San Jorge fue un soldado romano, nacido en el siglo III en
Capadocia (Turquía) y que falleció a principios del IV. Según algunas versiones
de la Tradición, se dice que su padre era militar y que por ese motivo su hijo,
siguiendo sus pasos, ingresó al ejército romano, en donde se convirtió y siguió
a Jesucristo, dando su vida por Él[1].
Según
la narración que de su vida hiciera Santiago de la Vorágine en su obra “La
Leyenda dorada”, escrita en el siglo XIII, San Jorge es presentado como un
soldado o caballero que lucha contra un ser monstruoso (el dragón) que vivía en
un lago y que tenía atemorizada a toda una población situada en Libia. Dicho dragón
exigía dos corderos diarios para alimentarse a fin de no aproximarse a la
ciudad, ya que desprendía un hedor muy fuerte y contaminaba todo lo que estaba
vivo, pero cuando se quedaron sin animales, el dragón exigió que se le
entregara cada día una persona viva, y la primera en ser elegida por sorteo,
resultó ser la hija del rey. Sin embargo, cuando el monstruo estaba a punto de
devorarla, San Jorge la salvó[2],
enfrentando al Dragón y derrotándolo.
Según
cuenta la Tradición, San Jorge, armado con una poderosa lanza y protegido por
una gran armadura, arremetió con su caballo contra el monstruo, atravesando su
negro y duro corazón, dándole muerte instantáneamente. De esa manera, tanto la
población como la doncella, pudieron desde entonces vivir en paz. Luego, San
Jorge murió mártir, en ocasión de las persecuciones de los emperadores
Diocleciano y Máximo, a principios del año 300 d. C.
Ahora
bien, hay un mensaje de santidad que nos deja San Jorge, y es el siguiente: el Dragón
contra el cual lucha San Jorge, es el Demonio; la doncella virgen, es el alma
en gracia, a la cual el Demonio, que “anda rugiente como león, buscando a quien
devorar” (cfr. 1 Pe 5, 8), quiere
precisamente devorar, es decir, destruir en la inocencia de la gracia, para inocularle
el veneno pestilente del pecado y de la rebelión contra Dios; la poderosa lanza
con la que está armado San Jorge, es la oración, especialmente el Santo Rosario
y también la Santa Misa, que desarman y aplastan al Demonio; la armadura que lo
protege de los ataques del Demonio, es la fe de la Santa Iglesia Católica, la
fe del Credo que rezamos los Domingos, la fe en la que confesamos que
Jesucristo, Presente en la Eucaristía, es Nuestro Salvador y Redentor.
Al recordarlo en su día, le pidamos a San Jorge que
interceda por nosotros para que, al igual que él, también nosotros nos
revistamos con las armas de la oración y la armadura de la fe, para conservar
nuestras almas puras e inmaculadas por la gracia y nuestros cuerpos castos y
puros, para que sean “templo del Espíritu Santo”, y nuestros corazones sean
altares en donde se adore a Jesús Eucaristía. Por último, si bien no todos
estamos llamados al martirio cruento, como San Jorge, sí estamos llamados a dar
un testimonio cotidiano, incruento, de nuestra fe en Jesucristo, un testimonio
que no exige derramamiento de sangre, pero sí exige amar a Jesús antes que a
los hombres.
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