En
una de sus revelaciones a Santa Brígida, Jesús se queja de sus
enemigos. Según su descripción, estos son “como las más salvajes
de las bestias”, que “nunca pueden estar satisfechos ni
permanecer en calma”, porque solo desean obrar el mal, y solo en el
mal encuentran reposo y satisfacción. Jesús le dice también a la
santa que el corazón de sus enemigos “está tan vacío de su amor,
que el pensamiento de su Pasión nunca entra en ellos”, y que jamás
agradecen el sacrificio que Él hizo por ellos. En estas almas, dice
Jesús, no puede vivir su Espíritu, porque no sienten el divino amor
por Él, y como no sienten amor por Él, experimentan solo deseos de
traicionar a otros para conseguir su propio beneficio”. Dice así
Jesús: “Mis
enemigos son como la más salvaje de las bestias, que nunca pueden
estar satisfechos ni permanecer en calma. Su corazón está tan vacío
de mi amor que el pensamiento de mi pasión nunca lo penetra. Ni
siquiera una sola vez, desde lo más íntimo de su corazón, ha
escapado una palabra como ésta: “Señor, tú nos has redimido,
¡alabado seas por tu amarga pasión!” ¿Cómo puede vivir mi
Espíritu en personas que no sienten el divino amor por mí, personas
que están deseando traicionar a otros por conseguir su propio
beneficio?”
Ahora
bien, ¿quiénes son estos enemigos?
Ante
todo, son aquellos que “no tienen el Amor de Dios” en sus
corazones; son aquellos cuyos corazones están por lo tanto llenos de
amor a sí mismo, pero como el amor a sí mismo sin el Amor de Dios
es un amor impuro y no santo, se trata de un amor egoísta que
excluye a Dios del objeto de su amor; por lo tanto, es un amor impuro
y egoísta; es un amor-enamoramiento de sí imita al
amor-enamoramiento de sí mismo que experimentó el demonio en los
cielos, y que fue el motivo de su caída, porque excluye a Dios, que
es Amor en sí mismo. En el cielo, el demonio y sus ángeles
experimentaron el amor a sí mismos pero excluyendo a Dios; se vieron
perfectos y hermosos, pero en vez de atribuir esa perfección y
hermosura al Autor y Creador de toda perfección y hermosura, lo
excluyeron y se atribuyeron falsamente la condición de ser los
creadores del ser, y en esto consistió su mentira, su auto-engaño y
su perdición. En la tierra, el hombre que vive sin el Amor de Dios
porque no contempla a la Misericordia Divina encarnada, Cristo Jesús,
se encierra en sí mismo, se contempla a sí mismo, se enamora de sí
mismo, y comete el mismo error de soberbia y vanidad que cometieron
en el cielo el demonio y sus ángeles: enamorarse de sí mismos,
dejando de lado al Amor de Dios, a Dios, que “es Amor”. Sin el
Amor de Dios, el corazón humano se llena de un amor impuro, egoísta,
vanidoso y soberbio, el amor de sí mismo. No significa que el hombre
no deba amarse a sí mismo; todo lo contrario, está prescripto en el
Primer Mandamiento - “Amarás a Dios y al prójimo como a ti
mismo”-; lo erróneo es el amor de sí excluyendo al Amor
Primero, Dios, sin el cual nada hay puro y santo en el hombre.
Los
enemigos de Cristo, entonces, están vacíos de este Amor divino, y
llenos de amor impuro y egoísta a sí mismos, tal como lo está el
corazán angélico del Príncipe de las tinieblas, y esta es la razón
por la cual Jesús dice que “no tienen el Amor de Dios”.
Pero
no suceden las cosas por acaso; hay una explicación bien precisa por
parte de Jesús, acerca del origen de esta ausencia del Amor divino
en los corazones de los hombres malvados, y es el olvido de su
Pasión, olvido que los lleva a cometer las más grandes
ingratitudes, desprecios e indiferencias hacia su Sacrificio
redentor: “Su
corazón está tan vacío de mi amor que el pensamiento de mi Pasión
nunca lo penetra. Ni siquiera una sola vez, desde lo más íntimo de
su corazón, ha escapado una palabra como ésta: “Señor, tú nos
has redimido, ¡alabado seas por tu amarga pasión!”. La razón por
la cual el corazón del hombre se vacía del Amor a Dios y se llena
del amor impuro y egoísta a sí mismo, es el olvido de la Pasión de
Jesús: “...el pensamiento de mi Pasión nunca lo penetra”. Y
este amor impuro convierte al hombre en un ser ingrato para con su
Dios, que ha sacrificado su Vida en la Cruz y ha derramado su Sangre
para su salvación: Ni siquiera una sola vez, desde lo más íntimo
de su corazón, ha escapado una palabra como ésta: “Señor, tú
nos has redimido, ¡alabado seas por tu amarga pasión!”. El olvido
de la Pasión de Jesús es la causa de la ausencia del Amor de Dios
en el corazón del hombre, en quien no solo no se encuentra el más
mínimo rastro del Divino Amor, sino que se expresa con fuerza el
anti-amor egoísta que lo colma: ¿Cómo puede vivir mi Espíritu en
personas que no sienten el divino amor por mí, personas quere están
deseando traicionar a otros por conseguir su propio beneficio?”. La
traición es la consecuencia directa de no poseer en sí el Amor de
Dios.
