La vida de santidad de San Francisco se
caracteriza por la imitación viviente de Jesucristo, por medio de la pobreza y
por las llagas.
Por la pobreza, porque siendo rico
materialmente, renuncia voluntariamente a su herencia y así se vuelve pobre
como Cristo, que siendo rico por ser Dios, se hizo pobre al asumir
hipostáticamente, personalmente –sin dejar de ser Dios- nuestra naturaleza
humana, para enriquecernos con su divinidad; por las llagas, porque según la
tradición franciscana, Jesús se le apareció crucificado, con alas de querubín y
le imprimió sus llagas en su cuerpo y así San Francisco comienza a llevar en su
cuerpo las llagas de Jesús. De esta manera es como San Francisco se convierte
en imagen viviente de Jesucristo, porque tanto la pobreza como las llagas, recuerdan a Jesús: la
pobreza es la pobreza de la Cruz -por lo que la misma no tiene ninguna
connotación ideológica, sino sobrenatural, porque es la misma pobreza que vivió
Jesús, en toda su vida, pero especialmente en la Cruz-: así como Jesús no tiene
nada propio materialmente hablando, ya que los “bienes” materiales que tiene –los
clavos de hierro, la corona de espinas, el leño mismo de la Cruz, el letreo que
dice “Jesús Nazareno, Rey de los judíos”, le han sido prestados por Dios Padre,
para que lleve a cabo su sacrificio redentor-, así también San Francisco no
tiene nada, materialmente hablando; las llagas, a su vez, son las llagas de Jesús,
las llagas por las cuales Jesús nos salvó –no de una crisis financiera, ni
emocional, ni existencial, sino que nos salvó del Demonio, del pecado, del eror
y de la muerte eterna-.
Así, solo con su vida y sin necesidad de
homilías y prédicas, San Francisco se convierte en imagen viviente de Jesucristo
y nos da la verdadera y única dimensión que para el cristiano tienen que tener
la pobreza y la Cruz: ser pobres como Jesús, es decir que lo que salva no es la
pobreza en sí misma, sino en tanto y en cuanto configura al alma con Jesús
pobre en la Cruz; y estar crucificados con Jesús -la Cruz está representada en las
llagas-, lo cual logra el cristiano cuando participa, con sus tribulaciones y sufrimientos,
de la Pasión de Jesús, para la salvación de los hombres.
Al recordar a San Francisco pobre y
llevando las llagas de la Pasión, se le revela entonces al cristiano que solo
en Jesucristo, el Hombre-Dios, adquieren sentido sobrenatural la pobreza y las llagas,
lo cual quiere decir que la pobreza y la Cruz solo son buenas si se unen a
Jesús, por la fe y el amor, para salvar almas de la “eterna condenación”[1] y
llevarlas al cielo, que es lo que hizo San Francisco. Fuera de esta revelación
e interpretación sobrenatural, se cae en interpretaciones ideológicas y
extrañas al Evangelio, que por propia naturaleza no vienen de Dios, sino de los
hombres.
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