¿Por
qué la Iglesia atesora las palabras de los mártires y las expone con tanta
reverencia? Por lo que Jesús dijo en el Evangelio: “Cuando os persigan y
encarcelen, no os preocupéis por lo que vayáis a decir, porque no sois vos los
que habláis, sino que el Espíritu Santo hablará por vosotros” (Mt 10, 19; Mc 13, 11). En esta frase de Jesús está la razón del porqué de la
pregunta inicial: porque en el mártir, en aquel que da su vida por Jesucristo,
inhabita el Espíritu Santo y, por lo tanto, se pueden decir que las palabras de
los mártires son inspiradas por Dios o, más precisos, dichas por Dios Espíritu Santo en persona. En un sentido lato, se
pueden decir que son “Palabra de Dios”.
Por esta
razón, analizaremos brevemente la Carta escrita por el mártir San José Sánchez
del Río antes de ser ejecutado por la masonería mexicana. Debemos tener en
cuenta que Sánchez del Río, al ser ejecutado, contaba con apenas catorce años y
al momento de escribir la Carta, ya había recibido la sentencia de muerte. Esto
resalta más su valor, porque en la Carta se refleja una serenidad sobrenatural
frente al hecho cierto de estar a punto de ser asesinado.
La Carta
en cuestión, fechada en Cotija, el 6 de febrero de 1928, dice así: “Mi querida
mamá: Fui hecho prisionero en combate en este día. Creo que en los momentos
actuales voy a morir, pero no importa, mamá. Resígnate a la voluntad de Dios.
No te preocupes por mi muerte, que es lo que me mortifica; antes diles a mis
hermanos que sigan el ejemplo que les dejó su hermano el más chico. Y tú haz la
voluntad de Dios, ten valor y mándame la bendición juntamente con la de mi
padre. Salúdame a todos por última vez y tú recibe el corazón de tu hijo que
tanto te quiere y verte antes de morir deseaba. José Sánchez del
Río”.
“Mi querida
mamá: Fui hecho prisionero en combate en este día”: comienza con una muestra de
amor a su madre, llamándola “querida mamá”, lo cual podría no ser necesariamente
una muestra de martirio, pero sí de serenidad sobrenatural, puesto que ya sabía
que había sido condenado a muerte. Además, muestra cómo en los mártires se
cumplen a la perfección los Mandamientos de la Ley de Dios; en este caso, el
Cuarto Mandamiento, que manda “honrar padre y madre”. No olvida a su querida
madre –y a su padre-, ni siquiera ante la perspectiva de morir asesinado. Luego,
especifica que “fue hecho prisionero en combate”. El “combate” al que se
refiere es el combate librado entre las fuerzas cristeras y el Ejército
mexicano infiltrado por la Masonería, pero es también “el buen combate” de la
fe, el combate que se libra desde la recitación del Credo en la Santa Misa,
hasta dar la vida en testimonio de Jesucristo en el campo físico de la batalla
terrena, como en el caso de San José Sánchez del Río.
“Creo que en los momentos actuales voy a morir, pero
no importa, mamá”: con sus catorce años y con una condena a muerte sobre sí, el
santo demuestra una serenidad y una paz admirables, sobrenaturales: “no
importa; voy a morir, pero no importa” y esto no porque no valore la vida
terrena: por el contrario, sabe que esta vida vale y vale tanto más, cuanto más
se la entregue a Jesucristo y él está a punto de ofrendársela toda entera. San
José Sánchez del Río sabe que, muriendo por Cristo, gana el Cielo y es por eso
que “no le importa” morir. Lejos de banalizar la muerte –como ocurre en el
mundo de hoy, agnóstico y materialista-, la valora en su justo precio, que es
la adquisición del Reino de los Cielos: él entregará su vida a Jesucristo y Él
le dará a cambio la vida eterna, por eso “no le importa” morir.
“Resígnate a la voluntad de Dios”: la madre debe
resignarse a la Voluntad de Dios, que es que su hijo gane la vida eterna. Entregando
su vida por Cristo, la madre de San José no perderá a su hijo, sino que lo
conservará para la vida eterna. Si Dios permite que su hijo sufra un mal, como
lo es la muerte terrena, es para que gane un bien infinito, la vida eterna. Es voluntad
de Dios premiar a su hijo con el Reino de los Cielos y ya ha llegado la hora,
pues ya ha demostrado con suficiencia cuánto ama San José Sánchez del Río a
Jesucristo.
“No te preocupes por mi muerte, que es lo que me
mortifica; antes diles a mis hermanos que sigan el ejemplo que les dejó su
hermano el más chico”: una nueva muestra de serenidad sobrenatural: no le
preocupa morir él, sino que su madre se apene por su muerte y por eso le pide
que no se preocupe: él está a punto de ganar la corona más preciada, la corona
de la gloria del martirio. Luego le pide a su madre que le diga a sus hermanos
que ellos sigan “el ejemplo del más chico”: en esto recuerda la escena de los
Macabeos, en los que la madre entrega a los hijos al martirio, antes de
permitir que éstos apostaten del Verdadero Dios; en este caso, San José es como
uno de los Macabeos e insta a su madre a que sea como la madre de los Macabeos,
en el sentido de entregarlos también al martirio.
“Y tú haz la voluntad de Dios, ten valor y mándame la
bendición juntamente con la de mi padre”: nuevamente le pide que cumpla la
voluntad de Dios que es, en este caso, que ella –junto a su padre- lo bendiga,
porque está entregando su vida a Dios. Hoy en día, los padres no bendicen a sus
hijos y los entregan a Moloch –aborto-, a Baal –consagración a Satanás por la
vida materialista y atea-, a Asmodeo –el demonio de la impureza-.
“Salúdame a todos por última vez y tú recibe el
corazón de tu hijo que tanto te quiere y verte antes de morir deseaba”: expresa
un deseo humano, el ver a su madre antes de morir, una crueldad más entre las
tantas ejercidas por la masonería –entre otras cosas, despellajaron las plantas
de sus pies y lo obligaron a caminar así, en medio de enormes dolores, hasta el
lugar de su ejecución-. Ya no la verá en la tierra, pero él sabe que la verá
desde el Cielo. Pide que los salude a todos sus seres queridos y le da lo
último que le quedaba, su corazón de hijo, que ya había sido entregado a
Jesucristo, por manos de María: “y tú recibe el corazón de tu hijo que tanto te
quiere”. Le da su corazón, que en instantes dejará de latir en la tierra con
vida humana, pero inmediatamente comenzará a latir, para ya no detenerse jamás,
lleno del Amor, de la gloria de Dios y de la vida de Dios, en el Reino de los
Cielos.
Que San José Sánchez del Río, joven mártir mexicano,
sea el ejemplo de los niños y jóvenes de hoy, inmersos en un mundo de “tinieblas
y sombras de muerte”, para que no sean dominados por estas tinieblas, sino que
más bien sean iluminados por la Luz Eterna, Jesucristo.
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