Pero
no son enemigos de Cristo solo los que obran decididamente el mal,
porque si la causa de ser enemigos de Cristo es el olvido de su
Pasión, esto quiere decir que se convierten en enemigos de Jesús
aquellos que, por tibieza, olvidan la Pasión. Unos, olvidan la
Pasión por maldad; otros, por tibieza, por pereza, por indiferencia,
por hastío de las cosas de Dios. El tibio, el católico que prefiere
un programa de televisión antes que rezar; el que prefiere un
partido de fútbol antes que el Rosario; el que elige dormir en vez
de acudir a la Santa Misa el Domingo, Día del Señor, ese tal se
convierte en enemigo de Dios, porque se olvida de la Pasión de
Jesús. O, peor aún, se acuerda de ella, pero solo para rechazarla
como pensamiento tedioso y reemplazarlo por otro más “divertido”
o “alegre”. ¿No son centenares de miles los niños, jóvenes y
adultos, que abandonan en masa las iglesias los domingos, para
acudir, también en masa, a conciertos, espectáculos deportivos,
mundanos?
Al
reflexionar entonces sobre las palabras de Jesús dichas a Santa
Brígida, no debemos, por lo tanto, pensar que los “enemigos de
Cristo” son solo aquellos que, de modo ostensible y directo, obran
el mal: olvidarse de la Pasión y volcarse al mundo, es causa de
conversión en enemigos de Jesucristo.
¿De
qué manera podemos librarnos de este vacío del corazón, de esta
frialdad del alma que lleva a dejar de lado a Jesús y su Pasión?
Teniendo presente, continuamente, a lo largo del día, desde que nos
levantamos hasta que nos acostamos, la Pasión de Jesús, y pedirle
que se grabe a fuego en nuestros corazones, y de manera tal, que
nunca se borre de ellos. La Pasión de Jesús debe estar tan dentro
nuestro y debe estar tan identificada con nuestro ser, que si la
olvidamos, debe equivaler a olvidarnos de nosotros, de quienes somos
y para qué existimos y vivimos en este mundo. Además, el recuerdo
de la Pasión debe ser como un avivamiento del fuego de amor que
Jesús enciende en nuestros corazones, así como el pasto seco se
incendia al contacto con un carbón ardiente: el carbón ardiente es
el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús; el pasto seco es nuestro
pobre corazón. De esta manera, Jesús sopla sobre nosotros su
Espíritu de Amor, que es Fuego de Amor divino, y este Espíritu nos
incendia en su Amor, y el Amor a su vez, nos inflama con nuevos
ardores de Amor divino, que a su vez atraen más al Espíritu Santo,
con lo cual se establece un círculo virtuoso de amor y gratitud, que
se eleva desde el fondo del corazón hasta el trono de la majestad
divina.
El
Amor a Dios, expresado en el agradecimiento por su Pasión de Amor, y
encendido cada vez en la Comunión Eucarística, es entonces el
“antídoto” para no solo no convertirnos en sus enemigos, sino
para ser sus amigos más dilectos y preferidos. Dice así Jesús a
Santa Brígida: “Pero
tú, hija mía, a quien he elegido para mí y con quien hablo en el
Espíritu, ¡ámame con todo tu corazón, no como amas a tu hijo o a
tu hija o a tus padres sino más que cualquier cosa en el mundo! Yo
te creé y no evité que ninguno de mis miembros sufriera por ti. Aún
amo tanto a tu alma que, si fuera posible, me dejaría ser de nuevo
clavado en la cruz antes que perderte. Imita mi humildad: Yo, que soy
el Rey de la gloria y de los ángeles, fui vestido de pobres harapos
y estuve desnudo eel pilar mientras mis oídos oían todo tipo de
insultos y burlas. Antepón mi voluntad tu ya porque mi Madre, tu
Señora, desde el principio hasta el final, nunca quiso nada más que
lo que yo quise. Si haces esto, entonces tu corazón estará con el
mío y lo inflamaré con mi amor, de la misma forma que lo árido y
seco se inflama fácilmente ante el fuego.
Tu
alma estará llena de mí y Yo estaré en ti, todo lo temporal se
volverá amargo para ti, y el deseo carnal te será como el veneno.
Descansarás en mis divinos brazos, donde no hay deseo carnal sino
sólo gozo y deleite espiritual. Ahí, el alma, colmada tanto
interior como exteriormente, está llena de gozo, no pensando en nada
ni deseando nada más que el gozo que posee. Por ello, ámame sólo a
mí y tendrás todo lo que desees en abundancia. ¿No está escrito
que el aceite de la vida no faltará hasta el día en que el Señor
envíe lluvia sobre la tierra según las palabras del profeta? Yo soy
el verdadero profeta. Si crees en mis palabras y las cumples, ni el
aceite ni el gozo ni la alegría te faltarán jamás en toda la
eternidad”.
Meditemos
en la Pasión de Jesús, día y noche; pidamos que el Espíritu Santo
grabe a fuego su Pasión en nuestros corazones, agradezcamos su
infinito Amor por nosotros, y así viviremos por anticipado la
alegría de la vida eterna en el Reino de los cielos.
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