San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

viernes, 1 de febrero de 2019

El Sagrado Corazón y las Comuniones de los Primeros Viernes



         Nuestro Señor Jesucristo, cuando se le apareció a Santa Margarita María de Alacquoque, le hizo la promesa de que todo aquel que comulgara –obviamente, en estado de gracia- los nueve primeros viernes de mes, recibiría una recompensa que le valdría la vida eterna: no morirían sin los auxilios divinos, lo cual significa que habrían de ganar el Cielo eterno. Además, Jesús hizo otras hermosas promesas, pero podemos decir que la más grandiosa de todas es esta: por comulgar nueve meses seguidos, ¡nos ganamos el Cielo!
         Cuando observamos las promesas del Sagrado Corazón, tenemos la tentación de decir: ¡Qué fácil es ganarse el cielo! Y de verdad que es fácil: lo único que debemos hacer, es comulgar nueve meses seguidos, en estado de gracia, además de, por supuesto, amar y adorar al Sagrado Corazón que late en la Eucaristía.
         Pero como somos humanos, siempre tenemos tendencia a quedarnos en la superficie y no ver un poco más allá: es verdad que, para hacernos merecedores de la promesa de Jesús, debemos comulgar nueve meses seguidos, pero también es verdad que, aparte de hacerlo en gracia, debemos hacer cada comunión con todo el amor, con todo el fervor, con toda la piedad de la que seamos capaces y la gracia nos capacite. En efecto, comulgar, para el devoto del Sagrado Corazón, no es ingerir un poco de pan: es recibir, al mismo Sagrado Corazón de Jesús en Persona, a ese Corazón que está envuelto en las llamas del Divino Amor y que enciende en el Divino Amor a todo aquel a quien a Él se le acerca. Recordemos las comuniones que hacían los santos y cómo los santos utilizaban imágenes, tomadas de la vida cotidiana, para graficar qué es lo que sucedía en la comunión. Por ejemplo, San Vicente Ferrer, decía que en quien comulgaba, su corazón comenzaba a hervir, así como el agua comienza a hervir bajo la acción del fuego y esto es así, literalmente hablando, aun cuando no seamos conscientes de esto y aun cuando no sintamos nada: nuestros corazones son inmersos en ese horno ardentísimo del Divino Amor, que es el Corazón Eucarístico de Jesús y es por eso que, al contacto con él, deben –o al menos, deberían- encenderse en el fuego del Divino Amor.
         Quienes somos devotos del Sagrado Corazón y queremos ganarnos el Cielo, no comulguemos, entonces, distraídamente, como quien ingiere un poco de pan: quien ingresa en el alma es el mismo y único Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús y, aunque no sintamos nada sensiblemente, dejemos que sus llamas incendien, en fuego del Divino Amor, a nuestros pobres corazones.

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