En la vida de Santa Isabel de Hungría se hacen realidad las
palabras de Jesús: “Atesorad tesoros en el cielo” (Mt 6, 20) y “Venid, benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me
disteis de comer, estuve enfermo y me visitasteis” (Mt 25, 35-45). Santa Isabel de Hungría, siendo noble de cuna –era hija
del Rey de Hungría- y heredera de todo un reino con sus riquezas, a la muerte
de su esposo, el príncipe Luis VI de Turingia, abandonó la vida cortesana y
despreocupada de su condición de reina y se dedicó de lleno a servir a los más carenciados[1]. Según
se narra en su biografía, siendo todavía princesa, fue al templo vestida lujosamente,
pero al ver una imagen de Jesús crucificado pensó: “¿Jesús en la Cruz despojado
de todo y coronado de espinas, y yo con corona de oro y vestidos lujosos?”. Desde
entonces, nunca más volvió con vestidos lujosos al templo de Dios. También siendo
princesa, se cuenta que una vez se encontró un leproso abandonado en el camino,
y no teniendo otro sitio en dónde colocarlo por el momento, lo acostó en la
cama de su marido que estaba ausente. Llegó este inesperadamente, le contaron
el caso y se fue de inmediato a reclamarle por lo que había hecho, pero al
llegar a la habitación, vio en su cama, no el leproso sino un hermoso crucifijo
ensangrentado. Recordó entonces que Jesús premia nuestros actos de caridad para
con los pobres como hechos a Él mismo.
Luego
de morir su esposo, un Viernes Santo, hizo voto de renuncia de todos sus bienes
y voto de pobreza, como San Francisco de Asís,
y consagró su vida al servicio de los más pobres y desamparados. Cambió
sus costosos vestidos de princesa por un simple hábito de hermana franciscana,
de tela burda y ordinaria, y comenzó a recorrer calles y campos pidiendo
limosna para sus pobres. Además, vivía en una humilde choza junto al hospital,
tejía y hasta pescaba, con tal de obtener con qué compararles medicinas a los
enfermos.
En
su deseo por atender a pobres y enfermos como al mismo Cristo, vendió todas sus
posesiones materiales y con lo obtenido construyó un hospital, dedicándose a
atender con toda laboriosidad y caridad a los pobres y enfermos del hospital
que ella misma había fundado.
Con
su vida de santidad, Santa Isabel de Hungría nos deja muchas enseñanzas: nos
enseña, con su vida de desprendimiento, a poner el corazón en el cielo, en los
bienes eternos, según las palabras de Jesús: “Donde esté tu tesoro, allí estará
tu corazón” (Mt 6, 21); nos enseña a
imitar a Jesús crucificado, despojándonos tanto de los honores y glorias
mundanas, como de los bienes materiales y terrenos; nos enseña a obrar la
misericordia para con los más necesitados, porque en ellos está misteriosamente
Presente Jesucristo, según Él mismo lo dice: “Lo que habéis hecho con uno de
estos mis pobres hermanos, Conmigo lo habéis hecho”. A Santa Isabel le decimos:
“Santa Isabel de Hungría, intercede ante Nuestro Señor, para que, al igual que
tú, seamos capaces de desapegarnos de las riquezas terrenas y de los honores
mundanos y de consolar a Cristo que sufre en los pobres y enfermos, para así
ganar un día el Reino de los cielos. Amén”.
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