San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 3 de julio de 2013

“No seas incrédulo sino hombre de fe”

“No seas incrédulo sino hombre de fe”. Tomás el Apóstol cree solo luego de haber metido sus manos en las llagas del Cuerpo resucitado de Jesús, lo cual le vale el consejo de Jesús: “De ahora en adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe”.
         El consejo de Jesús es válido para Tomás y para todos aquellos que, como el Apóstol en su fase incrédula, no creen en el testimonio de la Iglesia: Tomás persiste en una obstinada incredulidad, a pesar de tener el testimonio de la Iglesia Naciente acerca de la resurrección de Jesús. La Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, no erra en su testimonio sobre los misterios de Jesús, sobre todo su misterio pascual de muerte y resurrección, precisamente por el hecho de estar guiada e iluminada con la luz celestial del Espíritu de Dios. Las santas mujeres de Jerusalén, Pedro, Juan, María Magdalena, y todos aquellos que contemplaron con sus ojos a Jesús resucitado, al dar testimonio de lo que contemplaron, no están ni inventando fantasías ni mucho menos diciendo cosas falsas: están testimoniando, con sus vidas, lo que les fue dado contemplar por gracia de Dios y por medio del Espíritu Santo. Por lo tanto, rechazar su testimonio, es rechazar el testimonio de la Iglesia, y rechazar el testimonio de la Iglesia es rechazar el testimonio del Espíritu Santo, que habla a través de sus miembros.
         Santo Tomás comete un grave pecado de temeridad, pero Jesús, en su infinita misericordia, se le aparece de modo personal, para que su incredulidad no sea causa de perdición suya y la de muchos que en el tiempo cometerían su mismo pecado. Precisamente, de modo análogo, también en el día de hoy, muchos católicos, al igual que Tomás Apóstol antes de su conversión, no creen en el testimonio del Magisterio de la Iglesia y en el testimonio de fe de aquellos que, sin ver, no solo creen que Jesús ha resucitado, sino que creen en la Presencia real de Jesús resucitado en la Eucaristía. De esta manera, los modernos incrédulos se apartan del Cristo único y verdadero, el Hombre-Dios que ha muerto y resucitado para nuestra salvación y se encuentra vivo y glorioso en la Hostia consagrada.

Jesús no se aparece con su Cuerpo físico, pero sí con su Cuerpo resucitado, en el altar, en el sagrario, y por eso le dice a los hombres de hoy: “Tú, que eres incrédulo, no ves mi Cuerpo físico, pero con la luz de la fe, puedes ver mi Cuerpo resucitado en la Eucaristía. Mírame resucitado con los ojos de la fe; no toques mi Cuerpo sacramental con tus manos, si no están consagradas; más bien deja que Yo toque tu corazón al entrar por Él en la comunión, y en adelante no seas incrédulo sino hombre de fe. Dichosos los que creen sin haber visto con los ojos del cuerpo, pero creen con los ojos del alma iluminados por la luz de la fe”.

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