San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

jueves, 19 de noviembre de 2015

Santa Isabel de Hungría y el voluntario despojo de bienes terrenos para alcanzar los bienes eternos


         En la vida de Santa Isabel de Hungría se hacen realidad las palabras de Jesús: “Atesorad tesoros en el cielo” (Mt 6, 20) y “Venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer, estuve enfermo y me visitasteis” (Mt 25, 35-45). Santa Isabel de Hungría, siendo noble de cuna –era hija del Rey de Hungría- y heredera de todo un reino con sus riquezas, a la muerte de su esposo, el príncipe Luis VI de Turingia, abandonó la vida cortesana y despreocupada de su condición de reina y se dedicó de lleno a servir a los más carenciados[1]. Según se narra en su biografía, siendo todavía princesa, fue al templo vestida lujosamente, pero al ver una imagen de Jesús crucificado pensó: “¿Jesús en la Cruz despojado de todo y coronado de espinas, y yo con corona de oro y vestidos lujosos?”. Desde entonces, nunca más volvió con vestidos lujosos al templo de Dios. También siendo princesa, se cuenta que una vez se encontró un leproso abandonado en el camino, y no teniendo otro sitio en dónde colocarlo por el momento, lo acostó en la cama de su marido que estaba ausente. Llegó este inesperadamente, le contaron el caso y se fue de inmediato a reclamarle por lo que había hecho, pero al llegar a la habitación, vio en su cama, no el leproso sino un hermoso crucifijo ensangrentado. Recordó entonces que Jesús premia nuestros actos de caridad para con los pobres como hechos a Él mismo.
Luego de morir su esposo, un Viernes Santo, hizo voto de renuncia de todos sus bienes y voto de pobreza, como San Francisco de Asís,  y consagró su vida al servicio de los más pobres y desamparados. Cambió sus costosos vestidos de princesa por un simple hábito de hermana franciscana, de tela burda y ordinaria, y comenzó a recorrer calles y campos pidiendo limosna para sus pobres. Además, vivía en una humilde choza junto al hospital, tejía y hasta pescaba, con tal de obtener con qué compararles medicinas a los enfermos.
En su deseo por atender a pobres y enfermos como al mismo Cristo, vendió todas sus posesiones materiales y con lo obtenido construyó un hospital, dedicándose a atender con toda laboriosidad y caridad a los pobres y enfermos del hospital que ella misma había fundado.
Con su vida de santidad, Santa Isabel de Hungría nos deja muchas enseñanzas: nos enseña, con su vida de desprendimiento, a poner el corazón en el cielo, en los bienes eternos, según las palabras de Jesús: “Donde esté tu tesoro, allí estará tu corazón” (Mt 6, 21); nos enseña a imitar a Jesús crucificado, despojándonos tanto de los honores y glorias mundanas, como de los bienes materiales y terrenos; nos enseña a obrar la misericordia para con los más necesitados, porque en ellos está misteriosamente Presente Jesucristo, según Él mismo lo dice: “Lo que habéis hecho con uno de estos mis pobres hermanos, Conmigo lo habéis hecho”. A Santa Isabel le decimos: “Santa Isabel de Hungría, intercede ante Nuestro Señor, para que, al igual que tú, seamos capaces de desapegarnos de las riquezas terrenas y de los honores mundanos y de consolar a Cristo que sufre en los pobres y enfermos, para así ganar un día el Reino de los cielos. Amén”.



[1] Cfr. https://www.ewtn.com/spanish/Saints/Isabel_de_Hungr%C3%ADa.htm

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