Nació
en Alejandría el año 295; en el Concilio de Nicea acompañó al obispo Alejandro,
del que fue luego sucesor. Luchó incansablemente contra la herejía de los
arrianos, lo cual le acarreó muchos sufrimientos y ser desterrado varias veces.
Escribió importantes obras en defensa y explicación de la fe ortodoxa. Murió el
año 373.
El
arrianismo tomó su nombre de Arrio (256-336) sacerdote de Alejandría y después
obispo libio, quien desde el 318 propagó la idea de que no hay tres personas en
Dios sino una sola persona, el Padre. Según Arrio, Jesucristo no era Dios, sino
que había sido creado por Dios de la nada como punto de apoyo para su Plan[1]. Para
Arrio el Hijo es, por lo tanto, criatura y el ser del Hijo tiene un principio;
ha habido, por lo tanto, un tiempo en que él no existía; con esta esta teoría,
negaba la eternidad del Verbo, lo cual equivale a negar su divinidad; así, a
Jesús se le puede llamar Dios, pero solo como una extensión del lenguaje, por
su relación íntima con Dios[2].
San
Atanasio no deja dudas acerca de la divinidad de Jesús y de su pre-existencia
en cuanto Verbo de Dios, pero al mismo tiempo, de su Encarnación en el seno de
María Virgen por medio de la creación y asunción de una naturaleza humana, con la
cual lleva a cabo su Pasión Redentora, por la oblación de su Cuerpo mortal: “El
Verbo de Dios, incorpóreo e inmune de la corrupción y de la materia, vino al
lugar donde habitamos, aunque nunca antes estuvo ausente, ya que nunca hubo
parte alguna del mundo privada de su presencia, pues, por su unión con el
Padre, lo llenaba todo en todas partes (…) En el seno de la Virgen, se
construyó un templo, es decir, su cuerpo, y lo hizo su propio instrumento (…) lo
entregó a la muerte por todos (…) con ello, al morir en su persona todos los
hombres, quedó sin vigor la ley de la corrupción que afectaba a todos, ya que
agotó toda la eficacia de la muerte en el cuerpo del Señor, y así ya no le
quedó fuerza alguna para ensañarse con los demás hombres, semejantes a él; con
ello también, hizo de nuevo incorruptibles a los hombres, que habían caído en
la corrupción, y los llamó de muerte a vida, consumiendo totalmente en ellos la
muerte, con el cuerpo que había asumido y con el poder de su resurrección, del
mismo modo que la paja es consumida por el fuego (…) Por esta razón asumió un
cuerpo mortal: para que este cuerpo, unido al Verbo que está por encima de
todo, satisficiera por todos la deuda contraída con la muerte; para que, por el
hecho de habitar el Verbo en él, no sucumbiera a la corrupción; y, finalmente,
para que, en adelante, por el poder de la resurrección, se vieran ya todos
libres de la corrupción”[3].
San
Atanasio dice que el Verbo asume un cuerpo mortal para que este cuerpo, unido
al Verbo, al morir (en la cruz), diera satisfacción por la deuda de los pecados
de toda la humanidad, lo cual fue posible debido a que el que habitaba en este
cuerpo era el Verbo, que era Dios, y por eso fue que resucitó y venció a la
muerte, librando a todos los hombres de la corrupción.
Es
importante la noción de Jesús como Verbo Eterno, porque tiene una implicancia
directa en la doctrina eucarística, puesto que, si Jesús no es Dios, la
Eucaristía es solo un poco de pan bendecido, mientras que, si es Dios, la
Eucaristía es Dios.
En
nuestros días, el neo-arrianismo consiste, más que en negar la divinidad de
Jesucristo, en negar la divinidad de Jesús Eucaristía. En la práctica, se niega
la divinidad de Jesús Eucaristía cuando se le niegan la adoración y el amor
debidos.
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