Cuando recibió la gracia de la conversión, inmediatamente, a
San Expedito se le presentó el Demonio, tentándolo para que postergara la
conversión, permaneciendo en su vida de pagano. Sin embargo, San Expedito, a
pesar de la fuerte tentación que esto suponía –el Demonio no le decía que
abandonara a Jesucristo, sino que postergara su conversión, lo cual no parecía
nada malo-, rechazó de modo inmediato y enérgico esta tentación diabólica. ¿De
dónde obtuvo San Expedito la fuerza necesaria para hacerlo? De la Santa Cruz de
Jesús.
En nuestros días, la tentación demoníaca se repite día a
día, facilitada enormemente por la debilidad de nuestro espíritu y por la
fuerza de nuestras pasiones, desviadas hacia la concupiscencia a causa del
pecado original. Hoy el Demonio tienta a los jóvenes con el hedonismo, el
exitismo, la pereza, el relativismo, el materialismo, el ateísmo, aunque en
muchos casos, no hace falta que sea el Ángel caído el que los tiente, sino que
los mismos jóvenes, llevados por la acedia, la indiferencia y el desamor hacia
Dios y, sobre todo, hacia su Presencia Eucarística, caen por sí mismos en las
seducciones y tentaciones, y la razón es que el alma, sin la fuerza que viene
de Dios, es extremadamente débil y no puede mantenerse en pie por sí misma.
Pero también los jóvenes, al igual que San Expedito, que
obtuvo la fuerza sobrenatural de la cruz de Jesús, para no ceder a las
tentaciones del Demonio, así también los jóvenes de hoy pueden y deben obtener
la fuerza para no caer, si todavía no lo hicieron, o para salir, si ya lo
están, de los submundos de violencia irracional, consumo de substancias
tóxicas, ateísmo, relativismo, hedonismo, que conducen a la desesperación
existencial y a la muerte, de la Santa Cruz de Jesucristo.
Al recordar a San Expedito en su día, le pedimos su
intercesión para que los jóvenes lo imiten y, levantando en alto la Cruz de
Jesús, digan: “¡Hoy sigo a Cristo y dejo de lado mi vida de pecado!”.
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