“Mujer, ¿por qué
lloras? ¿A quién buscas?” (Jn 20, 1-3. 11-18). María
Magdalena acude al sepulcro el Día de la Resurrección; ve la piedra
de la entrada corrida; se da cuenta de que Jesús no está en el
sepulcro, y comienza a llorar, porque piensa que “se han llevado el
Cuerpo”, y ella no sabe dónde lo han puesto; incluso, se
encuentra con Jesús en Persona, pero no lo reconoce, ya que lo
confunde con el jardinero; le pregunta a Jesús “donde lo han
puesto” a su Señor, que ella lo irá a buscar.
María Magdalena busca a
Jesús, pero busca a un Jesús muerto; ha quedado anclada en la
Tragedia del Viernes Santo; el Deicidio la ha conmovido, pero no ha
sido capaz de trascender la Muerte de la Cruz, que finaliza en la
Resurrección del Sepulcro. María Magdalena busca a Jesús, pero
llora, porque no busca a Jesús resucitado; no busca al Jesús vivo,
al Jesús Victorioso, que ha vencido a los enemigos mortales del
hombre, el demonio, el mundo y el pecado; María Magdalena llora
porque busca a un Jesús muerto, que es un Jesús inexistente, porque
es verdad que Jesús murió en la Cruz, pero es también verdad que
resucitó y que ya no muere más, y por eso el llanto de María
Magdalena no está justificado y no se entiende a la luz de la
Resurrección; el llanto de María Magdalena es el llanto de quien no
ha recibido la gracia de ser iluminado por el Espíritu Santo, para
contemplar el misterio pascual de Jesucristo en su totalidad.
El estado de congoja de
María Magdalena; el estado de angustia, y el llanto que la embarga,
es lo que motiva la pregunta de Jesús: “Mujer, ¿por qué lloras?
¿A quién buscas?”. En la misma pregunta de Jesús, está ya la
respuesta que calma su llanto: María Magdalena llora porque no
encuentra a Jesús, y ya lo tiene delante; María Magdalena busca a
Jesús, y ya lo ha encontrado, porque está delante suyo. Con su
Presencia, Jesús calma el llanto y la desazón de María Magdalena,
porque le dice: “No llores, aquí estoy, Soy Yo, he resucitado.
Alégrate, y ve a anunciar a tus hermanos que he vencido a la muerte,
al demonio y al mundo; ve a anunciarles a tus hermanos que las
puertas del cielo están abiertas para todo aquel que quiera seguirme
por el Camino Real de la Cruz; ve a decirles que la felicidad eterna
ya está disponible para todo aquel que quiera compartir mi Pasión,
mi Muerte y mi Resurrección; ve a anunciar a tus hermanos que la
tristeza de este mundo ha sido vencida para siempre por la Alegría
del Señor resucitado, y que ya no hay motivos para llorar, porque Yo
he resucitado”.
“Mujer, ¿por qué
lloras? ¿A quién buscas?”. La misma pregunta que Jesús le dirige
a María Magdalena, la dirige a muchos en la Iglesia, que al igual
que ella, buscan a un Jesús muerto pero no resucitado; muchos, en la
Iglesia, buscan a Jesús como si estuviera muerto, como si nunca
hubiera resucitado el Domingo de Resurrección, y es así que se
dejan abatir por las tribulaciones de la vida, sin pensar en la vida
eterna y sin detenerse a contemplarlo resucitado en la Eucaristía. Y
al igual que a María Magdalena, también a ellos, desde la
Eucaristía, Jesús les dice: “¿Por qué lloran? ¿Acaso no estoy
vivo en la Eucaristía?”.
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