Es conocido
el modo sobrenatural por medio del cual fue encontrado el cuerpo del
Apóstol Santiago: una lluvia de estrellas señaló, milagrosamente,
el lugar donde se encontraba sepultado, dando así origen a la
palabra “Compostela” que significa: “Campo de las estrellas”.
Fue
entonces gracias a este milagro, que el cuerpo del Apóstol pudo ser
encontrado, y fue a partir de este hecho que crecieron la devoción y
la piedad popular, las cuales dieron lugar, con el tiempo, a una de
las peregrinaciones más concurridas del mundo, el “Camino de
Santiago”, modo de alcanzar enormes gracias de salvación para
millones y millones de peregrinos.
Aquel que
tiene la dicha de recorrer el Camino de Santiago, Camino mediante el
cual se hace acreedor de gracias innumerables, puede entonces dar
gracias al cielo por aquella lluvia de estrellas que permitió
conocer el lugar donde reposaba el cuerpo del Apóstol.
Sin
embargo, para quien no tiene la posibilidad de realizar la
peregrinación por el Camino de Santiago, no tiene que lame lentar el
perder las gracias que obtendría de poder realizarlo, ya que la
Santa Misa contiene en sí misma algo infinitamente más grande que
dicha peregrinación, y también el modo de conocer su existencia y
lo que contiene -el Cuerpo de Cristo- es algo inmensamente más
prodigioso que una lluvia de estrellas: si para conocer el lugar
donde estaba sepultado el cuerpo del Apóstol Santiago, el cielo obró
un milagro asombroso, como la lluvia de estrellas, para conocer
adónde se encuentra el Cuerpo resucitado de Cristo, lleno de gloria
y de luz divina, el cielo no hace aparecer sobre el firmamlento
estrellas que, por brillantes y hermosas que sean, no son sino
elementos inertes, sino que es la misma Virgen María, Estrella de la
mañana y Lucero de la aurora, la que con su presencia maternal hace
saber al alma dónde puede encontrar el Cuerpo lleno de vida y de luz
divina de su Hijo Jesús: en la Eucaristía, en la Santa Misa. La
Virgen es entonces nuestra Estrella que nos guía hacia el altar
eucarístico, en donde no encontramos los restos santos de un
Apóstol, sino al Cordero de Dios, Rey de los Apóstoles, que nos
dona su Cuerpo glorioso en el Pan eucarístico para darnos su Vida,
la vida eterna, la vida del Hombre-Dios, que es la vida misma de la
Santísima Trinidad.
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