San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

miércoles, 31 de julio de 2013

San Ignacio de Loyola, el crucifijo y la contrición del corazón

Dentro de la vasta riqueza de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, se encuentra la “fórmula”, por así decirlo, que puede conducir a un alma a elevados grados de perfección. En la Segunda Semana de los Ejercicios, se propone al ejercitante una meditación llamada: “Tres grados de humildad”1, que pueden llamarse indistintamente “Tres grados de santidad” o “Tres grados de perfección”, y son como tres gradas o peldaños -uno supone al otro- mediantes los cuales el alma se eleva de perfección en perfección. Consisten en lo siguiente: en el primer grado de humildad, el alma se decide a “perder el mundo”, es decir, incluso la vida física, “antes que cometer un pecado mortal”. Este grado de humildad cierra las puertas del Infierno, pero dejan entreabierta las puertas del Purgatorio, y no abre las puertas del Cielo. Es la promesa que hace aquel que se confiesa, a Jesús que lo perdona en el sacramento de la Confesión: “Antes querría haber muerto que haberos ofendido”. Aquí, por medio de la oración que reza el penitente antes de recibir la absolución sacramental, el alma se duele ante Dios precisamente por no haber poseído este grado de humildad primero: “antes querría haber muerto que haberos ofendido”: el alma se duele por no haber perdido la vida física antes que haber pecado mortalmente, porque nadie se condena por morirse, pero sí por un solo pecado mortal. Cada vez que nos confesamos, cada vez que acudimos al sacramento de la Penitencia, tenemos la oportunidad de crecer en este primer grado o escalón de humildad.
En el segundo grado de humildad -supone el primero-, el alma está dispuesta a “perder el mundo”, es decir, la vida física, antes que cometer un pecado venial deliberado. Este grado cierra las puertas del Purgatorio, pero tampoco abre las puertas del Cielo.
En el tercer grado de humildad, el alma, que está dispuesta a perder la vida terrena antes que cometer un pecado mortal o venial deliberado, es decir, que ha cerrado las puertas del Infierno y del Purgatorio, se eleva hacia un grado perfectísimo, pero no porque tenga deseos del Cielo, que sí los tiene, sino porque se configura a Cristo crucificado: en este grado, al alma no le importa ni evitar el Infierno, ni evitar el Purgatorio, ni ganar el Cielo: le importa configurarse a Cristo crucificado, y es por esto que el alma elige, por amor, aquello que tiene Jesús en la Cruz: pobreza, humillación, oprobio. En el Tercer grado de humildad, mucho más que cerrarse las puertas del Infierno y del Purgatorio, e infinitamente más que abrirse las puertas del Cielo, se abren para el alma las puertas del Sagrado Corazón de Jesús, su Herida abierta por la lanza, su Corazón traspasado, a través del cual se derrama sobre el alma, por medio de la Sangre de Jesús, como suave bálsamo, el Amor Divino, el Espíritu Santo.
Este camino espiritual de perfección que propone San Ignacio coincide con el propuesto por Santa Teresa de Ávila en su hermosísimo poema: “No me mueve, mi Dios, para quererte, el cielo que me tienes prometido/ ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte/Tú me mueves, Señor/Muéveme el verte clavado en una Cruz y escarnecido,/muéveme ver tu Cuerpo tan herido,/muévenme tus afrentas y tu muerte./Muéveme, en fin, tu Amor, y en tal manera,/que aunque no hubiera cielo, yo te amara,/y aunque no hubiera infierno, te temiera./No me tienes que dar porque te quiera,/pues aunque lo que espero no esperara,/lo mismo que te quiero te quisiera/”.
San Ignacio nos propone, entonces, un camino espiritual que, por la gracia santificante, nos conduce a altísimas alturas de santidad, a niveles inimaginables e insospechados, porque nos introduce en el mismísimo Sagrado Corazón traspasado de Jesús. ¿Dónde se puede hacer este Ejercicio Espiritual? ¿Acaso se debe asistir a un retiro espiritual en un convento aislado, que se encuentra a centenares de kilómetros de donde habito? Puede ser, pero este Ejercicio Espiritual de los Tres grados de humildad se realiza, ante todo, a los pies del crucifijo, arrodillados y postrados en amorosa adoración ante Cristo crucificado. Y también en la Santa Misa, llamada Santo Sacrificio del altar, porque es la renovación sacramental, incruenta, del mismo y único Santo Sacrificio de la Cruz.

1Cfr. Ejercicios Espirituales, 164-168.

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