San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

sábado, 18 de marzo de 2017

Los siete dolores y gozos de San José: Sexto Dolor y Sexto Gozo


       San José, Esposo casto y puro y meramente legal de María Santísima, era también Padre adoptivo del Hijo de Dios encarnado, Jesús de Nazareth. Como jefe de la Sagrada Familia, experimentó los dolores, gozos y tribulaciones de las familias terrenas, pero en su caso, tanto sus dolores como sus gozos, adquirieron una dimensión sobrenatural, porque participó, de modo eminente, de la santidad de su Hijo y de su Esposa. Ofrecemos la meditación de sus Siete Dolores y Gozos en honor a San José, al tiempo que le pedimos que interceda para que lo imitemos en su más grande virtud: el amor casto y  puro a la Madre de Dios y a su Hijo adoptivo Jesús.

Sexto Dolor: Si el Quinto Dolor había sido provocado por un rey -el rey Herodes, que quería dar muerte a su Hijo Jesús-, el Sexto Dolor también es provocado por otro rey, en este caso, Arquelao, sucesor de su padre Herodes (Mt 2, 22), en quien se personifican los enemigos de Jesús, tanto los naturales –hombres- como preternaturales –ángeles caídos-: el Demonio utiliza a hombres ambiciosos de poder, codiciosos y ávidos de tesoros mal habidos, con sus corazones pervertidos por la lujuria, para perseguir al Niño Dios y también a todos los que, en el curso de los siglos, habrían de ser discípulos del Hijo de Dios Encarnado. El Ángel le advierte, también en sueños, que debe regresar a Nazareth, pero a causa del peligro que supone el rey Arquelao, debe hacerlo San José por otro camino. Esto supone para San José una nueva fuente de preocupación y angustia, porque debe emprender un nuevo viaje, largo y peligroso, en el que su Esposa amada, María Santísima, y el Niño Dios, estarán expuestos a los peligros del camino, con lo cual San José extremará todas las precauciones, para conducir a la Sagrada Familia de regreso, sana y salva. Emprende así San José el regreso, guiando a la Sagrada Familia, hacia Nazareth, pues debía cumplirse lo anunciado, de que el Mesías debía llamarse “Nazareno” (cfr. Mt 2, 23). Al llegar, se establecieron en lo que había sido su antigua casa, pobre y humilde, pero llena del amor, la alegría, la paz de Dios, pues en la Sagrada Familia, perseguida a causa del Nombre tres veces Santo de Jesús, se cumplían todas las Bienaventuranzas, pero en especial una de ellas: “Bienaventurados seáis cuando proscriban vuestro nombre a causa del Hijo de Dios” (Lc 6, 22). Con respecto a sus enemigos, a aquellos que querían dar muerte a su Hijo, no había en el corazón de San José –como tampoco en el de María y Jesús- no solo odio o rencor, sino ni siquiera el más mínimo enojo hacia sus enemigos, estando además su corazón lleno del Amor de Dios, con lo que San José vivía a la perfección el mandato de Jesús, de “amar a los enemigos” (cfr. Mt 5, 44), con lo cual el Santo Patriarca nos da ejemplo de cumplimiento perfecto del Mandato de la Caridad de Jesús, en el que están comprendidos, en primer lugar, nuestros enemigos.

Sexto Gozo: lo experimenta San José en su regreso, con la Sagrada Familia a salvo, a Nazareth, en donde Jesús, José y María vivirán unos años de serena paz, de celestial armonía y de amor sobrenatural. En Nazareth, San José será testigo, en primera persona, de un prodigio que nunca dejó de causarle asombro y alegría, y era el de comprobar cómo ese Hijo adoptivo suyo, a quien él debía educar con todo amor paterno, era al mismo tiempo su Dios, el mismo Dios Creador, que había creado su alma y que ahora, luego de ser educado por él, al llegar a la vida adulta, sería su Redentor y, al enviar al Espíritu Santo una vez resucitado, sería su Santificador. San José no dejaba de maravillarse considerando este misterio: ese Niño, al que él educaba y criaba, y lo veía crecer “en estatura, en gracia y sabiduría”, era, al mismo tiempo que Niño, su Dios, que era Creador, Redentor y Santificador. También San José, al igual que la Virgen “meditaba estas cosas en su corazón”, llenándose su alma de una alegría y de una paz inconmensurables. Así, San José, con el Sexto Gozo, el de ver crecer a su Hijo Dios y en el contemplar en su divinidad, nos enseña que en la contemplación de Cristo Jesús, sobre todo en la Cruz y en su Presencia sacramental en la Sagrada Eucaristía, está la fuente de la felicidad, esa felicidad que todo hombre busca desde que nace y que el mundo nos engaña ofreciéndonos placeres terrenos y concupiscibles en donde esta felicidad no se encuentra. Con el Sexto Dolor, San José nos enseña que la verdadera y única felicidad, en esta vida, se deriva de la contemplación de su Hijo Jesús, Presente en Persona en la Eucaristía, por lo que, junto con María, Maestra de los Adoradores Eucarísticos, también San José es Maestro de los Adoradores Eucarísticos.

Oh glorioso Patriarca San José, por el dolor que experimentaste al saber que el rey Arquelao perseguía a tu Hijo y por el gozo que inundó tu corazón casto y puro al verlo crecer en Nazareth, te suplicamos que nos enseñes a confiar en Jesús ante las tribulaciones y a adorarlo en su Presencia Eucarística. Amén.

Padrenuestro, Ave y Gloria.


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