San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial

San Miguel Arcángel, Príncipe de la Milicia celestial
"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla, sé nuestro amparo contra la perversidad y acechanzas del demonio; reprímale, Dios, pedimos suplicantes, y tú, Príncipe de la Milicia celestial, arroja al infierno, con el divino poder, a Satanás y a los demás espíritus malignos, que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén".

viernes, 6 de noviembre de 2015

El Sagrado Corazón y la causa de su dolor


Jesús ya había llamado interiormente a Santa Margarita a la vida religiosa, pero la santa no se decidía aún y, por el contrario, comenzó a mirar al mundo y a sentirse atraída por sus placeres y vanidades; comenzó a arreglarse para ser del agrado de los que la buscaban, además de buscar la diversión mundana todo lo que podía. Pero durante todo el tiempo en que estaba en estos juegos y pasatiempos, continuamente el Señor no dejaba de llamarla a su Corazón. En un momento determinado, Jesús se le apareció todo desfigurado, tal como estaba en Su flagelación y le dijo: “¿Y bien querrás gozar de este placer? Yo no gocé jamás de ninguno, y me entregué a todo género de amarguras por tu amor y por ganar tu corazón. ¿Querrás ahora disputármelo?”[1]. Santa Margarita comprendió que era su vanidad y su falta de amor a Jesús la que lo había reducido a ese estado. 
Este episodio de la vida de Santa Margarita, en el que Jesús la llama a la vida religiosa pero Santa Margarita, en vez de responder a su llamado, se vuelca al mundo, es decir, a lo opuesto a la vocación a la que Jesús la llamaba, se puede aplicar a todo bautizado, puesto que Jesús nos llama a todos, aunque si bien no a todos a la vida religiosa, como a Santa Margarita, sí nos llama, en cambio, a la vida de santidad y de esa vida de santidad –que implica, en primer lugar, el rechazo al pecado, es decir, a la malicia del corazón- ninguno –seamos laicos o religiosos- nos podemos excusar. Y cuando no respondemos al llamado de santidad que Jesús nos hace, que significa además de detestar el pecado, vivir en gracia y estar dispuesto a dar la vida antes que perderla, no hace falta que Jesús se nos aparezca como a Santa Margarita, todo desfigurado a causa de los golpes, la flagelación, la coronación de espinas: cada vez que rechazamos la santidad que nos da la vida de la gracia, golpeamos a Jesús, lo flagelamos, lo coronamos de espinas, lo crucificamos. No hace falta que Jesús se nos aparezca sensiblemente, como a Santa Margarita, todo golpeado y flagelado, para que sepamos que esos golpes, esos hematomas, esas heridas abiertas y sangrantes, y esas lágrimas que corren de los ojos de Jesús, son provocadas por los pecados que tanto placer de concupiscencia nos producen.
Ésta es la enseñanza del Sagrado Corazón: si el pecado produce placer de concupiscencia en el hombre, en Él se traduce en golpes, en hematomas, en heridas, en crucifixión. También a nosotros nos dice Jesús, desde la Eucaristía: “¿Y bien querrás gozar de este placer? Yo no gocé jamás de ninguno, y me entregué a todo género de amarguras por tu amor y por ganar tu corazón. ¿Querrás ahora disputármelo?”. Como dice Santa Teres de Ávila en su soneto, si no nos mueva a pecar ni el temor del infierno, ni el deseo del cielo, al menos que nos mueva a no pecar el amor y la compasión a Jesús, por nosotros flagelado, coronado de espinas y crucificado.



[1] http://www.corazones.org/santos/margarita_maria_alacoque.htm

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