Los santos mártires rioplatenses, presbíteros Roque González,
Alfonso Rodríguez y Juan del Castillo[1],
dieron sus vidas por Cristo en el año 1628 en América del Sur. Los tres
sacerdotes estaban a cargo de una de las denominadas “reducciones jesuíticas”,
que consistían en colonias de indios gobernadas por los jesuitas. En dichas
reducciones lo que se buscaba era la evangelización y cristianización de los
pueblos paganos de América, es decir, lo que se buscaba no era “conducirlos a
la civilización”, sino anunciarles la Buena Noticia de Jesucristo, convertirlos
en hijos adoptivos de Dios e iniciarlos en la vida de la gracia, vida que
habría de llevarlos, algún día, al Reino de los cielos. En este sentido, las
reducciones constituyeron un instrumento del que se valió el Cielo en la tarea
de conquistar almas para Cristo, puesto que los sacerdotes jesuitas a cargo de
dichas reducciones no consideraban a los indios como algo de su propiedad, sino
que los veían como lo que eran: almas que debían ser salvadas por la Sangre de
Jesús. El martirio de los tres sacerdotes –Roque González, Alonso Rodríguez y
Juan del Castillo- se produjo en dos reducciones distintas: en la primera,
fundada en las proximidades del río Ijuhi, ubicada en el actual Paraguay –a la
cual consagraron a la Asunción de María[2]- y
en una segunda reducción, llamada “Todos los Santos”. El encargado de la primera
reducción era el P. Castillo, en tanto que los otros dos misioneros partieron a
Caaró, donde fundaron la reducción de Todos los Santos. Fue en esa reducción en
donde el 15 de noviembre de 1628 los santos sufrieron el martirio siendo
asesinados cruelmente por los indios, por instigación de brujo, practicante de
la magia negra[3].
Este curandero, por medio de engaños de toda clase, logró que los naturales del
lugar atacaran y dieran muerte a los misioneros. El P. Roque González fue
asesinado a golpes de maza mientras estaba en la tarea de colocar la campana de
la iglesia; el P. Rodríguez a su vez fue ultimado cuando se dirigía a averiguar
qué era lo que sucedía: al salir a la puerta de su choza, se encontró con los
indios, que tenían las manos ensangrentadas, siendo derribado en el momento y
ultimado a golpes. Una vez asesinados los dos sacerdotes, incendiaron la
capilla, que era de madera y arrojaron los dos cadáveres a las llamas. Dos días
más tarde, los indios atacaron la misión de Ijuhi, se apoderaron del P.
Castillo, lo golpearon salvajemente y lo asesinaron a pedradas. A instancias de
un brujo, entonces, murieron tres sacerdotes y en consecuencia, el brujo logró
lo que se había propuesto: que no se celebrara más la Santa Misa, que no se
administraran sacramentos y que no se propagara el Evangelio. Sin embargo, a
pesar del esfuerzo del brujo –seguidor de Satanás- por impedir que se
proclamara el Evangelio a las almas, no sirvió de nada, porque las misiones
continuaron y cuando las misiones cesaron, la Iglesia continuó su misión
evangelizadora y de salvación de las almas.
Por lo tanto, la vida y muerte de los Santos Mártires
Rioplatenses nos enseña que el mal nunca triunfa, porque si bien fue por odio a
la fe en Cristo que los mataron, quitándoles la vida terrena y logrando así que
desaparecieran de la tierra, los santos continúan viviendo eternamente, en el
Reino de los cielos, porque Cristo, por quien los mártires dieron sus vidas, les
concedió como premio una vida infinitamente superior, la vida gloriosa de los
bienaventurados.
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