San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

viernes, 15 de febrero de 2019

San Valentín



Vida de santidad.

A finales del siglo III se había desencadenado por todo el Imperio Romano la persecución[1]. Valentín, que era un presbítero romano, residía en la capital del Imperio, reinando Claudio II. El emperador había prohibido los matrimonios, aduciendo que esto constituía una carga para los jóvenes, que así se veían impedidos de servir en el ejército. Contrariando estas órdenes humanas, San Valentín se dedicó a visitar clandestinamente a los esposos, para unirlos en santo matrimonio. Enterado de esto, el emperador lo hizo conducir ante sí por los soldados. El emperador lo trató de disuadir de sus convicciones cristianas. Pero Valentín le contestó: “Si conocierais, señor, el don de Dios, y quién es Aquel a quien yo adoro, os tendríais por feliz en reconocer a tan soberano dueño, y abjurando del culto de los falsos dioses adoraríais conmigo al solo Dios verdadero”.
Asistieron a la entrevista, un letrado del emperador y Calfurnio, prefecto de la ciudad, quienes protestaron enérgicamente por lo que consideraron las atrevidas palabras dirigidas contra los dioses romanos, calificándolas de blasfemas. Temeroso Claudio II de que el prefecto levantara al pueblo y se produjeran tumultos, ordenó que Valentín fuese juzgado de acuerdo a las leyes.
Interrogado por Asterio, teniente del prefecto, Valentín continuó haciendo profesión de su fe, afirmando que es Jesucristo “la única luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo”.
El juez, que tenía una hija ciega, al oír estas palabras, pretendiendo confundirle, le desafió: “Pues si es cierto que Cristo es la luz verdadera, te ofrezco ocasión de que lo pruebes; devuelve en su nombre la luz a los ojos de mi hija, que desde hace dos años están sumidos en las tinieblas, y entonces yo seré también cristiano”.
Valentín hizo llamar a la joven a su presencia, y elevando a Dios su corazón lleno de fe, hizo sobre sus ojos la señal de la cruz, exclamando: “Tú que eres, Señor, la luz verdadera, no se la niegues a ésta tu sierva”.
Al pronunciar estas palabras, la muchacha recobró milagrosamente la vista, aunque su padre, Asterio y también su esposa, recobraron la vista espiritual, que se convirtieron a Jesús y, conmovidos, se arrojaron a los pies del Santo, pidiéndole el Bautismo, que recibieron, juntamente con todos los suyos, después de instruidos en la fe católica.
El emperador se admiró del prodigio realizado y de la conversión obrada en la familia de Asterio; pero aunque deseaba salvar de la muerte al presbítero romano, tuvo miedo de aparecer, ante el pueblo, sospechoso de cristianismo. Por lo tanto, no le fue conmutada su pena de muerte, sino llevada a cabo, con lo que San Valentín, después de ser encarcelado, cargado de cadenas, y apaleado con varas nudosas hasta quebrantarle los huesos, se unió íntima y definitivamente con Cristo, luego de ser decapitado.

Mensaje de santidad.

El mensaje de santidad que nos deja el sacerdote San Valentín es doble: por un lado, amor a la Iglesia y a sus sacramentos, sobre todo el sacramento del matrimonio y por otro, el amor a Jesucristo, al punto que dio su vida por él, muriendo mártir. Con respecto al matrimonio, San Valentín sabía que la unión sacramental de los esposos los convertía a estos en una prolongación, para la sociedad y el mundo, de la unión esponsal entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa, de manera que los esposos se convertían, por el sacramento, en imágenes vivientes, el esposo terreno de Cristo Esposo y la esposa terrena, de la Iglesia Esposa. Arriesgaba su vida para unir a los esposos sacramentalmente y esto es un valioso testimonio en nuestros días, en los que el matrimonio sacramental se ha devaluado a los ojos de una sociedad atea, materialista, agnóstica y relativista, que desprecia los sacramentos de la Iglesia. Para quienes prefieren el pecado mortal del concubinato antes que la fuente de gracias del matrimonio, sería conveniente que leyeran la vida de San Valentín.
Con respecto a Jesucristo, San Valentín dio su vida por Él, a quien consideraba el único Dios Verdadero y frente al cual los dioses de los paganos son nada. Hoy en día, en el que la sociedad ha desplazado al Dios Verdadero y lo ha reemplazado por ídolos falsos, sería conveniente que reflexionara sobre las palabras y el testimonio de vida de San Valentín.
Por último, el folklore y las costumbres han rebajado la figura de San Valentín a una especie de “protector” de los enamorados o incluso hasta de cualquier amor humano, como el amor de amistad. Esto último es válido para los novios católicos que desean unirse en santo matrimonio, es decir, el santo es su patrono y protector para quienes aprecian el sacramento del matrimonio y aman y reconocen a Jesucristo como al Verdadero y Único Dios. Todo lo otro –prentender que San Valentín es patrono de los concubinarios, adúlteros, o de quienes confunden “amor” con “pasión”-, es banalizar la figura del santo y desconocer y menospreciar su auténtico mensaje de santidad: el aprecio por el sacramento del matrimonio y el amor a Jesucristo, Hombre-Dios, hasta dar la vida.



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