguaje popular, muchas veces incorrecto en la forma, pero
vivaz y lleno de encanto[2].
Marcos
presenta a Jesús que es bien recibido por la gente, pero cuyo mesianismo humilde
–no se presenta de modo ostentoso, al modo de los políticos humanos, para
quienes, cuantas más gente atraigan, mejor es- y sobrenatural –viene a vencer al
pecado, a la muerte y a las potestades sobrenaturales y no a las potencias
terrenas, como el imperio romano- se encuentra en las antípodas de las
expectativas de un pseudo-mesías terreno y político tal como lo esperaban los
judíos, ocasiona pronto la decepción de la masa; Marcos muestra, en su
Evangelio cómo, una vez apagado el entusiasmo primerizo de las masas, que
esperaban este mesías meramente terreno, el Señor Jesús se retira de Galilea
para dedicarse de lleno a la instrucción de los discípulos, quienes por
boca de Pedro confiesan la divinidad de su Maestro: Jesús no es un mesías
político, que viene a liberar a Israel de potencias mundanas y su objetivo no
es inmanente a la historia, sino trascendente: Jesús es el Hombre-Dios, que ha
venido a derrotar a los tres grandes enemigos de la humanidad –el demonio, la
muerte y el pecado-, para conducir a los hombres al Reino de Dios. A partir del
reconocimiento de Jesús como el Mesías Dios, lo cual sucede en Cesarea, todo el
relato de Marcos se orienta a Jerusalén, la ciudad santa, en donde la feroz oposición
–humana y preternatural, la del ángel caído- crece hasta desembocar en su
detención en el Huerto de los Olivos, las falsas acusaciones, el juicio inicuo
y su dolorosa Pasión, la cual llega a su término con su gloriosa Resurrección,
en la que Cristo Dios abandona su tumba, glorioso y resucitado, victorioso, de
acuerdo con lo que había profetizado de sí mismo.
En síntesis, la veracidad y objetividad histórica del
Evangelio de Marcos, sumado a su visión sobrenatural de Jesús en cuanto Mesías
Dios, hace de su lectura un ejercicio apasionado de la fe católica.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario