San
Ezequiel -598 a. C.- se caracterizó, además de por llevar una vida de santidad,
por el hecho de haber recibido numerosas visiones de parte de Dios, todas
relativas al Pueblo Elegido. Sin embargo, hay una, en particular, a la cual
consideramos que se refiere al Nuevo Pueblo Elegido, los miembros del Cuerpo
Místico de Jesús, los bautizados en la Iglesia Católica. ¿De cuál visión se
trata? De una visión en la que le dijo el Señor[1]: “Le
voy a mostrar cómo será en el futuro la religión verdadera de mi pueblo”. Luego
de decir esto, Dios le mostró un río pequeño, en el que, debido a que el agua
apenas llegaba hasta las rodillas, era fácil atravesarlo hasta la otra orilla. Pero
luego el río comenzó a crecer progresivamente, con lo que el agua llegó primero
hasta la cintura, más tarde hasta el cuello, hasta que se hizo imposible atravesarlo,
dada la magnitud de la creciente. Las aguas de este río son muy particulares:
son refrescantes, cristalinas, y dan vida a todo lo que riegan, como los campos
de las orillas, los cuales se llenaron de árboles colmados de frutos exquisitos.
La sorprendente vitalidad de las aguas del río se manifiesta todavía con más
poder, cuando las aguas llegan al Mar Muerto, llamado así por la gran
concentración salina de sus aguas, lo cual hace inviable la vida de cualquier
especie marina: al tomar contacto con las aguas del río visto por Ezequiel, las
aguas del Mar Muerto cambian y se vuelven aptas para la vida, llenándose
inmediatamente de peces. ¿Qué significa esta visión?
El
río de aguas cristalinas, que crece paulatinamente hasta desbordar el lecho y
que a su paso hace crecer árboles que dan frutos de sabor exquisito, significa
la gracia santificante que brota del Corazón traspasado de Jesús: el hecho de
ser una creciente que se aumenta cada vez más su caudal, simboliza la
inmensidad del don de la gracia, que brota del Corazón de Jesús como de un
manantial inagotable y que se derrama sobre el alma de modo incontenible. Se cumple
así la palabra de Jesús: “(…) el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed
jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que
brota para vida eterna” (Jn 4, 13-14).
El que bebe del Costado traspasado de Jesús, sacia su sed de Dios y esta agua
que da el Corazón de Jesús, se convierte en el alma en fuente de vida eterna.
La
vitalidad del agua de este río, a su vez, simboliza la fuerza de la vida divina
contenida en la gracia santificante, la cual, por un lado, hace fructificar al
alma en frutos de santidad, los cuales antes estaban ausentes a causa del
pecado: el pecado está simbolizado en las orillas del río secas y sin árboles;
el estado del alma en gracia santificante, está simbolizado en el crecimiento de
árboles que dan frutos exquisitos, los frutos de santidad.
Pero
en donde más se nota la potencia de la Vida divina de la cual la gracia hace
partícipe al alma, es en su contacto con el Mar Muerto, al cual lo convierte,
de un lugar inerte y desolado, en un lugar pleno de vida: el Mar Muerto, sin
vida, simboliza al alma muerta a la vida de Dios por el pecado mortal; el Mar
Vivo –que es el Mar Muerto cambiado al contacto con las aguas del río-, a su
vez, simboliza al alma en estado de gracia santificante, la cual no sólo ya no
está más muerta por el pecado, sino que vive con la vida misma de Dios, una
vida que antes no tenía porque no se trata de la vida humana, sino de la vida
divina, que le concede la gracia santificante.
Finalmente,
Dios le explica a Ezequiel la visión, diciéndole que este iba a ser el futuro
de la Santa Religión, la cual, a diferencia de la religión del Antiguo
Testamento, que no concedía la gracia santificante, en esta sí será concedida a
través de los Sacramentos de la Iglesia Católica, para la santidad y salvación
de las almas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario